Al contemplar la imagen de la Madre del Buen Consejo y ver al Niño Jesús tan protegido y tan agarrado a Ella, desearía que un rayo de gracia descendiera sobre cada uno de nosotros y nos llevara a entender que así deberíamos ser con respecto a Nuestra Señora: hijos intimísimos, convencidos de que su misericordia no se cansa nunca, que su perdón jamás nos es negado y que su sonrisa maternal casi nos precede tan pronto como nos dirigimos a Ella. De hecho, la gracia misma de recurrir a María Santísima nos es concedida por su intercesión. De ahí, una confianza sin límites y continua en su bondad, en todas las ocasiones, en cualquier circunstancia, de todas las maneras.