¡Qué Niña tan encantadora! Exenta del pecado original, dotada de ciencia infusa y de pleno uso de razón, nada más abrir los ojos a la realidad, María entendía todo lo que sucedía a su alrededor.
Sin manifestación alguna de la bobería pueril propia de los descendientes de Adán, Ella era seria, solemne y, al mismo tiempo, graciosa. En todos sus movimientos, hasta en los más mínimos gestos, se dejaban ver sus innumerables cualidades y dones, pues, a semejanza de lo que ocurre con la luz del sol, no se podía ocultar la plenitud de gracia que emanaba de la Santísima Virgen.
Todo en Ella era «divino» e invitaba a la práctica eximia de la virtud.
En la pequeña María —los ojos, las cejas, el cabello, los rasgos fisonómicos, las inflexiones de voz—, absolutamente todo se asemejaba al Niño-Dios, aunque revestido de facciones femeninas. Sus movimientos, su respiración, sus mínimos gestos dejaban trasparecer una fuerte presencia de la divinidad, que arrebataba.
Ésta es aquella que sólo el Todopoderoso podría imaginar. Ésta es la pequeña que gobierna el inmenso Corazón de Dios.
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.
¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres.