Una conversión restauradora

Madre y a veces incluso médica ante sus hijos espiritualmente enfermos, Dña. Lucilia se revela también como una gran intercesora para restaurar las almas, y una incansable pastora en busca de las ovejas descarriadas.

Querido lector, el texto con el que usted entrará en contacto a continuación no se trata solamente de la narración de una gracia recibida por intercesión de Dña. Lucilia. En realidad, es un apasionante relato de una conversión, en el que se aprecia la acción maternal y habilidosa de esta mujer, que elimina obstáculos a lo largo de un doloroso recorrido, al final del cual su protegida se consagró a la Virgen como esclava de amor, según el método de San Luis María Grignion de Montfort, y comprendió su papel de madre.

Sin embargo, para ayudarle a seguir cada detalle de esta restauración espiritual, se la vamos a contar desde el principio, es decir, dándole a conocer la situación en la que vivían Thaís Lira y su esposo, Clovis Arruda, antes de que Dña. Lucilia interviniera de forma decisiva en sus vidas.

Alejados de Dios y de su Iglesia

Natural de Manaos (Brasil), así como su marido, Thaís sufría de depresión desde los 15 años, problema agravado por el relativismo religioso en el que estaba inmersa, según ella misma lo narra: «Lamentablemente, no tuve una vida muy buena, porque creía que todas las religiones eran ciertas. Incluso llegué a frecuentar un templo budista y someterme a tratamientos esotéricos, en busca de una curación para la depresión».

Thaís sufría de depresión desde los 15 años, problema agravado por el relativismo religioso en el que estaba inmersa

Habiéndose licenciado en Derecho, Thaís se presentó a las oposiciones e ingresó en la Policía Civil de Amazonas. No obstante, el contacto con la delincuencia empeoró aún más su estado: «Tuve que tomar medicación e inicié un tratamiento psicológico».

Por otra parte, su vida matrimonial no era modélica: «Nunca fuimos católicos vigorosos, teníamos muchos conceptos erróneos sobre el matrimonio. No creía que fuera importante tener hijos y mi esposo concordaba conmigo».

Llevaban, pues, una vida prácticamente alejada de Dios y de su Santa Iglesia; entonces su marido recibió una ventajosa oferta de trabajo en Recife y allí se mudaron. Thaís estaba decidida a cambiar de profesión: «En Recife, empecé mis estudios para la carrera diplomática, que siempre quise hacerla. Para curar la depresión busqué tratamientos psiquiátricos, pero ninguno funcionó. También traté de ser mejor católica, pero tampoco lo conseguí».

El encuentro con los Heraldos del Evangelio

En 2013, nuevamente por motivos profesionales de su esposo, se trasladaron a la ciudad de Cotia, en otro estado brasileño, São Paulo. Sin que ella lo supiera, la Divina Providencia la conducía hacia la solución de sus problemas: «En Cotia obtuve mi curación. En medio de toda esta oscuridad, recibí la visita de una pareja de Heraldos».

Desde hacía mucho tiempo, la familia de Thaís daba una contribución para las actividades evangelizadoras de los Heraldos del Evangelio; sin embargo, nunca le había interesado conocer más de cerca la institución. Continúa su relato: «Teníamos mucha simpatía por los Heraldos, y recuerdo que, al hojear sus revistas, me decía a mí misma: “¡Se les ve tan contentos! ¿Realmente existe esto? Si existe, ¡está bastante lejos de mí! No hay cómo formar parte de esto…”. Sencillamente pensaba que no era algo para mí».

Además de animarla en la práctica de la fe, esa visita dejó dos buenos recuerdos en su vida. El primero, una colección de la obra El don de sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira, escrita por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, que los heraldos le regalaron; la segunda, ella misma nos lo cuenta: «Después de recibir la visita de esa pareja, empecé a sentirme mejor, a sentirme curada de la depresión, y ya no necesité mis medicamentos».

Buscando respuestas contra el comunismo

Libre de la incómoda depresión, Thaís se sentía más a voluntad para continuar sus estudios. Tenía curiosidad por conocer los orígenes del comunismo, porque su madre le decía que se trataba de algo perverso. Investigó y enseguida llegó a la conclusión de que «provenía de una obra maligna», según sus palabras.

Al conocer la devoción de los primeros sábados, pedida por la Virgen de Fátima, quiso confesarse, iniciando así su conversión

Profundizando en sus estudios, tomó conocimiento de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, en las que la Santísima Virgen alertaba a la humanidad sobre los peligros del comunismo. Deseaba ardientemente seguir sus consejos y peticiones, como, por ejemplo, la comunión reparadora de los cinco primeros sábados. Al mismo tiempo, oyó hablar de la devoción de los primeros viernes de mes, en desagravio al Sagrado Corazón de Jesús, y sintió que necesitaba urgentemente cambiar de vida.

Hacia la conversión, por un camino de dolor

Las vías de la Providencia son a menudo misteriosas para el entendimiento humano. A veces, los momentos de mayores dificultades y dramas son los esperados por Dios para realizar una bondadosa intervención. Con Thaís y su esposo no fue diferente. Les sobrevino una enorme dificultad económica, que los llevó a cambiar nuevamente de residencia, instalándose esta vez en Juiz de Fora, donde podían contar con el apoyo de sus familiares.

Para Thaís, el primer paso de su anhelado cambio de vida era hacer una buena confesión. Por lo tanto, fue a una iglesia con esta intención. Desafortunadamente, el sacerdote disponible la trató con hosquedad y ni siquiera le permitió que terminara de decir sus faltas. Narra ella: «Me quedé muy triste. Fui al sagrario y allí lloré mucho, hasta el punto de que mis lágrimas cayeron en el banco de la iglesia».

Junto al Santísimo Sacramento, Thaís encontró lo que necesitaba. Sintiendo una vigorosa presencia sobrenatural, su corazón se llenó de la fuerza necesaria para un verdadero cambio de vida hacia la santidad. Y, entonces, le pidió perdón al Señor, con mucha sinceridad, por haber abandonado la Iglesia.

Así expresa lo que pasaba en su interior cuando regresó a casa: «Mi esposo y mis padres estaban muy asustados, porque yo lloraba demasiado. Y la razón era que había percibido lo mucho que se vilipendia a la Iglesia en nuestros días, y me reprochaba: “Nunca he hecho nada por la Iglesia. No soy una católica de verdad”. Estaba muy, muy triste, y pensaba: “¿Cómo voy a consolar a Nuestra Señora si no consigo confesarme? Para hacer la devoción de los primeros cinco sábados necesito confesarme durante cinco meses consecutivos».

Un consejo decisivo

Durante este período de perplejidad fue cuando Thaís recibió un consejo que sería decisivo en su vida. Prosigue su relato: «Me llamó una persona de Manaos, era un viejo amigo, y me habló de la consagración a la Virgen como esclavo de amor. Entonces le comenté lo que me había pasado y le pregunté: “¿Dónde puedo confesarme?”. Él me respondió: “Ve si los Heraldos del Evangelio están en Juiz de Fora. En los Heraldos seguramente hallarás tu confesión”».

Un poco reticente y todavía pesarosa por lo que le había sucedido, Thaís no siguió el consejo de su amigo. Sin embargo, poco después su propio párroco le informó por casualidad de que los Heraldos tenían una iglesia muy bonita en Juiz de Fora y le instó a visitarla.

Aunque un poco reluctante, Thaís decidió ir: «Era sábado. Nada más entrar, me quedé impresionada al ver la cantidad de niños que había jugando en el patio. Uno de ellos llevaba un rosario con gran devoción. ¡Me impresionó bastante ver a un chico tan joven con el rosario en la mano!».

A pesar de esta primera impresión favorable, todavía pensaba: «Si alguien me trata mal aquí, desistiré y seguiré mi fe sola». Pero la Virgen le preparaba algo distinto: «Me recibió una mujer muy simpática, cooperadora de los Heraldos, que me escuchó, me consoló y me llevó a un sacerdote, para que pudiera confesar. También me impresionó la belleza de la iglesia, cómo todo en ella —¡hasta los bancos!— propiciaba nuestra concentración en la misa y en las oraciones».

El primer encuentro con Dña. Lucilia

Admirada por la paternal solicitud del sacerdote, Thaís hizo, finalmente, la tan anhelada confesión, de la que salió aliviada y con la firme decisión de comenzar una nueva vida. En consecuencia, quiso empezar de inmediato la preparación para consagrarse como esclava de amor a Nuestra Señora. El primer paso era adquirir el Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen, de San Luis María Grignion de Montfort.

Al prepararse para la consagración a Nuestra Señora, Thaís conoció a Dña. Lucilia, a quien le pidió ayuda para ser madre

«Cuando fui a comprar el libro y un rosario, conocí a Dña. Lucilia a través de una fotografía suya impresa en un azulejo, y me llamó la atención lo rosáceo de su chal. Pensé: “¡Vaya, qué bonito es ese chal! ¡Es tan rosáceo! ¿Quién es esta señora?”. Llegué a tenerle un poco de miedo, porque ella tenía una majestad increíble, una mirada verdaderamente soberana. También noté su elegancia y, a pesar del miedo, me sentía muy atraída. No entendía muy bien por qué los Heraldos tenían tantas fotografías suyas, pero al mismo tiempo pensaba: “Bueno, ahora no entiendo esta devoción, pero sé que debe ser algo muy bueno”. ¡No puedo marcharme de este lugar! Aquí es donde debo estar».

Un sueño alentador

Prosigue Thaís: «Un día, la cooperadora que tan amablemente me había recibido en mi primera visita a los Heraldos me contó que había soñado conmigo. Me visitaba en una habitación donde estaba Dña. Lucilia, sujetando un bebé que era mi hijo. Y Dña. Lucilia le ponía al bebé en sus brazos, mientras yo descansaba en una cama. Tuvo este sueño justo cuando me conoció, pero temía contármelo en esa ocasión, porque sabía que yo no quería ser madre.

A la izquierda, Thaís y su esposo después de consagrarse a la Virgen; a la derecha, bautizo de Plinio José, su hijo, en la iglesia de los Heraldos de Juiz de Fora

»En ese período en el que yo estaba conociendo más a la Iglesia, un sacerdote me aconsejó que le rezara a Dña. Lucilia, que leyera su historia, pero nunca fui tras ello. También me dijo que me convenía ser madre, pues eso sería mi curación».

«Quiero ser madre, para agradar a Dios»

Pero «ser madre» era lo que Thaís no quería. Entonces, ¿cómo solucionar el problema? Nos cuenta: «En el aniversario del fallecimiento de Dña. Lucilia, el 21 de abril, asistí a misa y en esa ocasión le pedí el deseo de ser madre. No pedí ser madre, porque no tenía el deseo de ser madre. Así que le pedí el deseo: “Doña Lucilia, deme el deseo de ser madre”».

Vencida por la gracia, Thaís le dio a Dña. Lucilia la oportunidad de actuar en su corazón, y tiempo después pidió decididamente la gracia de ser madre: «Doña Lucilia, quiero ser madre, quiero agradar a Dios». No obstante, pasaron los meses sin que hubiera indicios de un embarazo.

En la Semana Santa siguiente, Thaís tuvo una fuerte inspiración. Estaba sentada en el primer banco de la iglesia, durante una de las ceremonias. De repente, mirando a la imagen de Nuestro Señor Jesucristo flagelado, recordó un terrible episodio ocurrido muchos años antes: «Me acordé de que me había echado una maldición sobre mí misma. Debido a las ideas feministas que tenía, me dije que no permitiría que Dios engendrara un niño en mi vientre. Cuando recordé esto, me desesperé. Se lo conté a un sacerdote, me confesé y me dijo: “Hija mía, Dios toma eso muy en serio. Pero vaya a rezar a los pies de la Virgen Dolorosa, converse con Ella”.

»Entonces recé ante la Virgen Dolorosa; también le recé a Dña. Lucilia, pidiéndole nuevamente la gracia de la maternidad. Y le dije a Nuestra Señora que, como muestra de confianza de que obtendría este favor a través de Dña. Lucilia, elegiría ya el nombre de mi hijo: si era niña, María Lucilia; si fuese niño, Plinio José. Asimismo le pedí que el niño se hiciera en el futuro monja o sacerdote, porque quería mucho darle esa alegría a Dios, y podría salvar muchas almas».

Y Thaís no tardó en conseguir lo que había pedido: en el siguiente aniversario del fallecimiento de Dña. Lucilia, ¡estaba, por fin, esperando su primer hijo!

Una prueba más, una ayuda más

Plinio José nació el 27 de diciembre de 2022. Sin embargo, pocos días después Thaís y Clovis fueron sometidos a una terrible prueba. Narra ella: «Una semana después del nacimiento de mi hijo, tuve un accidente cerebrovascular (AVC) y entré en convulsión. Mi marido cuenta que, cuando me vio, empezó a llamar a Dña. Lucilia, gritando: “¡Doña Lucilia, ayúdame, ayúdame!”».

La familia reunida junto al cuadro de Dña. Lucilia

Llevada rápidamente al hospital, recibió el tratamiento adecuado. En medio del terrible sufrimiento resultante del AVC, nunca dejaba de rezarle a Dña. Lucilia. ¿Pidiéndole qué? ¿Alivio de sus dolores? No, pidiendo algo mucho más importante, que demuestra cuán eficazmente restauradora era su conversión: «Le pedí a Dña. Lucilia que no me dejara quejarme, que me ayudara a ofrecer mis dolores por la Santa Iglesia».

Gracias a la intercesión de su protectora, a los quince días Thaís ya se había recuperado y pudo estar nuevamente con su hijo. El AVC le dejó pocas secuelas, que en nada comprometen su vida diaria.

Hoy el matrimonio agradece haber pasado por tantos sufrimientos, pues así se convirtieron en uno de los que Dña. Lucilia protege bajo su chal

El camino hacia la unión con Dios y hacia el seno de la Iglesia fue doloroso, pero hoy Thaís y Clovis le agradecen a Dios no haberles ahorrado sufrimientos, pues a través de éstos pudieron entrar en la lista de los hijos que Dña. Lucilia maternalmente ampara bajo su manto. ◊

 

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