¿Quién es mi amigo de verdad?

Cuando estaba a punto de salir, el joven tuvo una brillante idea: «¡Ya sé! Voy a llevarme a mis dos amigos conmigo». ¿Cómo se comportarían éstos durante las duras jornadas en el campo de batalla?

El gallo Sveglio cantaba anunciando los albores de una mañana más en la granja de Francesco Belincaza:

¡Quiquiriquí! Vamos, amigos, ¡despertad! El sol ya brilla para nosotros. Un hermoso y feliz día nos espera.

¡Muuu, muuu!se quejaba la vaca Arabela—. Espera un poco, te anticipas mucho con tus horarios. Aún es demasiado temprano.

Tacatá, tacatá, tacatá, llegaba el elegante caballo Bonifacere.

—Pero ¡¿qué es eso?! —intervino—, ¡ya es la hora de levantarse! El deber nos llama. Además, he oído que hoy recibiremos un importante aviso, con motivo de algo que no he entendido bien…

¡Guau, guau!ladró con fuerza Fidele, el perro de la familia—. ¿De verdad? ¿Será bueno o malo?

—Ni idea. Habrá que esperar a que nuestro amo nos diga qué va a pasar —respondió Bonifacere.

Bonifacere les contó a todos la noticia: «Hoy recibiremos un importante aviso…»

Entonces, comenzaron sus labores cotidianas, aguardando ansiosamente las novedades. En torno a las ocho de la mañana, Francesco tocó la campanilla y reunió a todos los animales alrededor suyo.

—¡Buenos días! ¿Todo bien por aquí? ¡He venido a daros una excelente noticia! Mañana es el cumpleaños de mi querido nieto Fillipo, que ya tendrá 18 años. Quiero regalarle algo que esté en el fondo de mi corazón, así que le dejaré que elija dos animales de mi granja.

Todos se sometieron alegremente en pintoresca «sinfonía». En seguida aparecieron los ayudantes del viejo granjero, quienes debían dejar a cada animal en el más perfecto orden.

Y ese día transcurrió ¡con gran expectación! ¿Quién sería el elegido? A pesar de lo mucho que extrañarían al patriarca, amaban de todo corazón a sus descendientes.

La noche pasó rápido. Por la mañana, la granja estaba hermosamente engalanada y repleta de invitados. Grandes terratenientes, familias amigas de siglos, se reunieron para celebrar el decimoctavo cumpleaños de Fillipo Belincaza. Después de cantarle las felicitaciones, llegaba el momento de los regalos. Se acercó entonces el anciano abuelo y, cogiendo a su nieto del brazo izquierdo, le dijo:

—Pippo, ¡tú tienes futuro! Por eso, quiero darte dos de mis animales para que los cuides. Así te irás acostumbrando poco a poco a ser un granjero de pro, ¡como tu abuelo!

Fillipo quedó muy conmovido por la «renuncia» que su abuelo hacía y se fue con él al sitio donde se encontraban los animales. Todos lo complacieron —por cierto, ¡estaban perfumados y elegantes como nunca!—, pero acabó eligiendo al caballo y al perro.

Tras los primeros días de adaptación, las mascotas se sentían muy felices con su nuevo dueño. Fidele lo cubría de caricias; era leal en todo momento, ayudaba a defender la casa y lo alegraba en el día a día. Bonifacere, por su parte, se mostraba más discreto, pues permanecía fuera de la casa; sin embargo, seguía siendo muy querido, ya que servía para ganar competiciones, recibir bonitas medallas y dar agradables paseos.

Los años pasaban uno tras otro. Fillipo tuvo otras fiestas de cumpleaños y nuevas responsabilidades recaían sobre sus hombros. Los animales iban quedando en segundo plano y ya no recibían las atenciones de antes. No obstante, el afecto recíproco no disminuyó en absoluto.

Un día, cuando el joven contaba con 22 años, se publicó en la ciudad una convocatoria en la que se requería a todos los hombres de entre 18 y 50 años a que ayudaran en las guerras que convulsionaban el país. El ejército nacional ya había perdido numerosos soldados. Los albergues eran precarios, no se podían llevar muchas cosas, sólo lo necesario. La salida sería en una semana.

El joven y sus padres leían atentamente el doloroso aviso. Cesare Belincaza, padre de Fillipo e hijo de Francesco, estaba en el rango de edad de los convocados a filas, pero no andaba bien de salud y, por tanto, no podía ir al campo de batalla. Sin embargo, Fillipo tenía que alistarse.

Con el corazón en un puño, aunque dispuesto a defender la patria donde Dios le había hecho nacer, se fue inmediatamente a preparar su equipaje.

Entonces, surgió la pregunta: ¿qué llevar contigo? Sabía que no podía acarrear con mucho… Analizaba sus pertenencias y pensaba: «¿Libros? No habrá tiempo para leer. ¿Papel y lápiz? Sí, son importantes, para escribirles a mis parientes. ¿Ropa? Recibiré uniformes en el frente».

Cuando estaba a punto de salir, tuvo una idea: «¡Ya sé! Voy a llevarme a Bonifacere conmigo. Es veloz e inteligente, será un buen caballo en el combate. También me llevaré a Fidele: sabrá defenderme en momentos de peligro y yo puedo enseñarle a olfatear al enemigo y los lugares minados».

Finalmente, Fillipo se despidió de sus padres, de sus hermanos, de su abuelo Francesco y se marchó.

Durante el viaje, los dos animales conversaban:

—Entonces, Fidele, ¿preparado para la guerra?

—¡Oh, Bonifacere! A la vejez tendré que aprender a afrontar el peligro. ¡Nunca me lo imaginé!

Así es —continuó su amigo—, yo tampoco. Sólo soy un humilde caballo de paseo. ¡Pero adelante, Fidele! ¡Que es para ayudar a Fillipo!

—¡Claro, voy a dar lo mejor de mí por él! —concluyó el perro.

Al llegar al campo de batalla, el impacto fue muy fuerte. ¡La pelea era encarnizada! Fillipo montó rápidamente en Bonifacere y luchó con valentía; Fidele también se entregó al máximo, pues cuando un oponente se acercaba ladraba ferozmente y mordía sin piedad. Hasta el momento en que el choque se volvió más serio: la defensa no era suficiente, ¡había que atacar! Y eso fue en medio del estallido de las bombas y fragmentos de edificios derrumbándose. Bonifacere no lo dudaba y seguía adelante, guiado por su dueño. En cambio, Fidele…, asustado, huía y se escondía para mantenerse sano y salvo. ¡¿Qué clase de amigo era ése, que abandonaba a su compañero en la hora más trágica?!

Fillipo y Bonifacere volvieron de la guerra condecorados por su valentía. Fidele regresó avergonzado, sin ni siquiera una magulladura…

Cuando acabó la guerra, Fillipo regresó a casa condecorado con medallas en honor a su valentía. Bonifacere también volvió galardonado con insignias de reconocimiento del ejército. Sin embargo, la grandeza de ambos estaba en las cicatrices que marcaban sus cuerpos, demostrando cómo se habían expuesto valientemente por su nación. Fidele, no obstante, avergonzado y con la cabeza gacha, se dirigió a su perrera sin ni siquiera una magulladura

Querido lector, ¿quién fue realmente el mejor amigo de Fillipo? Antes, los dos animales le daban alegría y diversión. Más tarde, sólo uno fue capaz de sufrir con él.

Lleve siempre consigo esta verdad: no siempre los mejores amigos son los que nos acarician, nos hacen felices en los días tranquilos y se muestran fieles durante la bonanza. Un auténtico amigo es aquel que en la hora de la dificultad está a nuestro lado, nos anima y nos fortalece en las batallas que atravesamos. Cuando encuentre a una persona así, podrá decir: «¡Tengo un amigo de verdad!». ◊

 

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