Cuando María vive en alguien, no es Ella quien vive, sino que es Jesucristo el que vive en ese alguien. Y establecer límites a Nuestro Señor sería un auténtico absurdo. Por lo tanto, debo querer una entrega ilimitada a la Santísima Virgen.
Esa entrega supone, ante todo, un arrobamiento total, seguido de una veneración y de una ternura completas.
Desde esa perspectiva, la actitud perfecta es darlo todo, darse a sí mismo, por exigencia del arrobamiento y como necesidad de supervivencia, para no decaer en la vida espiritual, hasta el punto de amar el espíritu que Nuestro Señor puso en María, de modo a querer ser para Ella como Eliseo lo fue para Elías.
Si estoy enteramente unido a Nuestra Señora, tendré la gracia inefable de unirme a Nuestro Señor Jesucristo.