Con su ejemplo, San Francisco de Sales les enseña a los que difunden la fe católica en la prensa la conducta a seguir. En el mes en que se celebra su memoria litúrgica, así como el aniversario de esta revista, recordemos las palabras de Pío XI cuando lo declaró patrón de los escritores católicos.

 

Ahora, he aquí que llega con feliz augurio el tercer centenario del nacimiento al Cielo de un gran santo, que brilló no sólo por la excelencia de sus virtudes, sino también por su habilidad para guiar a las almas en la escuela de la santidad. Nos referimos a San Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. […]

Aparecería como enviado por Dios, para oponerse a la herejía de la Reforma, origen de esa apostasía de la sociedad frente a la Iglesia, cuyos dolorosos y funestos efectos todo espíritu honesto deplora hoy.

Verdaderamente humilde y manso de corazón

Si bien adornado de todas las virtudes, brillaba con una peculiar dulzura de un espíritu que podría decirse con razón que ésa era su virtud característica. Dulzura, sin embargo, muy diferente de esa amabilidad artificial que consiste únicamente en el refinamiento de los modales y en la ostentación de una afabilidad ceremoniosa y completamente ajena tanto a la apatía que no se conmueve con nada como a la timidez que no osa, aunque sea necesario, indignarse.

Esa virtud, que brotó en el corazón de Sales como fruto suavísimo de la caridad, alimentada en él por el espíritu de la compasión y la condescendencia, atemperaba con dulzura la gravedad de su aspecto y hacía agradable su voz y sus gestos de manera a granjearse, de todos, la más afectuosa reverencia. Son bien conocidas su facilidad para admitir y su bondad para recibir a cada uno, particularmente a los pecadores y apóstatas que acudían a su casa para reconciliarse con Dios y enmendar su vida. […]

Cuando, sacerdote desde hacía apenas un año —pese a la oposición de su padre—, se ofreció espontáneamente para lograr la reconciliación de los moradores de Chablais con la Iglesia y fue escuchado con alegría por Granier, obispo de Ginebra, ciertamente demostró gran celo al no rehusar ningún esfuerzo ni huir de ningún peligro, ni siquiera de la muerte; pero para conseguir la conversión de tantos miles de personas, más que su eminente doctrina y su vigorosa elocuencia, se valió de su inalterada dulzura en el cumplimiento de los diversos oficios del sagrado ministerio. […]

Por otra parte, lo que también fue la fuerza de alma de este ejemplo de mansedumbre, se manifestó claramente cuando tuvo que enfrentar a los poderosos para proteger los intereses de la gloria de Dios, la dignidad de la Iglesia y la salvación de las almas. […]

Escritos que muestran el camino de la perfección

Veamos ahora, Venerables Hermanos, el modo por el cual Francisco de Sales, en sí modelo amable de santidad, les mostró a los demás, en sus escritos, el camino seguro y fácil de la perfección cristiana, incluso como imitador él mismo de Jesucristo, quien «actuó y enseñó desde el comienzo» (cf. Hch 1, 1). Muchas son las obras que publicó con esa intención; no obstante, entre ellas cabe destacar dos de sus libros más conocidos: Filotea y el Tratado del amor de Dios. […]

Aunque guardemos silencio sobre muchos de sus escritos, de los cuales también «su celestial doctrina, como un río de agua viva que irriga el campo de la Iglesia, fluía útil para la salvación del pueblo de Dios»,1 no podemos dejar de citar el libro Controversias, en el cual sin duda se encuentra «una plena demostración de la fe católica».2

Un nuevo estilo de evangelización

Son bien conocidas, Venerables Hermanos, las circunstancias en las cuales Francisco emprendió la misión en Chablais. Cuando, según cuenta la historia, el duque de Saboya concluyó una tregua con los berneses y los ginebrinos a finales del año 1593, parecía que nada había ayudado más a reconciliar a los pueblos de Chablais con la Iglesia como el haber enviado allí a celosos y eruditos predicadores, que, empleando la persuasión, los atrajeran gradualmente a la fe. Pero el que fue por primera vez a esa región abandonó enseguida la lucha, bien porque desesperaba de la enmienda de aquellos herejes, bien porque temía enfrentarlos.

Entonces Sales, que, como dijimos, se había ofrecido como misionero al obispo de Ginebra, en septiembre de 1594 se puso en camino a pie, sin víveres ni provisiones, con la única compañía de su primo; después de repetidos ayunos y oraciones a Dios, de quien solamente por su ayuda se prometía el feliz desenlace de la empresa, entró en la tierra de los herejes.

San Francisco de Sales – Santa Cueva, Manresa (España)

Y como éstos evitaban sus predicaciones, resolvió refutarles sus errores mediante volantes, que escribía entre un sermón y otro, cuyos ejemplares distribuidos en gran cantidad, pasando de mano en mano, acabaron introduciéndose también entre los herejes. […]

Son verdaderamente admirables el copioso aparato doctrinal y los argumentos sabiamente dispuestos como en falange, con los que embestía contra sus adversarios y desvelaba sus mentiras y falsedades, valiéndose asimismo, con mucho garbo, de una disimulada ironía.

A menudo sus palabras parecen bastante fuertes, si bien, como admitieron sus propios adversarios, de ellas espira siempre ese soplo de caridad que era la virtud reguladora de todas sus disputas. […]

Así pues, no es de extrañar que por obra suya haya regresado a la Iglesia un número tan grande de herejes y que, en los últimos tres siglos, siguiendo sus enseñanzas y su guía, hayan alcanzado un alto grado de perfección tantos fieles.

Un ejemplo para ser imitado

Deseamos que el principal provecho de las solemnes conmemoraciones de este centenario lo saquen aquellos católicos que ilustran, promueven y defienden la doctrina cristiana con la publicación de periódicos u otros escritos. Es necesario que en las polémicas imiten y mantengan ese vigor, combinado con la moderación y la caridad, características propias de Francisco. De hecho, su ejemplo les enseña claramente la conducta a seguir.

Ante todo, deben estudiar con suma diligencia y dominar, todo lo que puedan, la doctrina católica; no faltar a la verdad, ni, so pretexto de evitar ofender al adversario, atenuarla u ocultarla; cuidar la forma misma y la elegancia del decir y tratar de expresar los pensamientos con la perspicuidad y el ornato de las palabras, a fin de que los lectores se deleiten con la verdad. Si surge el caso de combatir a los adversarios, sepan refutar los errores y resistir la improbidad de los perversos, pero de tal manera que sea manifiesto que están animados por la rectitud y, sobre todo, movidos por la caridad.

Y como no consta que Sales haya sido declarado patrón de los escritores católicos mediante documento público y solemne de esta Sede Apostólica, Nos, aprovechando esta dichosa ocasión, con conocimiento cierto y tras madura deliberación, con Nuestra autoridad apostólica nombramos o confirmamos y declaramos, a través de esta encíclica, a San Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia, celestial patrón de todos ellos, no obstante cualquier disposición en contrario. 

Fragmentos de: PÍO XI.
Rerum omnium perturbationem:
AAS 15 (1923), 51-61.
Notas

1 PÍO IX. Dives in misericordia.
2 Ídem, ibídem.

 

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