Oh Madre mía Inmaculada, para que me ayudases a guardar el corazón unido por Jesús a la Santísima Trinidad, la palabra de tu Hijo en el Calvario me hizo hijo tuyo.
Quiero que todas las invocaciones que he de dirigirte, cada día más frecuentemente, sirvan para la guarda de mi corazón, a fin de purificar sus tendencias, intenciones, afectos y deseos.
No quiero cerrar los oídos a tu dulce voz, que me dice: «Detente, hijo mío, y rectifica tu corazón». No es verdad, no, que en este momento buscas exclusivamente la gloria de Dios. ¡Cuántas veces, en mis disipaciones u ocupaciones desordenadas me has dirigido esta maternal invitación! ¡Y cuántas veces, ay, la he despreciado!
Madre mía, desde hoy, escucharé esa llamada de tu Corazón y te demostraré mi fidelidad parándome en seco, con energía, en mis malos caminos. Un solo instante me bastará para formularme una de estas preguntas: ¿Para quién realizo la acción presente? ¿Cómo obraría Jesús si se encontrase en mi lugar? Estas preguntas, cuando se hacen habitualmente, constituyen la guarda del corazón. Así, podré tener mis facultades con sus tendencias, aun en los menores detalles, en una dependencia habitual, cada día más perfecta, con relación a Dios, que vive en mí.
Salvadme Reina de Fátima
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