¿Quién como la Esposa del Espíritu Santo?

Muchos teólogos se centraron en la figura de la Virgen, otros en la del Espíritu Santo. Sin embargo, sobre sus esponsales con el Paráclito, muy pocos se han aventurado a estudiarlo… En efecto, se trata de un misterio inalcanzable para la parva inteligencia humana, pero, con la inspiración del Consolador y de su Esposa, buscaremos esbozar algunos de sus elementos.

El pecado original sobrevino por la primitiva pareja. Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Teológica. I-II, q. 81, a. 5) dilucida que la mancha de esta transgresión sólo se transmitió a la posteridad porque Adán siguió a su mujer, Eva, en la falta. Aunque también sucedería lo mismo si sólo Adán hubiera incurrido en el pecado, el hecho es que éste consistió en una culpa conyugal —palabra que etimológicamente significa con el mismo yugo—, a raíz de la cual ellos y sus descendientes empezaron a llevar un como que «yugo del pecado».

Ahora bien, para reparar esta ofensa y aliviar esta «carga» fue necesario establecer una nueva alianza esponsalicia. Así, desde su Inmaculada Concepción, María fue predestinada a unirse al Paráclito. Y los años que precedieron a la Encarnación constituyeron el impoluto «noviazgo» de ese purísimo desposorio de la Virgen de las vírgenes con el Espíritu de castidad. En la Anunciación, la «llena de gracia» (Lc 1, 28) se unió al Autor de la gracia, la Madre inocente con la Inocencia… El Cielo, en fin, bajó a la tierra. Tan excelsa fue esta unión que engendró al propio Hijo de Dios.

La fecundidad de este sagrado enlace engendra también otros hijos para el Padre, que son reconducidos a Él —reditus, en lenguaje teológico. En efecto, cual nueva Rebeca (cf. Gén 27), María encamina a sus hijos, los nuevos «Jacob», ya no hacia Isaac, sino al Padre eterno y, al mismo tiempo, aplasta a la serpiente y a su descendencia inicua, los «Esaú».

Durante su etapa terrena, la Santísima Virgen se asoció cada vez más al Paráclito, de tal manera que, en palabras de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, Ella se volvió «como un solo espíritu con su divino Esposo». Sus gestos, su mirada, sus palabras se unieron en un vínculo indisoluble con la tercera Persona de la Santísima Trinidad, haciendo de Ella, por así decirlo, el rostro visible del Consolador para los hombres. Después de la Asunción, los lazos matrimoniales de María con el Espíritu Santo se sublimaron, engendrando aún más hijos. Ahora bien, sabemos que el sacramento del Matrimonio pretende ser colateralmente —como comenta el Concilio de Trento— un remedio para la concupiscencia, lo que no se aplica, obviamente, a la Madre Purísima. De donde se concluye que su santísimo connubio tuvo como objetivo remediar —redimir, por tanto— los pecados de la humanidad.

No se puede negar que Nuestra Señora es Corredentora, ya que su consorcio con el divino Espíritu engendró al Redentor. Tampoco se puede dudar de que Ella es Mediadora de todas las gracias, pues por su intermedio tuvo lugar la mayor efusión de gracias: Pentecostés. Además, con María el Paráclito forjó a los mártires, inspiró a los doctores, sostuvo a las vírgenes, consolidó a la Iglesia y a sus elegidos a lo largo de los siglos.

De ello se deduce que por intercesión de la Santísima Virgen el Consolador suscitará también a los apóstoles de los últimos tiempos profetizados por San Luis María Grignion de Montfort. Y así, a la manera de un nuevo «Pentecostés», gracias inéditas rebosarán de la plenitud del Inmaculado Corazón de María al Cuerpo Místico de Cristo y al mundo, preludio del Reino de Nuestra Señora, es decir, del Reino del Espíritu Santo. ◊

 

María Auxiliadora – Casa de los Heraldos del Evangelio, Quito

 

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