Los historiadores carentes de sentido religioso suelen tener una visión unilateral a respecto de personas ilustres que tuvieron como eje de su existencia una vida dedicada a Dios. Sin duda, esos biógrafos yerran al apreciar solamente una u otra cualidad de los personajes que retratan, al olvidarse del principio filosófico básico de que «el todo vale más que las partes».
Refiriéndose a Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, no pocos historiadores lo han estigmatizado con calificativos unilaterales —como gran lumbrera de la inteligencia, sol del pensamiento cristiano, pensador inigualable, etc.— expresando partes de la verdad, pero no el todo.
De hecho, cuando consideramos figuras de alto calibre como Santo Tomás, no podemos dejar en un segundo plano el adjetivo de carácter ontológico que, a justo título, precede a tan extraordinario nombre: ¡Santo!
Efectivamente, fue con mucha más propiedad un santo que un erudito, y de poco le habría servido su eminente inteligencia si hubiera dirigido sus esfuerzos intelectuales hacia los hombres y no hacia la gloria de Dios y el beneficio de la Iglesia.
Buena parte de sus acertados juicios, basados en un buen sentido adamantino, tuvieron como fundamento su integridad interior, es decir, su vida virtuosa, de la cual fluyó toda una espiritualidad capaz no sólo de fecundar la Edad Media, sino de extenderse hasta nuestros días, a pesar de los tortuosos caminos que necesitó serpentear de aquí para allá, a causa de las distintas desviaciones ideológicas de la sociedad.
Con esta visión —que tiende a no disociar al santo del estudioso, o bien, al santo del filósofo, sino a considerar que, incluso antes de que la Iglesia hiciera de Tomás de Aquino un fiel intérprete suyo, lo proclamó santo1— pasemos a tratar los rasgos interiores de este varón que siempre mostró una probidad digna de un fiel hijo de Santo Domingo.
Un varón con rasgos psicológicos excepcionales
La imagen que podamos concebir de un Montecasino aún premedieval, en las laderas rocosas del valle Latino, con sus diversos monjes rezando allí, nunca será demasiado poética para que en ella insertemos la de Tomás de Aquino admirando los caminos por los cuales desde la creación se puede ascender hasta el Creador.
Pensativo y recogido, siempre propenso a reflexionar sobre la causa de las cosas, empezaban a modelarse las características de la índole psicológica de Tomás: analítico y observador, casi taciturno, de un temperamento mucho más proclive a lo afable y flemático, iba convirtiéndose en una persona tranquila, equilibrada y exenta de agitación, en consonancia con su aventajado porte.
Tales atributos, lejos de volverlo apático, lo hacían distendido —casi imperturbable— e inclinado a la vida contemplativa, por la que siempre había sentido una especial atracción.
Después de haber ingresado y vivido con fervor en la Orden de Predicadores en Nápoles, de haber estado seis años en París y unos dos en Colonia, su carácter ya estaba formado: hombre de cultura inmensa, cuyo discernimiento de las cosas, de los hechos y de las personas causaba asombro, comienza a ganar reputación, sobre todo a causa de la originalidad de sus apreciaciones, a pesar de su tan característica circunspección.
Aún en el ámbito psicológico, lejos de emprender la osada tarea —y, en este caso, irrisoria— de perfilar los rasgos de un hombre de tanta envergadura, sólo podemos arriesgarnos a describir algo de sus atributos, manifestados con singularidad excepcional en su caligrafía.
Los trazos rectos y marcados expresan una mentalidad definida, cimentada en principios, para quien los sentimientos cuentan muy poco, casi nada, pero que por estar en su debido lugar les dispensan incluso a los desconocidos una apertura simpática y acogedora.
Más notable, sin embargo, es la perfección meticulosa de no traspasar el nivel de las líneas horizontales de su escritura, reveladora de sus maneras finas y gentiles, adecuadas para personas con aguzada paciencia.
A pesar de ello, los límites marginales derechos, raramente respetados por Santo Tomás,2 revelan su bondad, afecta a la prodigalidad, que para nada desatiende a los menos allegados, ya que las líneas iniciales de los bordes izquierdos son seguidas al pie de la letra, infaliblemente.
La fluidez de sus peculiares caracteres —que nos deja desorientados y confusos— simplemente revela la inteligencia impar de este coloso del pensamiento cristiano, para quien las ideas encuentran una facilidad de expresión casi banal…
Esto explica la ausencia de rasgos artísticos o armoniosos, propia de quien se esfuerza en primer lugar por las aspiraciones insaciables de la inteligencia, sin dejar de saberse deficiente y limitado e incluso sin llegar a nada de excéntrico; pero que, en un todo, caracteriza a los genios, cuyos raciocinios les vienen en una franca profusión, en un notable menosprecio de los detalles superfluos.
«Nunca habló sino de Dios o con Dios»
En cuanto a su forma de ser, cabe señalar, no obstante, el cuidado por permanecer discreto; a semejanza de quien teme despilfarrar un precioso tesoro, al hacerlo conocido por muchos, Santo Tomás siempre prefirió hablar poco y expresar sus pensamientos con mesura. Al mismo tiempo, tomaba a Dios por confidente, con quien comenzó a estrechar lazos cada vez más profundos y —quién sabe— misteriosos. De este modo, «en Tomás se verifica lo que se dice de Domingo, su padre y preceptor: nunca habló sino de Dios o con Dios».3
También se cuenta que Tomás, en su época de estudios, era tan discreto con sus talentos que sus compañeros lo llamaron «el buey mudo». Sin embargo, el apodo no le duró mucho tiempo, pues las explicaciones que el Aquinate daba sobre las materias impartidas sorprendían a sus compañeros por su clareza y genialidad. Esto llegó a oídos de San Alberto Magno, que decidió ponerlo a prueba: uno de los profesores debía interrogarlo ante toda la clase sobre una cuestión complicadísima. Se sintió herido en su humildad, pero tuvo que aceptarlo por obediencia. La respuesta fue tan acertada que el maestro llegó a decirle:
—Tomás, ¡estás haciendo el papel del que enseña, no del que aprende!
A lo que el santo le contestó, con toda sencillez:
—Profesor, no veo otra manera de responderle a esa cuestión.
En el estudio o en el trabajo, «Doctor Angelicus»
En contrapartida, antes de hacerse oír en el mundo cristiano, causa admiración la solicitud de Santo Tomás para con sus hermanos espirituales, en la humilde vida monacal de cada día, ya sea por su celo en hacer bien todas las cosas, ya sea por atender a las numerosas consultas de las que era objeto: «Hay quien calcula en dieciséis horas diarias su increíble e insuperable capacidad de trabajo».4 Cabe subrayar que tales consultas podían venir de los más diversos ámbitos: desde el rey de Francia, San Luis IX, o de eminentes eclesiásticos, hasta de simples hermanos suyos de hábito.
Además de llevar una vida repleta de quehaceres, los cuales ocupaban un segundo plano de sus atenciones —ya que primeramente solía estar en pensamientos más altos—, el Aquinate era muy riguroso consigo mismo. Como nos refiere Tocco, Santo Tomás «hacía una sola comida al día»;5 talvez encontraría energías en su ejemplar sobriedad para seguir adelante con su vida intelectual tan activa.
Filosofía leal y realista
Fruto de esta integridad de cuerpo y de alma, «la filosofía tomista es una filosofía leal, realista, donde no hay súbitas y cómodas evasiones hacia misterios que se declaran evidentes, sino progreso racional de lo conocido a lo desconocido»,6 respetando los límites de la razón, hasta donde ella pueda llegar auxiliada por la gracia divina; pero sin trasponer las barreras de lo divino con especulaciones humanas.
Así pues, «ningún autor respeta mejor la necesaria distinción entre ambas [teología y filosofía] —aunque haga de la primera, dentro de una bien ordenada jerarquía de valores, la cúpula de la segunda».7
Santo Tomás es, por lo tanto, honesto en su pensamiento.
Humildad: fundamento de sus virtudes
Cabe mencionar que, en la trayectoria de su vida discreta y luminosa, gran parte de esa honestidad relucirá por medio de otra virtud que es su base y sostén: la humildad.
Humildad que, en la vida cotidiana, se traduce por la docilidad con que trata a sus hermanos de hábito, como nos lo demuestra el siguiente hecho. Un día, un fraile modesto, que no lo conocía, requiere su compañía y lo obliga a emprender una fatigante jornada. Cuando le informan de a quién tiene como compañero, el religioso, confundido, le pide disculpas. Y como los presentes se admiraban ante tanta docilidad, Santo Tomás les hace observar que la perfección de la vida religiosa supone, ante todo, obediencia.
Humildad que, en la aplicación de las potencias humanas de la inteligencia y de la voluntad, no encuentra mejor ejemplo de conducta que en la inocencia de quienes tienen como herencia el Reino de los Cielos (cf. Mt 19, 14), cuando propone la siguiente oración para antes de los estudios: «Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeños, instruye la mía, e infunde en mis labios la gracia de tu bendición».
Asimismo, humildad que, ante los halagos y honores, se viste de desinterés y modestia. Como nos dice Ameal, «no hay nadie tan sencillo, tan natural, como este asombroso desvelador de lo trascendente»8 que, ante las disputadas invitaciones para ser comensal en la mesa de reyes y nobles o para ser consejero de Papas, o incluso para ser heredero de posesiones que le confieren un alto estatus social, lo rechaza todo.
Basta aludir a los siguientes episodios: a instancias de su familia, Santo Tomás fue invitado por el papa Inocencio IV a aceptar los beneficios de la rica abadía de Montecasino; hecho que más tarde, al parecer, fue repetido por Clemente IV. Además, cuántas llamadas al episcopado, a recibir diócesis de las más codiciadas.
Las razones de estas reiteradas invitaciones, ¿no serían el elevado prestigio que alcanzó, la noble sangre que lo distinguía, sus grandes dotes de orador o, quizá, su santidad? Ante todas ellas, la posición evasiva —y asertiva— del «buey mudo» fue la única respuesta que recibieron.9
Piedad: eje de su espiritualidad
Por consiguiente, en el estado religioso, por medio del cual el hombre se somete al hombre por amor a Dios, como por amor al hombre Dios se le sometió, fue donde Santo Tomás quiso vivir y cumplir hasta el final su misión.
Misión que comprendía no sólo la tarea de ser profesor, escritor o consejero de Papas, sino la de hacer universal algo mucho más precioso, algo que se convertiría en el pilar de la catolicidad de la Iglesia y el eje de la espiritualidad de Santo Tomás: la devoción eucarística.
Una devoción tan arraigada y sincera que si le surgía algún problema, su mayor deseo era, antes de resolverlo, ir directamente a la capilla, poner su frente en el sagrario y extraer de Jesús Hostia las luces intelectuales necesarias para solucionar la cuestión.
Por eso, en Cristo escondido bajo los velos del Sacramento, el Aquinate encontraba la fuente segura, cristalina e inextinguible de sus explicitaciones, que hacían más bien a la Iglesia por la piedad con la cual eran abordadas que por la clarividencia con la cual eran expuestas.
No es de extrañar, pues, que la teología tomista se haya convertido prácticamente en la teología de la Iglesia, dado que gracias a Santo Tomás, imbuido de la virtud de la religión, se abrieron a la fe panoramas inéditos, como lo demuestra el estilo arquitectónico que le era contemporáneo, el gótico, expresión material de las mismas verdades señaladas con nuevas armonías, luces y colores.
Prudencia: norma de conduta
Nos edifica constatar cómo un sinfín de las explicitaciones de Santo Tomás encontraban eco en su modo de proceder. No había en él, por tanto, una incoherencia entre lo que predicaba y lo que vivía, todo lo contrario.
Por ejemplo, en consonancia con el principio de que «la virtud humana es un hábito que perfecciona al hombre para obrar bien»,10 el proceder del Doctor Angélico estuvo siempre regido por cierta virtud que, a sus ojos, «es la más necesaria para la vida humana»:11 la prudencia.
Siendo la virtud que perfecciona el intelecto práctico para obrar de manera recta, pero también la que perfecciona la potencia apetitiva en cuanto virtud moral, la prudencia está clasificada por Santo Tomás12 de una forma particular en las dos modalidades de los actos humanos, tanto en los que tienen su origen en la razón como en el apetito.
Por lo tanto, en el intelecto la prudencia es responsable de aconsejar, juzgar y decidir bien, pero como se aplica a la acción, depende igualmente de la voluntad.13
Ahora bien, ¿cómo no ver en Santo Tomás un hombre de refinada prudencia?
En cuanto niño, prudente alpreguntar, a fin de oír de los más experimentados la razón de ser de las cosas; en cuanto joven, prudente al ser circunspecto, gozando de la facilidad de descubrir rápidamente un gran número de soluciones a los problemas; en cuanto hombre maduro, prudente al hacer caso de la opinión de los más concienzudos —cuyo máximo ejemplo está en la Suma Teológica, al recurrir siempre a la autoridad de los Padres de la Iglesia.
Como si esto no bastara, en cuanto religioso, prudente al no aceptar los vínculos con el mundo y la carne; y, más admirable aún, prudente al saberse falible, aceptando como única amistad indisoluble la que había entablado con la Sabiduría —amiga de la prudencia, poseedora de una ciencia profunda (cf. Prov 8, 12)—, de la cual sorbió los medios necesarios para el cumplimento de su ingente vocación.
«El Señor me reveló el secreto de una ciencia superior…»
Próximo a la muerte, agraciado con favores sobrenaturales y ya alienado de este mundo, Santo Tomás resumió con elocuencia el estado de espíritu con el cual partía hacia la eternidad:
«Le pedí [a Dios] que me llevara de este mundo, a mí, su indigno siervo, en la condición humilde en que me encontraba, y que ningún poder transformara mi vida confiriéndome alguna dignidad. Podría aún, sin duda, hacer nuevos progresos en la ciencia y ser, por la doctrina, útil a los demás. Pero, por medio de la revelación que me fue hecha, el Señor me impuso silencio, puesto que ya no podía enseñar más, como sabes, después de que le pluguiera revelarme el secreto de una ciencia superior».14
Valiéndonos, por tanto, de un principio atribuido a él, de que «primero está la vida, después la doctrina, porque la vida conduce a la ciencia de la verdad»,15 contemplemos en algunos de los siguientes artículos un preludio de esta ciencia superior, expuesta en su doctrina. ◊
Notas
1 Aludimos al hecho de que Santo Tomás fue canonizado el 18 de julio de 1323, cincuenta y un años nada más después de su muerte, y que como doctor de la Iglesia solamente fue reconocido en 1567.
2 Se ha tomado como parámetro de observación la siguiente composición caligráfica del santo: cod. Autogr. F. 101va 1-27, referente a la q. 6, a. 1 y q. 3, ad 1-4 del Super De Trinitate.
3 PÍO XI. Studiorum ducem.
4 AMEAL, João. São Tomás de Aquino. Iniciação ao estudo da sua figura e da sua obra. 3.ª ed. Porto: Tavares Martins, 1947, p. 131.
5 GUILHERME DE TOCCO, apud AMEAL, op. cit., p. 136, nota 2.
6 AMEAL, op. cit., p. 147.
7 Ídem, ibidem.
8 Ídem, p. 117.
9 Cabe señalar que, ya reconocido por muchos de sus contemporáneos como una lumbrera, Santo Tomás acabó ejerciendo la triple tarea de profesor, escritor y consejero de Papas. No obstante, el santo nunca aceptó ningún tipo de dignidad u honor eclesiástico.
10 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q. 58, a. 3.
11 Ídem, q. 57, a. 5.
12 Cf. Ídem, ibídem.
13 Cf. Ídem, I-II, q. 58, a. 4; II-II, q. 47, a. 1-4.
14 GUILHERME DE TOCCO, op. cit., p. 146.
15 PÍO XI. Studiorum ducem.
Santo Tomás, gracias por dejarnos tu legado, leer tu vida, realmente ha sido como un bálsamo para mi corazón alejado por un gran tiempo del Espíritu Santo, de la Santísima Virgen María, ejemplos de humildad.
Sus vidas, me hacen nuevamente comenzar desde nunca debí haber salido, del camino del Señor.
Cabe señalar, que Dios me envió varias cruces y la más hermosa el haberme elegido como madre de un hijo discapacitado, sin escuchar nada por un oído y por el otro un 20% , esto me llevo a recurrir a muchos médicos y siempre me dieron un diagnóstico lapidario, » Su hijo, es deficiente mental» pero su madre, le creyó a Jesús, ella nunca sintió que su hijo tuviera ese problema y Jesús, me lo reafirmaba y juntos los tres salimos adelante. Hoy mi hijo cursa el octavo semestre de la carrera Ciencias Religiosas y Pastorales, en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Aún no se recibe, pero junto a Jesús seguimos caminando unidos.
Hoy ya tengo más tiempo, pero menos vida y mi lucha será incesante, para regresar a lo Divino, recuperar en algo el tiempo que debo ir a adorar al Santísimo.
Gracias Virgencita María, gracias Santo Tomás, por tener la oportunidad de ver en ustedes, la humildad, la sencillez de corazón y por sobre todo, la obediencia y la serenidad.
Gracias Padre Celestial por todo y por tanto.
¡SALVE MARÍA!
Santo Tomás es y será lo más grande en filosofía y teología. Qué su humildad sea un ejemplo para quienes siguen sus pasos.
Gracias por tan lucido artículo.