Que el buen ángel custodio vele sobre ti. Él es tu conductor, que te guía por el áspero sendero de la vida. Que te guarde siempre en la gracia de Jesús, te sostenga con sus manos para que no tropieces en cualquier piedra, te proteja bajo sus alas de las insidias del mundo, del demonio y de la carne. Tenle gran devoción a este ángel bienhechor.

¡Qué consolador es el pensamiento de que junto a nosotros hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni un instante ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar! Este espíritu celeste nos guía y nos protege como un amigo o un hermano. Es también consolador saber que este ángel reza incesantemente por nosotros, ofrece a Dios todas las buenas acciones y obras que hacemos; y nuestros pensamientos y deseos, si son puros. Por caridad, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente y siempre pronto a escucharnos y más todavía para consolarnos.

¡Oh, feliz compañía, si supiésemos comprenderla! Tenlo siempre delante de los ojos de la mente, acuérdate frecuentemente de su presencia, agradéceselo. Ábrete y confíale todos tus sufrimientos. Ten constante temor de ofender la pureza de su mirada. Él es tan delicado ¡y tan sensible! Pídele ayuda en los momentos de suprema angustia y experimentarás sus benéficos efectos.

No digas nunca que estás sola para luchar contra tus enemigos. Nunca digas que no tienes a quién abrirte y confiarte. Sería una grave ofensa a este mensajero celeste.

Carta de San Pío de Pietrelcina a Ana Rodote, 15/7/1915.

 

En la foto destacada: San Pío de Pietrelcina rodeado de niños después de una Primera Comunión

 

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2 COMENTARIOS

  1. Día a día vivimos una batalla, del mismo modo que cada día, en cada instante se está librando una batalla por nosotros, en la que está en juego nuestra salvación.
    ¡Infinita Misericordia de Dios! Que manda delante de nosotros un ángel, para que guarde nuestros caminos y nos conduzca hasta Él. Pues es implícito, que por amor a Dios, y a su Santa Madre, María, Reina de los ángeles, tengamos bien presente a nuestro dulce Custodio que incesantemente lucha por nosotros contra los enemigos del alma, y es que arde en amor por nosotros que le hemos sido confiados, para responder y glorificar a Dios y a la Santísima Virgen en un santo servicio coronado de fidelidad, compartiendo con el Creador el gozo de la salvación de cada uno de sus hijos.

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