Entre almendras dulces, preparadas con chocolate, licor y azúcar de diversos colores, hay un elemento muy atractivo que, por su especial sabor y simbolismo, nunca es rechazado por los visitantes: el Folar da Páscoa.
Es el día de la Pascua. Se escucha el repique de campanas de lo alto de las torres y espadañas de las iglesias y el vibrante resonar de las campanillas que anuncian la Resurrección del Señor.
De entre las variadas costumbres con que los distintos pueblos la celebran, destaca una tradición portuguesa conocida como Compasso Pascual.
Una tradicional procesión portuguesa
La palabra «compasso» no es más que una forma abreviada de la expresión latina «Crux cum passo Domino», que significa «la cruz en la que padeció el Señor». Da nombre a una tradición que consiste en una visita hecha por el párroco a los hogares en el período pascual, llevando un crucifijo para bendecir a las familias. Se trata de una costumbre antiquísima que se remonta a la Edad Media, según consta en un documento de 1357, conservado en Coímbra.1
A la cabecera del Compasso va el sacerdote o, en su defecto, un acólito con la cruz procesional de la parroquia, que ese día está adornado con flores y cintas blancas que simbolizan las alegrías de la Resurrección. Le sigue otro ministro con la «caldeirinha» (pequeño caldero de metal) que contiene el agua bendita con la que se aspergerán las casas y luego uno o varios, con campanas y campanillas, cuyo rimbombe en las calles y plazas invita a las familias de fe a abrir las puertas de sus hogares y de sus corazones a aquel que se ofreció por nosotros en el leño de la cruz.
El cortejo de capas púrpuras y blancas entra en cada casa, provocando un verdadero escalofrío de emoción al anunciar: «El Señor ha resucitado, ¡aleluya, aleluya!». A continuación, los miembros de la familia son invitados a venerar a Cristo crucificado, al que besan con gran devoción. No es extraño que algunos de ellos hayan venido de lejos, desde los distintos «Portugales», para unirse al patriarca de la familia y con él participar en este rito anual.
Bellas y sabrosas iguarias
En la despedida, el dueño de la casa, además de darles una limosna para la Iglesia, les obsequia a los valientes mensajeros con algo de su vistosa mesa. Entre las almendras dulces, preparadas con chocolate, licor y azúcar de diversos colores, hay un elemento muy atractivo que, por su especial sabor y simbolismo, nunca es rechazado por los visitantes: el Folar da Páscoa.
Inicialmente llamado folore, con el paso del tiempo quedó conocido como folar, nombre que conserva hasta hoy. Forma parte de la tradicional gastronomía portuguesa y existen numerosas variantes de su receta extendidas por los dieciocho distritos y nueve islas del país. Puede ser dulce o salado, llevar especias, jamón o queso… Pero hay un ingrediente característico que nunca falta: los huevos cocidos colocados enteros dentro de la masa.
¿Cómo surgió tal idea?
Entre la leyenda y la historia
El origen de esta tradición multisecular llegó hasta nosotros a través de una leyenda. Se cuenta que Mariana, una joven que se sentía llamada a formar una familia, le rezó a Santa Catalina de Alejandría para encontrar un buen esposo católico, que fuera del agrado de Dios. Rogaba con tanta fe que apareció no uno, sino dos jóvenes que le pidieron su mano en matrimonio: un noble hidalgo y un honesto labrador, de nombre Amaro. Después de hablar por separado con cada uno, acordaron que ella tomaría una decisión antes del Domingo de Ramos.
Sin embargo, previo al plazo estipulado, la joven se enteró de que había empezado una pelea entre los pretendientes y se dirigió al lugar de la disputa. Al llegar, gritó el nombre de Amaro a fin de socorrerlo, con lo que dejó clara cuál había sido su decisión: el labrador era el novio elegido. No obstante, el día de la Pascua, habiendo ya sido fijado el casamiento, Mariana andaba muy angustiada: le llegó a sus oídos el rumor de que el hidalgo aparecería en la boda para asesinar a su futuro esposo.
Una vez más, recurrió a Santa Catalina. Se dirigió hasta el altar dedicado a ella, hizo su súplica y dejó al pie de la imagen un ramo de flores. ¡Cuál no sería su contento al ver que su protectora le sonreía! Regresó a su casa confiada y se topó con una nueva sorpresa: en la mesa había un enorme bollo, hecho con huevos enteros y rodeado de flores, ¡las mismas que había dejado en el altar!
Inmediatamente fue en busca de Amaro para contarle lo sucedido y constató con asombro que él había recibido un bollo similar… Ambos creyeron que se trataba de una actitud conciliadora del hidalgo y fueron a su casa para agradecérselo. Sin embargo, descubrieron que ¡él también había recibido el mismo bollo! Mariana percibió entonces que Santa Catalina de Alejandría se había valido de esa estratagema para restablecer la concordia y la amistad el día de la Santa Pascua.
Símbolo de la unión y la armonía cristianas
Así surgió la costumbre de preparar esta iguaria, tal como había sido ofrecida por Santa Catalina, como símbolo de la unión cristiana. Y cuando los ahijados, siguiendo otra antigua tradición, obsequiaban a sus madrinas de Bautismo con ramos de violeta el día de la Resurrección del Señor, ellas se lo retribuían con un folar.
Estas costumbres singulares se perpetúan hasta los días actuales como fruto de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, cuyas cinco llagas están presentes en el origen del reino de Portugal.
Así pues, invitamos a nuestros queridos lectores a participar de las bendiciones pascuales elaborando en sus casas un folar. Y deseamos que sus familias puedan también disfrutar de esta delicia que tanto evoca la verdadera bienquerencia y armonía que debe existir entre los hijos de la Santa Iglesia Católica. ◊
Receta del Folar da Páscoa
Ingredientes
500 g de harina / 10 g de levadura de panadero / 50 ml de leche templada / 1 pizca de sal / 100 g de azúcar / 75 g de mantequilla / 3 huevos / raspadura de naranja / 1 cucharilla (café) de canela en polvo / 20 ml de brandy / 4 huevos cocidos en agua con cáscaras de cebolla.
Preparación
Ponga un poco de leche templada en un recipiente pequeño, añada la levadura junto con dos cucharas de harina y mézclelo bien. Deje reposar diez minutos.
Pase la leche con la levadura a un recipiente más grande, agregue la harina, la sal, el azúcar, la mantequilla, dos huevos crudos, la raspadura de naranja, la canela y el brandy. Bátalo todo, añadiendo poco a poco el resto de la leche, hasta que la masa quede homogénea.
Coloque la masa sobre una superficie enharinada, espolvoree más harina y continúe amasando hasta que quede esponjosa, elástica y se despegue fácilmente de la mesa. Durante el proceso, espolvoree con harina siempre que sea necesario. Deje que la masa fermente en algún lugar caliente hasta que doble su tamaño.
Separe una pequeña cantidad de la masa para los detalles finales y ponga el resto en una bandeja de hornear, untada con mantequilla y enharinada, en forma de bola achatada. Inserte los huevos duros de manera que queden bien sujetos. Con la porción de la masa que se había reservado, haga dos largas tiras y colóquelas en la parte superior del bollo en forma de cruz. Bata el huevo que sobró en un tazón pequeño, unte la masa con él y póngalo en el horno durante unos treinta minutos hasta que se dore.
Notas
1 Cf. COELHO DIAS, Geraldo J. A. Origem medieval do Compasso – Visita Pascal. In: Lusitania Sacra. Lisboa. N.º 4 (1992); p. 90.