Como auténticos israelitas, Joaquín y Ana fueron limpiados del pecado original, en su momento, y vivían en estado de gracia. Pero la grandeza de la concepción de la Madre del Mesías les recomendaba que se elevaran a un grado de santidad y de purificación hasta entonces jamás alcanzado. Por consiguiente, deberían ser colmados de dones y virtudes muy particulares.
En cierto modo, la misión de ambos superaba a la de los propios ángeles, ya que a ninguno de ellos la Virgen les llamó «papá» o «mamá»…
Cuando se considera que en los dos convergió lo que había de más refinado en el pueblo elegido, tanto en lo referente a los dones naturales como a los sobrenaturales, con vistas a su plena manifestación en Nuestra Señora y en el Hombre Dios, parece razonable admitir que hubieran sido purificados de la concupiscencia de la carne antes de la concepción de María.
Además, al tratarse de la Medianera universal de todas las gracias —mediación que abarca por completo la Historia de la Creación—, ¿los primeros en beneficiarse de esta prerrogativa no deberían ser sus propios padres? Esta hipótesis se presenta como la manera más decorosa y casta de preparar la aurora de la Redención, que despuntaría en la concepción de la Santísima Virgen.
El autor de estas líneas piensa que la Providencia concluiría su obra en ambos al concederles esa gracia, de forma que en la generación de María la concupiscencia en nada mancharía el ánimo de los esposos. Así pues, la castísima concepción de Nuestra Señora constituiría el preludio de la venganza sobre la serpiente, que Dios había prometido en el paraíso (cf. Gén 3, 15).
CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio.
Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens.
São Paulo: Arautos do Evangelho, 2020, v. II, pp. 68-69.
En la foto superior: El nacimiento de la Virgen – Basílica de Notre Dame du Roncier, Josselin (Francia)