Serena, solícita, maternal

Consoladora y madre incansable, Dña. Lucilia tiene la solución adecuada para cada problema, el auxilio inmediato, y a menudo inesperado, para socorrer a quienes confían en su intercesión.

Muchos devotos de Dña. Lucilia dan fe de que, en momentos de prueba o angustia, invocar la presencia de esta bondadosa dama es capaz de calmar, curar, remediar; en definitiva, irradiar benéficos rayos de luz en medio de las oscuras tempestades de esta vida.

Doña Lucilia vence los obstáculos en algunas almas, supera indiferencias en otras, y nunca deja de socorrer a quien implora su auxilio.

Doña Lucilia sabe amoldar su acción a las dificultades de todos: vence mansamente los obstáculos y las oposiciones que encuentra en algunas almas, supera incomprensiones e indiferencias de otras y nunca deja de socorrer a quien implora su auxilio.

Una prueba de ello la encontramos en el testimonio de Sonia Ivonete da Silva Santos, que conoció a los Heraldos del Evangelio en 2021, en Recife (Brasil).

Diagnóstico grave e inesperado

A pesar de haber oído numerosos hechos sobre la vida de Dña. Lucilia y de la devoción privada que muchos le profesan, Sonia no se sentía inclinada a confiar en su intercesión, pues la consideraba una señora corriente y estimaba que las historias acerca de su existencia eran meras anécdotas, que no tenían ningún impacto en su corazón.

Sin embargo, a través de sus hijas, poco a poco, fue conociendo mejor a Dña. Lucilia y, como una semilla que germina a escondidas, comenzó a florecer en su interior una entrañable devoción, a causa de una necesidad de salud: «Acababa de tener una hija y mi recuperación era muy, muy lenta. En lugar de deshincharme, me hinchaba cada vez más, y estaba somnolienta, muy cansada, hasta el punto de que hubo momentos que dormía de pie».

Sonia da Silva Santos, sostiene en sus manos una foto de Dña. Lucilia

Ante la sospecha de que se tratara de una complicación de salud más seria, Sonia consultó a un especialista, quien le diagnosticó una miocardiopatía periparto, una enfermedad rara y grave derivada del embarazo, que había que investigar. «Me hice algunas pruebas —relata ella— y se descubrió que, además de la miocardiopatía periparto, había sufrido un infarto sin saberlo. Entonces, necesitaba un cateterismo para evaluar la gravedad del problema, porque ya no podía llevar una vida normal, debido al cansancio y la somnolencia».

Ahora bien, su seguro médico denegaba sistemáticamente la autorización para realizar el cateterismo. Pasaron cuatro meses de solicitudes y rechazos: llamaba por teléfono a la compañía aseguradora y ésta le daba respuestas negativas, alegando que tal procedimiento sólo podría hacerse si estuviera sufriendo un infarto.

Cuando Sonia percibió que los obstáculos eran insuperables, se acordó de las historias sobre Dña. Lucilia…

Cuando, finalmente, Sonia se dio cuenta de que los obstáculos eran insuperables, se acordó de las numerosas historias que había oído sobre el auxilio maternal de Dña. Lucilia

Primera gracia: una prueba agendada inexplicablemente

Continúa su relato: «Recuerdo que un día mis hijas dijeron que se acercaba el mes de abril, el mes del cumpleaños de Dña. Lucilia y del aniversario de su entrada al Cielo. Así que, cuando llegó el 21 de abril, abrí los ojos por la mañana y grité: “Doña Lucilia, si de verdad está en el Cielo, obténgame la gracia de que me llamen del seguro médico, autorizando que se me haga la prueba”. Ese mismo día, a las cuatro de la tarde, me encontraba en el trabajo cuando sonó el teléfono:

»—Doña Sonia, le llamo de parte de su seguro médico. Usted tenía programada una prueba en el hospital y no ha acudido… Queríamos saber por qué.

»—¡¿Que tengo programada una prueba?! —le dije.

»—Así es. Tiene una prueba agendada y nos hemos dado cuenta de que no se ha presentado. ¿Le ha ocurrido algo?

»—No, pero esa prueba no puede estar programada porque la autorización me la está denegando el seguro desde hace unos meses y…

»—Ah, no. Esa prueba sí está autorizada. Puede venir usted a hacérsela en cualquier momento.

»¡Eso era imposible! ¿Cómo iba a estar liberado si los papeles estaban conmigo? Ni siquiera me había acercado a la aseguradora; nada más que eran llamadas telefónicas solicitando la confirmación y ver si podía llevar los papeles para la liberación… Entonces lo supe: ¡había ocurrido el milagro!».

Nuevas dificultades superadas por Dña. Lucilia

Aunque los obstáculos todavía no se habían superado del todo. Sonia acudió al hospital el sábado para hacerse la prueba, según lo acordado. Una vez allí, no obstante, la empleada de la recepción le dijo que el cateterismo sólo podía realizarse en casos de urgencia.

Sonia insistió: «¡Pero si he recibido una llamada del hospital informándome de que la prueba había sido autorizada!». La recepcionista le pidió que le expusiera su caso a la enfermera jefe, quien también le dijo que esa prueba sólo se realizaba en casos de urgencia. Sin embargo, se mostró dispuesta a presentar el asunto al cardiólogo de guardia, que justo en ese momento salía del quirófano.

Prosigue Sonia: «Fui con mis papeles adonde estaba el cardiólogo y me quedé en la sala de espera, pidiendo una vez más la intercesión de Dña. Lucilia y de la Santísima Virgen. La enfermera volvió sonriendo:

»—Doña Sonia, ¿usted cree en la Providencia divina?

»—Sí, creo.

»—Mire, el médico ha dicho que se dirija usted a la recepción y siga el procedimiento de ingreso, porque hoy mismo le va a hacer el cateterismo. ¡Le ha tocado uno de nuestros mejores cardiólogos!».

De hecho, era la bondadosa Dña. Lucilia la que intercedía ante Dios por esa hija suya. Y no sólo cuidaba de su salud corporal, sino sobre todo de su vida espiritual:

«Me hospitalizaron el sábado, pero, como llegaron algunos casos de urgencia, no fue posible realizar mi intervención ese día, sino el domingo. Vi en este hecho una vez más la acción de la Divina Providencia en mi vida, porque tuve tiempo de llamar por teléfono y pedir que un sacerdote fuera al hospital, porque quería confesarme y recibir la Unción de los Enfermos y a Jesús Eucarístico.

»Finalmente se realizó la intervención de cateterismo. Ya estaba en mi habitación, recuperándome, cuando entró el médico para preguntarme si todo iba bien y decirme que la prueba se había hecho con éxito, sin complicaciones. Cuando llegó al corazón, se percibía que efectivamente había ocurrido un infarto y había quedado como una cicatriz, pero que el problema ya no existía. Sonreí y acredité que se había obrado otro milagro».

Un favor más: una curación completa

«Cuando fui a mi cardiólogo con este informe médico, se quedó impresionado y me dijo: “Esperaba recibir a una paciente muy debilitada, que iría a depender de la medicación por el resto de su vida, que ya no podría llevar una vida normal como antes, pues había visto los resultados de sus otras pruebas y constaté que su caso era muy grave. Pero confío plenamente en este informe que tengo en mis manos, porque usted ha tenido a uno de los mejores cardiólogos que conozco. ¡Fue mi profesor en la universidad!”».

Aun así, el médico solicitó otra prueba más, cuyo resultado confirmó los anteriores. Entonces dio por zanjado el asunto y le dijo a Sonia: «¡Su corazón es un corazón de atleta, trabaja muy bien! Puede usted seguir una vida normal, incluso hacer ejercicio, porque su corazón funciona muy bien».

Agradecida y contenta de haber encontrado en Dña. Lucilia, más que un auxilio, una verdadera madre, Sonia se despide en estos términos:

«Por intercesión de Dña. Lucilia recibí la gracia de que me hicieran la prueba, porque ella misma me lo agendó, y además recibí la gracia de la curación. Así que sólo tengo que agradecérselo y confiar en ella cada vez más».

La pérdida de una madre, el encuentro con otra

Desde tierras ecuatorianas nos escribe María Eugenia Ponce deseando agradecerle a Dña. Lucilia su intercesión en un período de gran dificultad que atravesó, cuando falleció su madre:

«Soy hermana de un miembro de la asociación Heraldos del Evangelio, de Ecuador. En abril de este año murió, con 104 años, mi madre, Lía Montesinos de Ponce, que fue esposa fiel y madre abnegada de diez hijos.

María Eugenia Ponce con su madre, Lía Montesinos, y su hermano Gustavo

»En su último cumpleaños, recibió la visita de sus hijos, nueras y nietos. Celebramos la fecha con una hermosa eucaristía, a la que ella asistió con devoción, rosario en mano. En esa ocasión, mi hermano heraldo le llevó un ejemplar de la revista Heraldos del Evangelio, con un artículo sobre la vida de Dña. Lucilia, con quien no teníamos mucha relación. Le enseñó la foto de cerca y desde el primer momento hubo mucha empatía. Mi madre comentó: “¡Qué señora tan distinguida! ¡Sus cabellos son blancos como la nieve! Parece que está llorando, pero al mismo tiempo tiene una sonrisa preciosa. Parece muy serena y amable, una mujer de paz”.

»Mi hermano le contó que Dña. Lucilia tenía un pariente ciego al que, para ayudarlo y consolarlo, lo invitaba a menudo a cenar. Hablaban de lo que más le gustaba y, cuando veía que se le estaba acabando el plato, ella iba por un lado, sin que su pariente lo percibiera, y le servía más. Mi madre comentó: “¡Qué amable es esta señora! ¡Qué encantadora es!”.

»En mi opinión, hubo un “clic” entre las dos, y Dña. Lucilia probablemente quería tenerla cerca, porque mi madre murió con mucha paz el 22 de abril —aniversario del nacimiento de Dña. Lucilia—, lo que me parece muy significativo».

Unos días después, María Eugenia telefoneó a la propietaria del piso donde había vivido con su madre hasta entonces, porque se veía obligada a abandonarlo, al no poder asumir ella sola el pago del alquiler. Al principio, la propietaria se mostró inflexible: le expresó sus condolencias por la muerte de Lía, pero le anunció que tenía que subirle el importe de la renta. Entonces, con gran pesar, María Eugenia le comunicó que la llamada era precisamente para rescindir el contrato.

«Mientras hablaba con la propietaria, miré una foto de Dña. Lucilia y le pedí ayuda. Y la mujer tuvo un cambio radical de actitud»

Sin embargo, Dña. Lucilia velaba por esa buena hija que aún lloraba la pérdida de su madre terrena y acudió a socorrerla en tan dolorosa situación. María Eugenia narra: «Mientras hablaba con la propietaria, miré una foto de Dña. Lucilia para pedirle ayuda. Y, ¡oh, sorpresa!, la mujer tuvo un cambio radical. Mientras cogía la foto de Dña. Lucilia y la ponía al lado del teléfono, escuchaba asombrada: “Pero, María Eugenia, no puedes dejar el piso. ¿Cuánto puedes pagar?”».

La cantidad de la que disponía era menos de la mitad del alquiler que pagaba con la ayuda de su madre. A pesar de ello, la propietaria del piso no vio ningún obstáculo para modificar el contrato, por lo que María Eugenia pudo permanecer en la misma vivienda, pagando un precio casi simbólico en concepto de alquiler.

La llamada telefónica terminó con ambas profundamente conmovidas, y María Eugenia nos escribe llena de gratitud:

«Me estremecí de emoción y exclamé al colgar el teléfono: “¡Esto es un milagro de Dña. Lucilia!”. Una gracia que no me canso de agradecerle y de contar a todos los que puedo. Doña Lucilia ahora forma parte íntima de mi vida».

Solución para un problema cardíaco

Hay ciertas dificultades que nos afligen con mayor intensidad en la medida en que no vislumbramos una solución para ellas… Es lo que ocurre, por ejemplo, con ciertos problemas de salud, casi siempre inesperados, que nublan nuestra paz interior. Pero Dña. Lucilia, amante de la serenidad de espíritu que tanta falta le hace a los hombres de nuestro tiempo, sabe prestar la ayuda necesaria, pacificando los corazones y, si es preciso, curando los cuerpos.

Esto es lo que nos cuenta Gentil da Silva Cunha, feligrés de una de las capillas a cargo de los Heraldos del Evangelio de Mairiporã (Brasil):

Gentil da Silva, con el informe médico de aprobación en su mano

«Hace unos meses pasé por muchas dificultades, con problemas de salud. Debía operarme y para eso me tendrían que anestesiar, pero el anestesista no me aprobó, porque tenía el corazón muy hinchado. Pasé un período muy nervioso y angustiado, realmente angustiado. Cuando fui al cardiólogo, le llamé la atención porque, conociendo mi problema, no me había puesto ninguna medicación. Volví a casa más preocupado, más nervioso y con más ansiedad. Y no podía dormir por la noche».

En medio de esta aflicción, Gentil recibió la Unción de los Enfermos y le aconsejaron que pidiera la intercesión de Dña. Lucilia para solucionar su problema. Comenzó entonces una relación filial, ya que no sólo rezaba, sino que mantenía un diálogo constante con su intercesora, en medio de todos sus quehaceres. Unos días después, se sintió inspirado a consagrar su corazón al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, para obtener la curación por intercesión de Dña. Lucilia.

«Recurrid a ella con fe y con amor. Doña Lucilia es una gran intercesora ante el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María»

Hizo la consagración y nos cuenta el buen resultado: «Hoy doy testimonio de la gracia alcanzada por intercesión de Dña. Lucilia. Gracias a Dios, me encuentro muy bien y ya estoy preparado para la operación. Aquí tengo en mis manos el informe médico de la aprobación para llevárselo al anestesista».

Y así concluye Gentil sus palabras: «Hermanos míos, hermanas mías, vosotros, que quizá todavía no habéis oído hablar de Dña. Lucilia, o ya habéis oído, pero aún no recurrís a ella, acudid a ella con fe y con amor. Doña Lucilia es una gran intercesora ante el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María». ◊

 

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