Pródigo desvelo materno

Doña Lucilia siempre ha ayudado, con maternal solicitud, a numerosas personas que con confianza piden su protección.

«Jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos». Estas palabras de la oración del Acordaos también se pueden aplicar a una gran devota de la Santísima Virgen como lo fue Dña. Lucilia, siempre dispuesta a acoger maternalmente a quienes van a cobijarse bajo su chal. Innumerables son los favores obtenidos gracias a su intercesión, en virtud de los cuales viene siendo cada vez más conocida.

Superando sucesivos obstáculos

Ana Lucilia en el auge de las complicaciones médicas

La solicitud de esta entrañable señora se manifestó recientemente en la familia de Nathalie Rojas Maceo, residente en Santo Domingo (República Dominicana). Tras sufrir varias complicaciones durante el nacimiento de su segundo hijo, Nathalie tuvo que enfrentarse una vez más a diversas dificultades en la gestación de Ana Lucilia, la tercera hija del matrimonio.

Nos cuenta que en los primeros cinco meses de embarazo «el líquido amniótico no aumentaba, sino que se reducía». En consecuencia, los médicos le recomendaron reposo absoluto y le recetaron numerosos medicamentos de uso diario. Además, tendría que ir a la consulta semanalmente. Si el tratamiento no surtiera el efecto deseado, habría que practicar el parto por cesárea y la probabilidad de que el bebé sobreviviera era casi nula.

Ana Lucilia poco antes de recibir el alta hospitalaria

Como la familia ya había experimentado la valiosa intercesión de Dña. Lucilia en el caso de su segundo hijo, Nathalie no dudó en recurrir nuevamente a esta buena madre, con la plena confianza de que acudiría en su auxilio en una situación tan deprimente. Y eso es lo que ocurrió: diez días después el embarazo se estabilizó.

No obstante, en el octavo mes de gestación, empezó a tener contracciones con una frecuencia peligrosamente anormal, lo que la obligó a dirigirse al centro de Urgencias. Después de analizar su caso, la médica que la atendió le comunicó que era preciso hacerle la cesárea. Le explicó que la niña nacería prematuramente, con los pulmones no desarrollados completamente, y por eso mismo necesitaría quedarse unos días en la unidad de cuidados intensivos.

«Señor, que se haga tu santa voluntad»

Nada más nacer, Ana Lucilia sufrió un paro cardíaco, lo que le llevó al médico a realizarle la reanimación cardiopulmonar sin demora. Como ya predijeron, sus pulmones estaban muy debilitados e hizo falta intubarla inmediatamente. La madre contaba que aquel día, incluso sin entender por qué Dios permitía tanto sufrimiento para la familia, tanto ella como su esposo se sentían fortalecidos y confiados en el poder de la oración.

Al día siguiente, el pediatra les comunica a los padres que la niña había desarrollado hipertensión pulmonar y era preciso aumentar la dosis de oxígeno. Mientras les explicaba la delicada situación de la niña, se fijó que la madre llevaba un rosario en las manos; entonces sacó de su bolsillo un rosario y les dijo: «Estamos en lo mismo, rezando por ella». En ese momento, Nathalie sintió que el Señor le mandaba a las personas más indicadas para cuidar de la pequeña Ana. Se acordó una vez más de la enorme eficacia de la oración, sin olvidarse de pedir la intercesión de Dña. Lucilia.

En el tercer día, se produjo un empeoramiento del cuadro de hipertensión y le descubrieron una peligrosa bacteria en su organismo. Fue necesario aumentarle la cantidad de oxígeno, lo que provocó la perforación de uno de sus pulmones. Además, le informaron que tendría que recibir una transfusión de sangre.

Ante esta situación, los padres decidieron tomar la más importante y urgente providencia: pedirle a un sacerdote que bautizara a la niña. Así, incluso en medio de tantas angustias, Ana Lucilia tuvo la gracia de convertirse en hija de Dios.

Sin embargo, el matrimonio tenía la impresión de que estaban ante un drama interminable, porque al cuarto día de hospitalización su hijita tuvo otra crisis que exigió nuevo proceso de reanimación, en esta ocasión mediante una bomba manual, pues los pulmones no soportaban los ventiladores. Encima, se le perforó el otro pulmón. Y como no podía alimentarse de leche materna, empezó a recibir nutrición especial intravenosa.

Nathalie Rojas Maceo en casa, con su hija

Aun manifestando admiración por la notable resistencia de la niña, el médico se sintió en la obligación de decirle a los padres que clínicamente ya no había nada más qué hacer; solamente cabía rezar y esperar un milagro. Les autorizó que la visitaran varias veces al día, dándoles a entender que la criaturita podría morir en cualquier momento. En esta trágica situación, adoptaron la postura de verdaderos cristianos: «Señor, que se haga tu santa voluntad». Comenzaron entonces a rezar con más insistencia rogando la intervención divina.

Y no tardaron en ser atendidos, como nos lo relata Nathalie: «Al quinto día, el pediatra nos llama por la mañana temprano para informarnos de que la coloración de la bebé había mejorado y tenía menor necesidad de oxígeno. ¡Qué alegría tan grande para nosotros! Era la primera buena noticia desde su nacimiento».

A partir de ahí, cada jornada registraba una nueva mejoría en su cuadro clínico, hasta que, en el décimo día, la niña ya respiraba normalmente. La ginecóloga, asombrada al constatar el feliz desenlace del caso, pues pensaba que no iba a sobrevivir, le dijo: «Ha sido todo un milagro». Idéntico comentario hizo otro médico más tarde cuando la vio amamantando a su hija: «Ha sido todo un milagro». Y también era la opinión de las enfermeras, quienes, tras recibir el alta Ana Lucilia, en la despedida decían: «Se nos va un milagrito».

«Esto definitivamente fue un milagro, un milagro de Dña. Lucilia», concluye jubilosa Nathalie, finalizando su relato.

Victoria sobre graves peligros

A veces, Dña. Lucilia pone a prueba la confianza: parece que no atiende del todo las súplicas que se le hacen, para estimular la esperanza en que su bondadosa asistencia al final llegará. Esto lo podemos ver en el relato que nos envía la Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, de los Heraldos del Evangelio.

A principios de mayo de 2012, su madre, Zuleida Vasconcelos Almeida Campos, residente en Belo Horizonte (Brasil), por entonces con 80 años, estuvo a punto de sufrir un derrame cerebral, ya que la carótida derecha estaba 98% obstruida. Necesitaba someterse a una intervención quirúrgica, de sí bastante delicada, sobre todo teniendo en cuenta su avanzada edad. Toda la familia confió el caso a Dña. Lucilia y comenzaron los exámenes preoperatorios.

Mientras tanto, un dolor abdominal agudo la llevó al hospital, donde se constató la presencia de gran cantidad de cálculos en la vesícula biliar, lo cual requeriría una extracción urgente. Los médicos se vieron en un callejón sin salida: si operaban la vesícula, la paciente podría no resistir, dada la presión que se haría sobre la carótida tan obstruida; si operaban la carótida, los cálculos biliares podrían cerrar el conducto, complicándose mucho la situación, pues ya había una infección a causa de la mencionada obstrucción.

La familia se dispuso a acatar la decisión de los cirujanos en cuanto a la salud corporal de la enferma, mientras se ocupaba en cuidar de su alma, en la certeza de que Dña. Lucilia los ayudaría a encontrar un clérigo que le administrara los sacramentos, principalmente la Unción de los enfermos, tarea no muy fácil en aquella región. Al final, un sacerdote de la congregación del Verbo Divino se prestó a ello. Los médicos optaron por operar primero la carótida y la operación fue muy exitosa.

Una sorpresa en el ascensor

Para llevar a cabo el segundo procedimiento debían pasar unas semanas y en el entretanto la recuperación de Zuleida fue admirablemente rápida, por lo que la colecistectomía quedó fijada para mediados de junio. En principio, sería una cirugía cerrada, y el médico tranquilizó a la paciente y a la familia, diciéndoles que se trataba de una operación sencilla y, si todo iba bien, en 48 horas recibiría el alta y podría volver a casa.

Realizada la intervención, el médico salió del quirófano y comentó que hubo una leve complicación, debido al excesivo número de cálculos, y que fue necesario hacer una colecistectomía abierta. Pero añadió que la paciente se encontraba bien y estaba bajo observación.

Zuleida recién salida de la UTI

Cuál no fue la sorpresa de los familiares, que aguardaban en la sala de espera situada junto al vestíbulo de los ascensores, cuando percibieron un movimiento inusual, en dirección al quirófano, de médicos y enfermeros que entraban y salían de manera agitada. Poco después, el cirujano informó que Zuleida había tenido una hemorragia interna en la zona hepática, lo que requirió que fuera otra vez intubada para un nuevo abordaje quirúrgico y la extracción de los coágulos. A pesar de haber detenido el flujo de sangre, como había perdido bastante, tuvo que recibir una transfusión de tres bolsas. Como resultado, se produjo un shock hipovolémico, la presión bajó casi a cero y, en lenguaje médico, hubo que «resucitarla»: con una dosis muy alta de noradrenalina, los médicos lograron restablecer su presión arterial, que aún estaba muy inestable y con tendencia a caer. El cirujano la derivó a la UTI, donde intentarían mantenerla con vida mediante máquinas, pero no dio esperanzas de que aguantara mucho tiempo más.

La Hna. Juliane cuenta que, al ver pasar a su madre en la camilla y entrar en la UTI, su mayor aflicción era saber que podría fallecer sin recibir los sacramentos. ¿Habría dejado Dña. Lucilia de atender enteramente esta vez? Con el alma angustiada, se sentó en un sillón del vestíbulo, frente a los ascensores, y le pidió: «Madrecita, sé que es casi imposible, pero, por favor, consíguenos un sacerdote. No la dejes morir sin los últimos sacramentos».

En ese preciso momento se abrió la puerta de uno de los ascensores, en cuyo interior se encontraba un sacerdote, perfectamente identificable por su atuendo clerical. Las miradas de ambos se cruzaron y, al ver el hábito de los Heraldos del Evangelio que llevaba ella, el sacerdote sonrió y asintió con un saludo afable. Levantándose de un salto, corrió hasta el ascensor, antes de que se cerrara la puerta, porque el sacerdote no hizo ademán de salir, y le dijo: «¡Padre, por favor, atienda a mi madre! ¡Se está muriendo!».

Magnanimidad en la asistencia

En pocas palabras le explicó el caso y el sacerdote, el P. Nivaldo Magela de Almeida Rodrigues, dijo que estaba llevándole los santos óleos a una enferma internada una planta más abajo. Fue impresionante constatar la respuesta tan inmediata de Dña. Lucilia. Más aún al oírle decir que había entrado en el ascensor para bajar y no entendía por qué había subido… Era una intervención demasiado patente de Dña. Lucilia, confirmada por el sacerdote, que añadió: «Creo que he subido porque tenía que atender a su madre».

De hecho, salvados los obstáculos para entrar en la UTI, el sacerdote, emocionado, le administró los sacramentos con el ceremonial completo, siguiendo todas las rúbricas y también le concedió la indulgencia plenaria y la bendición apostólica papal, según el rito, pues Zuleida estaba moribunda.

La situación continuó siendo dramática durante algunos días. No obstante, la magnanimidad de la asistencia de Dña. Lucilia es completa. Después de once días en la UTI, durante los cuales cumplió 81 años, la paciente fue recuperándose poco a poco. Según los comentarios del equipo que la atendía, ella era un milagro vivo, porque, además de todo lo pasado, venció una infección hospitalaria, una neumonía, una colitis seudomembranosa y una farmacodermia, como reacción a fuertes antibióticos. Al cabo de veintiséis días, recibió el alta, siendo necesarios varios tratamientos posteriores para vencer las secuelas hospitalarias. Dña. Lucilia, no obstante, quería concederle la plena recuperación de su salud, pero dejándole únicamente una hernia, para que recordara todo lo sucedido y su intervención.

Zuleida con su esposo el día de las bodas de diamante

En 2017, totalmente restablecida, pudo celebrar sus bodas de diamante —sesenta años de matrimonio— y hoy, transcurrida una década de estos hechos, con 91 años, es el principal apoyo de su esposo, también nonagenario, quien sufrió un síncope cardíaco y un consecuente accidente cerebrovascular en 2018.

Da. Zuleida com o esposo e os filhos Zuleida con su esposo e hijos

Así concluye la Hna. Juliane su relato: «En toda nuestra familia la devoción a Dña. Lucilia no ha hecho más que aumentar a lo largo de los años, y la narración presentada aquí no es sino una manifestación de profunda gratitud a esta tan extremosa madre».

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Los alentadores relatos aquí trans­critos muestran cómo Dña. Lucilia, reflejo de la bondad del Corazón de Jesús, ha ayudado a incontables almas que piden su asistencia en momentos de aflicción. Sírvannos de estímulo para que, también nosotros, recurramos a su auxilio siempre que lo necesitemos, seguros de que esta buena señora nos atenderá, sea cual sea nuestra necesidad. 

 

1 COMENTARIO

  1. Salve María!!!Doña Lucilia me acompaña todos los días,le pido su intersecion ante Nuestra Señora, para que mi oración llegue a ella,tengo plena confianza en su intervención!!!!!

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