Nueva e incomparable efusión de la Redención

Junto a la gruta bendita la Virgen nos invita, en nombre de su divino Hijo, a la conversión del corazón y a la esperanza del perdón. ¿La escucharemos?

Toda tierra cristiana es tierra mariana, y no existe pueblo rescatado por la sangre de Cristo que no se ufane de proclamar a María como su madre y patrona. Esta verdad adquiere, sin embargo, un relieve asombroso cuando se evoca la historia de Francia. El culto de la Madre de Dios se remonta a los orígenes de su evangelización. […]

Manifestaciones marianas, llenas de predilección

El siglo xix, tras la tormenta revolucionaria, había de ser por muchos títulos el siglo de las predilecciones marianas.

Para no citar más que un hecho, ¿quién no conoce hoy la medalla milagrosa? Revelada, en el corazón mismo de la capital francesa a una humilde hija de San Vicente de Paúl, que Nos tuvimos la dicha de incluir en el catálogo de los santos, esta medalla adornada con la efigie de María concebida sin pecado ha prodigado en todas partes sus prodigios espirituales y materiales.

Y algunos años más tarde, del 11 de febrero al 16 de julio de 1858, plugo a la Bienaventurada Virgen María con un nuevo favor manifestarse en la tierra pirinea a una niña piadosa y pura, hija de una familia cristiana, trabajadora en su pobreza. «Ella acude a Bernardita —dijimos Nos en otra ocasión—, la hace su confidente, su colaboradora, instrumento de su maternal ternura y de la misteriosa omnipotencia de su Hijo, para restaurar el mundo en Cristo mediante una nueva e incomparable efusión de la Redención». […]

Roca de la que brotan linfas de vida

Sabéis, amados hijos y venerables hermanos, en qué condiciones asombrosas, a pesar de las burlas, las dudas y las oposiciones, la voz de esta niña, mensajera de la Inmaculada, se ha impuesto al mundo. Conocéis la firmeza y la pureza del testimonio, controlado con prudencia por la autoridad episcopal y por ella sancionado ya en 1862.

Ya las multitudes habían acudido, y no han dejado de ir a la gruta de las apariciones, a la fuente milagrosa, en el santuario erigido a petición de María. Se trata del conmovedor cortejo de los humildes, de los enfermos y de los afligidos, de la peregrinación imponente de miles de fieles de una diócesis o de una nación; del discreto paso de un alma inquieta que busca la verdad… «Nunca —dijimos Nos— se vio en ningún lugar de la tierra semejante efusión de paz, de serenidad y de alegría».

Jamás, podríamos añadir, llegará a conocerse la suma de beneficios que el mundo debe a la Virgen auxiliadora. «¡Oh gruta feliz, honrada por la visión de la Madre divina! ¡Venerable roca de la que brotan a raudales las linfas de la vida!».

Definición pontificia confirmada en Lourdes

Estos cien años de culto mariano, por otra parte, han tejido en cierto modo entre la Sede de Pedro y el santuario pirineo estrechos lazos, que Nos tenemos la satisfacción de reconocer. ¿No ha sido la misma Virgen María la que ha deseado estas aproximaciones? «Lo que en Roma, con su infalible magisterio, definía el soberano pontífice, la Virgen Inmaculada Madre de Dios, bendita entre todas las mujeres, quiso, al parecer, confirmarlo con sus propios labios cuando poco después se manifestó con una célebre aparición en la gruta de Massabielle».

Ciertamente la palabra infalible del pontificado romano, intérprete auténtico de la verdad revelada, no tenía necesidad de ninguna confirmación celestial para imponerse a la fe de los fieles. Pero ¡con qué emoción y con qué gratitud el pueblo cristiano y sus pastores recogieron de labios de Bernadette esta respuesta venida del Cielo: «Yo soy la Inmaculada Concepción!». […]

El cincuentenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen ofreció a San Pío X la ocasión para testimoniar en un documento solemne el lazo histórico entre este acto del magisterio y la aparición de Lourdes: «Apenas había definido Pío IX ser de fe católica que María estuvo desde su origen exenta de pecado, cuando la misma Virgen comenzó a obrar maravillas en Lourdes». […]

«Rezaréis a Dios por los pecadores»

En una sociedad que apenas si tiene conciencia de los males que la minan, que encubre sus miserias y sus injusticias bajo apariencias prósperas, brillantes y despreocupadas, la Virgen Inmaculada, que nunca llegó a conocer el pecado, se manifiesta a una niña inocente.

Con compasión maternal, recorre con la mirada este mundo rescatado por la sangre de su Hijo, en el que desgraciadamente el pecado causa a diario tantos desastres, y, por tres veces, lanza su apremiante llamamiento: «¡Penitencia, penitencia, penitencia!». E incluso pide gestos expresivos: «Id a besar la tierra en señal de penitencia por los pecadores», y al gesto hay que unir la súplica: «Rezaréis a Dios por los pecadores».

Actualidad del mensaje

Y así, como en los tiempos de Juan el Bautista, como en los comienzos del ministerio de Jesús, la misma exhortación, fuerte y rigurosa, dicta a los hombres el camino del retorno a Dios: «Arrepentíos» (Mt 3, 2; 4, 17). Y ¿quién se atrevería a decir que esta incitación a la conversión del corazón ha perdido actualidad en nuestros días? […]

Junto a la gruta bendita la Virgen nos invita, en nombre de su divino Hijo, a la conversión del corazón y a la esperanza del perdón. ¿La escucharemos? […]

A una sociedad que, en su vida pública, discute los supremos derechos de Dios, la Virgen le ha lanzado maternalmente como un grito de alarma

Pues bien, el mundo, que en nuestros días ofrece tantos justos motivos de orgullo y de esperanza, conoce también una temible tentación de materialismo, denunciada a menudo por nuestros predecesores y por Nos mismo. Este materialismo no está solamente en la filosofía condenada que preside la política y la economía de una fracción de la humanidad; se manifiesta también en el amor al dinero, cuyos daños se amplifican en proporción con las empresas modernas, influyendo por desgracia en muchas determinaciones que pesan en la vida de los pueblos; se traduce en el culto del cuerpo, en la búsqueda excesiva del confort y en el alejamiento de toda austeridad de vida; lleva al desprecio de la vida humana, de la misma que se destruye antes de que haya visto la luz del día; se encuentra en la desenfrenada persecución del placer, que se presenta sin pudor e incluso intenta seducir, con lecturas y espectáculos, almas aún puras; está en el desinterés por el hermano, en el egoísmo que le oprime, en la injusticia que le priva de sus derechos, en una palabra, en esta concepción de la vida que lo regula todo únicamente mirando a la prosperidad material y a las satisfacciones terrenales. […]

Apremiante misión para los sacerdotes

A una sociedad que, en su vida pública a menudo discute los supremos derechos de Dios, que quisiera conquistar el universo al precio de su alma (cf. Mc 8, 36), y de este modo caminaría hacia su ruina, la Virgen ha lanzado maternalmente como un grito de alarma. Atentos a su llamado, los sacerdotes deben atreverse a predicar a todos, sin temor, las grandes verdades de la salvación. […]

Del mismo modo que la Inmaculada, compadeciéndose de nuestras miserias pero clarividente de nuestras verdaderas necesidades, viene a los hombres para recordarles los pasos esenciales y austeros de la conversión religiosa, los ministros de la palabra de Dios, con seguridad sobrenatural deben trazar a las almas el camino recto que conduce a la vida (cf. Mt 7, 14). ◊

Fragmentos de: PÍO XII.
Le pèlerinage de Lourdes, 2/7/1957.

 

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