Un rosario para la Reina

Mientras las religiosas se reunían en la tierra, los tres arcángeles conversaban en el Cielo. Éstos planeaban una manera de socorrerlas.

«¡Talán, tolón! ¡Talán, tolón!», sonaban las campanas del convento. Las religiosas se dirigieron a la sala capitular, donde la Madre Luisa las esperaba para tratar diversos asuntos.

—Hijas mías, la solemnidad de la Virgen se acerca y sería conveniente que adornáramos su imagen con un rosario de perlas; es lo único que le falta. ¿Qué les parece?

—¡Oh, no podría ser mejor! —era la aclamación general.

—Sin embargo, para ello necesitamos donativos. ¿Cómo podríamos conseguirlos?

Todas se miraron… Al haberlo abandonado todo en este mundo, no se les ocurría nadie a quien pedirle caridad. Entonces la Hna. Rosa se adelantó:

—Madre, mi hermana trabaja en una joyería. En una visita me contó que es difícil encontrar perlas naturales, por eso su precio ha ido subiendo cada vez más…

—Incluso si vendiéramos los bienes de la casa, ¡aún sería insuficiente! —consideró la Hna. Priscila.

¡Tenga fe, hermana! —le aconsejó la Hna. Clara—. Madre, ¿puedo hacer una sugerencia?

La Madre Luisa asintió.

Propongo que hagamos una novena a los ángeles. Estoy segura de que ellos nos ayudarán.

Ante la reacción positiva de las religiosas, la Madre Luisa dispuso:

Muy bien. Vamos a rezar ahora mismo en la capilla; faltan pocos días para la solemnidad. Si lo conseguimos será un verdadero milagro.

Mientras la reunión se desarrollaba, en el Cielo los ángeles se alegraban. Estaban esperando ansiosos el momento de ayudarlas. Conversaban entre ellos:

—¡Por fin, nos han invocado! Fui yo quien sacó las perlas de los mares. Si piden nuestro auxilio, se las entregaré —reveló San Gabriel.

¿Le daremos todas las perlas? —preguntó San Rafael—. ¿Cómo procederemos para colmar de méritos a esas religiosas?

San Miguel expuso el plan:

Podrán ganárselas con cada virtud o sacrificio que practiquen. De esa manera conquistarán la santidad, le darán gloria a Dios y obtendrán lo que desean.

Entonces, los tres bajaron a la tierra para esconder las perlas en determinados lugares.

En el convento, tan pronto como terminó la oración comunitaria, todas retomaron sus quehaceres diarios.

La Hna. Teresa barrería el exterior. «¡Vaya! ¡Cómo ha ensuciado el patio el viento de estos días!», constataba, a la vez que veía el poco tiempo que le quedaba. Decidió recurrir a alguien, haciendo un acto de humildad al reconocer su contingencia.

La Hna. Rosa padecía una terrible jaqueca y por eso se estaba dirigiendo a su celda para intentar descansar. Sin embargo, a mitad de camino la Hna. Teresa la detuvo para pedirle su ayuda. Aunque su situación no le permitía hacer ese esfuerzo, aceptó serenamente, sin exteriorizar su malestar.

Mientras barrían, ambas conversaban sobre temas espirituales. De repente, para sorpresa suya, ¡encontraron tres perlas! Corrieron en busca de la madre superiora para enseñárselas, reconociendo en ello una señal: ¡los ángeles estaban actuando realmente! Enseguida las guardaron en una caja, con la esperanza de conseguir la cantidad necesaria.

Hechos similares ocurrieron a lo largo de la semana. Y en cada ocasión el monasterio intensificaba las oraciones.

Un día la comida se quemó y le tocó a la Hna. Clara lavar los platos de ese día. Intentaba limpiarlo todo, frotaba con fuerza, pero el fondo de la olla seguía negro como el carbón. Cuando se dio cuenta, se fijó que había otros cacharros en el mismo estado… Como no quería molestar a ninguna de las hermanas, siguió sola con la faena.

Después del almuerzo, la Hna. Matilde se puso a guardar la vajilla en la despensa y vio la dolorosa situación de la Hna. Clara. Sin preocuparse por sus tareas pendientes, acudió a socorrerla. Al final del servicio, cuando estaban limpiando el fregadero, ¡encontraron algunas perlas junto al paño de cocina!

Posteriormente, la Hna. Matilde se fue a adelantar su encargo: preparar las velas para la solemnidad de la Virgen. Quería decorarlas de forma especial, pero tenía poca experiencia. Fue en busca de la Hna. Silviana y de la Hna. Natalia, verdaderas artistas, y les pidió que le enseñaran. Lamentablemente, ambas no mostraron muchas ganas de hacerlo y alegaron que estaban demasiado ocupadas… En la sacristía habían sido dejadas por los ángeles otras perlas, con la esperanza de que las religiosas practicaran un acto más de generosidad. No obstante, como aquellas dos monjas se habían negado, la recompensa fue retirada…

Mientras tanto, la Hna. Magdalena y la Hna. Ana se encargaban de decorar la capilla con flores. Uno de los jarrones se cayó por el peso del arreglo y, en consecuencia, se rompió. La Hna. Ana recogía los pedazos culpándose por el accidente y la Hna. Magdalena también le pedía disculpas, asumiendo la responsabilidad del desastre. Esta última, tan pronto pudo, se humilló ante la superiora, asegurándole que había sido culpa suya, dispensando a su compañera. La Madre Luisa le advirtió para que la próxima vez tuviera más cuidado; pero en el fondo estaba edificada con la virtud de su subalterna. Gracias a los méritos de estas tres buenas religiosas, cuando la priora se levantó de su silla una bolsa desconocida cayó de su regazo. La abrió y encontró, con asombro, muchas perlas. En primer lugar, le dio gracias a María y, luego, les rezó a los ángeles para que continuaran tan solícitos.

Día tras días, las monjas entregaban perlas aparecidas en las más diversas ocasiones. La cajita se fue llenando poco a poco.

La víspera de la solemnidad, a primera hora de la mañana, la comunidad se reunió nuevamente en la sala capitular, donde la Madre Luisa pronunció las siguientes palabras:

—Hijas mías, cada una ha sido testigo del milagro ocurrido esta semana. Los santos ángeles nos han enviado ciento sesenta y cuatro perlas; sin embargo, aún faltan cinco para completar el rosario.

—Estos días hemos tenido bastante trabajo —observó la Hna. Rosa—. Pero todas nos comprometimos ayudando a las demás. Por lo visto, debido a las buenas acciones realizadas, aparecieron las valiosas cuentas.

—Sin duda —dijo la superiora—. He podido comprobar cómo todas se esmeraron en practicar la virtud, y ese esfuerzo atrajo dádivas sobre nosotras. ¿Qué ha faltado de nuestra parte? Hagamos un examen de conciencia…

Al recordar su mala actitud, la Hna. Silviana y la Hna. Natalia cayeron de rodillas; confesaron lo ocurrido y pidieron perdón, especialmente a la Hna. Matilde. Arrepentidas, prometieron no repetir aquel acto de egoísmo.

Las religiosas se reunieron para contar las perlas enviadas por los ángeles. Aún les faltaban cinco… Entonces la Hna. Silviana y la Hna. Natalia se acordaron de su mala actitud. ¿Podría ser esto la causa de esa aflicción? Arrepentidas, pidieron perdón

—Estamos seguras —reconoció la Hna. Natalia— de que nuestro tropiezo es la causa de que falten cinco perlas.

La Madre se levantó y les exhortó:

—Tengamos serenidad y confianza. Mucho más que obsequiar a la Reina del Universo con un precioso rosario, es necesario que construyamos, en la vida espiritual, un tesoro de santidad.

Entonces una luz intensa irradió de la pequeña caja. La superiora la miró sorprendida y, para convencerse, le mandó a la Hna. Renata que numerara las perlas. Increíble: las cuentas que faltaban, ¡habían aparecido! Todas se regocijaron y cantaron un himno de acción de gracias a los prodigios celestiales.

Esa misma tarde montaron el rosario y el regalo quedó listo para la solemnidad, siendo depositado en las manos de la imagen de Nuestra Señora durante una misa muy bonita. En el Cielo, la Santísima Virgen y los ángeles, comandados por los tres arcángeles, lo festejaban, pues las religiosas se habían ganado las perlas con sus actos de virtud. Se alegraban, sobre todo, porque ellas estaban elaborando un rosario espiritual de buenas obras, que completarían a lo largo de sus vidas. Cada paso hacia la santidad se transformaría en una piedra preciosa para la corona de María. 

 

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