«En su última enfermedad —afirma sor Fabruzzo—, sufría dolores atroces y angustias sin una sola queja y mantenía un semblante alegre y sereno. Decía que el padecimiento provocado por la dolencia es más meritorio que cualquier otra mortificación voluntaria. […] Para mí sigue siendo siempre un misterio cómo la madre Josefina había podido estar tan sosegada, dueña de sus nervios, idéntica a sí misma… Miraba la muerte con ánimo jubiloso e incluso al final de su vida decía que la muerte nos lleva a Dios. Y a nosotras que observábamos que más bien es el juicio de Dios lo que da miedo, nos respondía: “Haced ahora lo que desearíais haber hecho entonces: el juicio lo hacemos nosotras ahora”». […]
En sus últimos días, una monja, después de haber estado un poco con ella en su habitación, debía volver a las tareas domésticas; al salir, con la intención de proponerle un tema de elevación en el sufrimiento, le dice: «Madre Josefina, la dejo aquí en su Calvario». Bakhita le respondió: «No en el Calvario; estoy en el Tabor». Entonces, la monja, pensando tal vez en corregirle un conocimiento imperfecto de las Escrituras, le explica: «Al Tabor irá más tarde; ahora, que sufre, está en el Calvario». La respuesta es la misma: «No, no; estoy en el Tabor». […]
«Madre Josefina, ¿no siente el dolor, la contrariedad?», le pregunta alguien, que se asombra de su extraordinaria capacidad de resignación. La respuesta es una gran lección de vida: «Sí, lo siento. Pero, cuando la naturaleza quiere algo, yo digo: “Estate bien, cuerpo mío; te sirven siempre como a una reina, conténtate con lo que tienes. Esta noche, mañana ya veremos”… Evito en adelante, así y poco a poco, el dolor; el deseo se calma. Pienso en los dolores de Jesús y de la Virgen y no escucho ya a la naturaleza».
ZANINI, Roberto Ítalo.
«Bakhita». Milano:
San Paolo, 2000, pp. 123-125.