La solicitud del P. Bertrán por los intereses temporales de su comunidad era tan sólo un reflejo de una solicitud mucho más tierna por la perfección espiritual de aquellos que estaban a su cargo. […]
Un religioso, que había recibido el hábito en el convento de San Onofre, le contó al P. Antist su propia experiencia con San Luis como superior. «En tiempos de mi profesión —decía— hice una confesión general con el P. Bertrán. Al llegar a cierto pecado que había cometido en mi vida pasada, dudé por vergüenza. El buen padre exclamó: “¿Vas a actuar como Judas al no acusarte de este pecado?”. Y mencionó exactamente el pecado que me hacía culpable. Después de esto tenía miedo de aparecer en su presencia, porque evidentemente él conocía todas las faltas que había cometido estando completamente solo. A menudo me lo advertía. Por ejemplo, una vez escribí una carta sin permiso, a escondidas en mi celda, y el padre prior me dice: “Has escrito una carta”. En otra ocasión me desveló una falta completamente oculta en la que había caído; al expresarle mi asombro, me contesta: “No te preocupes. Sólo te lo he dicho para que no tengas dificultad en confesármela a mí, que ya la conozco”». […]
Esa maravillosa prerrogativa podría causar cierto estupor. De hecho, si tal poder lo ejerciera un hombre común y corriente, cuán insoportable sería que nuestros pensamientos más secretos fueran leídos por él como la página abierta de un libro. Pero este don divino, reservado a los santos, empleado siempre con toda mansedumbre, humildad y caridad, en beneficio de las almas, ha de inspirar en todos los religiosos de buen espíritu una confianza inmensa.
WILBERFORCE, OP, Bertrand.
The Life of St. Lewis Bertrand.
London: Burns and Oates. 1882, pp. 242-246.