En algunas iglesias, en la comunión recibimos la sagrada hostia mojada en vino, es decir, el cuerpo y la sangre de Jesús. En otras, sin embargo, sólo los sacerdotes y diáconos reciben la sangre; los laicos, nada más que el cuerpo. Padre, ¿podría explicarme por qué no se les ofrece también a los laicos la sangre de Jesús?
Wilson Zanola (vía correo electrónico)
En cada celebración eucarística, Jesús se hace presente para ser ofrecido en sacrificio y recibido en comunión.
En las Iglesias católicas de rito oriental —melquita, maronita y ucraniano, entre otros— se prescribe que la sagrada comunión se distribuya habitualmente a los fieles bajo las especies de pan y vino consagrados. En la Iglesia católica de rito latino, se suele distribuir sólo bajo la especie del pan consagrado, aunque hay algunas excepciones, como se verá más adelante.
El Código de Derecho Canónico así lo establece en el canon 925: «Adminístrese la sagrada comunión bajo la sola especie del pan o, de acuerdo con las leyes litúrgicas, bajo las dos especies; en caso de necesidad, también bajo la sola especie del vino».
En las misas, el celebrante principal y los concelebrantes, si los hubiere, deben recibir la comunión bajo las dos especies, es decir, comulgan la sagrada forma allí mismo consagrada, así como del cáliz (cf. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis sacramentum, n.º 98). También se permite la comunión bajo las dos especies a los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar el santo sacrificio, a los diáconos y a todos los que desempeñan algún ministerio en la misa (cf. Instrucción General del Misal Romano, n.º 283).
En cuanto a los fieles, se les puede administrar la comunión bajo las dos especies, generalmente por intinción —cuando el sacerdote moja la sagrada hostia en el vino consagrado—, en algunas circunstancias como, por ejemplo: para los neocomulgantes; para los novios, durante la celebración del matrimonio dentro de la misa; en la solemnidad de Corpus Christi, a juicio del celebrante.
El obispo diocesano tiene la facultad de permitir la comunión bajo las dos especies, cuando le parezca oportuno al sacerdote a cuyo cuidado pastoral le está encomendada una comunidad determinada, siempre que se observen tres requisitos (cf. Instrucción General del Misal Romano, n.º 283):
1. que los fieles estén bien instruidos al respecto;
2. que esté ausente todo peligro de profanación del Santísimo Sacramento;
3. que el rito se torne más dificultoso por la multitud de participantes, o por otra causa.
Para evitar la profanación, debe tenerse cuidado en el modo de distribuir la Eucaristía. Precisamente por esta razón resulta más difícil dar la comunión bajo las dos especies cuando hay una multitud de participantes en la santa misa.
Por último, es importante que los fieles sean instruidos en que en la sagrada hostia está presente el cuerpo de Cristo, pero también, concomitantemente, su sangre, alma y divinidad; y en el vino consagrado está presente la sangre de Cristo, pero de igual manera su cuerpo, alma y divinidad (cf. CCE 1374). «Por lo cual es de toda verdad que lo mismo se contiene bajo una de las dos especies que bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e íntegro, está bajo la especie del pan y bajo cualquier parte de la misma especie, y todo igualmente está bajo la especie de vino y bajo las partes de ella» (Concilio de Trento. Decreto sobre la Eucaristía: DH 1641).
En la secuencia de la misa de la solemnidad de Corpus Christi tenemos esta hermosa enseñanza: «Instruidos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación. Es dogma que se da a los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre. […] Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie. Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra; recíbese todo entero».
Estimado Wilson, la comunión bajo las dos especies refleja sin duda más plenamente el carácter sagrado de banquete de la Eucaristía, y nuestra sensibilidad es mayor cuando comulgamos también el vino consagrado. Sin embargo, mucho más importante que esto es el empeño de minimizar las posibilidades de profanación del Santísimo Sacramento. Y ése es el motivo por el que la Santa Iglesia permite la comunión bajo las dos especies tan sólo en circunstancias especiales.
No obstante, como el tema se presta a múltiples e interesantísimos desdoblamientos que excederían los límites de esta respuesta, se me ocurrió sugerir a la dirección de la revista Heraldos del Evangelio la redacción de un artículo más detallado al respecto, propuesta que ha sido aceptada. Pronto volveremos al asunto.

