Llamamientos providenciales – Carlomagno – Espada y escudo de la cristiandad

De una suma de factores providenciales se constituyó un vasto imperio, cuyo sabio monarca fue quizá el más grande que la historia haya conocido.

Era el año 800 de la gracia. Ante la multitud que se apiña en la basílica de San Pedro, el venerable y augusto pontífice San León III toma una corona de oro en sus manos, la diadema imperial, y la coloca sobre la cabeza del rey de los francos, que a partir de entonces será emperador. En ese momento, bajo las bendiciones de la Iglesia, el Imperio romano de Occidente se restablece en la persona de Carlomagno.

El perfil del monarca es imponente. De cuerpo robusto y alta estatura, posee un andar seguro y gestos varoniles. Su expresión fisonómica es alegre y ligeramente sonriente; su mirada, viva. El conjunto, señala su biógrafo, da una fuerte impresión de autoridad y dignidad.1

Todos los fieles romanos, agradecidos por la heroica protección y devoción con que el gran rey amparó constantemente a la sede apostólica y al vicario de Cristo, se unen en una aclamación que hace estremecer las bóvedas del templo y suena como un trueno: «A Carlos, piadosísimo, augusto, coronado por Dios, al grande, al pacífico emperador, ¡vida y victoria!».2

Pero ¿cómo había alcanzado este grandioso monarca una posición tan eminente? Para comprenderlo, debemos analizar los acontecimientos que precedieron a su época.

De merovingios a carolingios

Los siglos que se siguieron al bautismo de Clodoveo, rey de los francos, presenciaron el debilitamiento de la dinastía merovingia.3 Exhaustos e impotentes, los últimos soberanos de este célebre linaje, sugerentemente apodados fainéants, es decir, holgazanes, no son ya más que símbolos, usados de forma artificial. Mientras tanto, crece el poder de las grandes familias de la aristocracia franca, entre las que destacaba la influyente figura de los maires du palais —alcaldes o mayordomos de palacio—, auténticos virreyes. El fenómeno se repite en las cinco regiones en las que se había dividido el reino franco entre los siglos viy vii: Austrasia, Neustria, Borgoña, Aquitania y Provenza.

A finales del siglo vii, la mayordomía de Austrasia pasó al cuidado de Pipino de Heristal, de la dinastía pipínida, que fue distinguido con el título de duque. Es él quien unifica Austrasia, Neustria y Borgoña, y mantiene este enorme dominio hasta su muerte, en el 714.

Carlos, apodado Martel, sucede a Pipino de Heristal, su padre. Vencedor en el Rin, en Neustria y en Aquitania, el valiente guerrero brillará especialmente por su victoria sobre los musulmanes de Ab al-Rahman en Poitiers, en el año 732. «De este héroe —asegura Gobry— surgió toda la dinastía carolingia, que debe su nombre tanto a Carlos Martel como a Carlomagno».4

A Carlos Martel le suceden dos de sus hijos: Pipino el Breve, que recibe Neustria, Borgoña y Provenza, y Carlomán, que hereda Austrasia, Alamannia y Turingia. En esa época, prácticamente todos los reinos francos estaban ya en manos de los pipínidas, que ejercían como maire du palais.

Sin embargo, Carlomán decide abandonar el siglo y confiar sus estados a su hermano para convertirse en monje benedictino en Montecasino. Por lo tanto, Pipino «reina» en solitario sobre los francos. La dinastía merovingia se encuentra en sus últimos días. Le corresponderá al papa San Zacarías la última palabra: «¿A quién es más justo darle el nombre de rey —le preguntan—, a quien tiene la autoridad real sólo de nombre o a quien la posee sin nombre?». Y responde el pontífice: «Es justo y razonable que quien posee la omnipotencia real tenga también el nombre de rey».5

Así pues, en el 751 la dinastía de los descendientes de Clodoveo dejó definitivamente de imperar. En adelante reinarían los carolingios.

Nacimiento de los Estados Pontificios

La devota relación que se establecería más tarde entre Carlomagno y los pontífices romanos se fundaba en una serie de acontecimientos que tuvieron lugar durante el reinado de su padre, Pipino el Breve.

Pocos años después de la consagración del primer rey carolingio, los lombardos, bajo el mando de Astolfo, rey de Pavía, toman Rávena y apuntan a Roma. El papa Esteban II, al verse en peligro, recurre al nuevo rey de los francos. En el 753, para huir de la amenaza lombarda, abandona la Ciudad Eterna y se dirige a Francia, donde «el joven Carlos —futuro Carlomagno—, en representación de su padre, recibe al ilustre visitante».6

En el 756, en la segunda incursión contra Astolfo, surgen los Estados Pontificios —Roma, Perugia y Rávena, a los que luego se unió Comacchio— que, conquistados por Pipino y donados al Papa, perdurarían durante más de diez siglos.

Carlomagno a la cabeza del reino

Tras la muerte de Pipino el Breve, en el 768, el reino franco se dividió entre Carlomagno y Carlomán, su hermano menor. Pero la repartición dura solamente tres años. En el 771 fallece Carlomán y Carlomagno reina solo.

De este modo, de una suma de factores providenciales, un vasto reino, que luego se convertiría en un inmenso imperio, queda bajo el gobierno de un sabio monarca. ¿Cuál sería la primera medida de Carlomagno? Como siempre se manifestará a lo largo de su reinado, su atención se centra en los intereses de la Iglesia. Reanuda las guerras contra los lombardos, adversarios de Roma, y sitia la ciudad de Pavía.

Se acercan los días de la Semana Santa del 774 y el final del asedio, que ya dura seis meses, aún no se vislumbra. Carlomagno, que preside personalmente el cerco a la ciudad italiana bajo posesión lombarda, decide celebrar la Pascua en Roma, junto al venerable sucesor de Pedro.

Así, acompañado de cierto número de obispos, abades, duques y condes, y escoltado por una tropa de caballeros, el monarca parte hacia la Ciudad Eterna a través de la provincia de Toscana. Todavía a treinta millas de su destino, la comitiva franca se topa con las banderas desplegadas de todo el ejército romano que, enviado por el papa San Adriano I para recibir al honorable defensor de la cristiandad, sale a su encuentro. La alegría general es indescriptible.

Entre Carlomagno y los romanos pontífices se estableció una devota relación, fundada previamente por Pipino el Breve y sellada por un juramento de alianza y fidelidad
«La coronación de Carlomagno», de Friedrich Kaulbach – Maximilianeum, Múnich (Alemania)

«A una milla de Roma —escribe Darras—, todas las escuelas encabezadas por sus maestros, los niños con palmas o ramas de olivo en las manos y cantando himnos de júbilo, abordaron al rey e hicieron que el aire retumbara con sus aclamaciones triunfales. Este piadoso y conmovedor cortejo era seguido de cruces procesionales, de todo el clero y de fieles de varias parroquias de Roma, como era costumbre en las recepciones oficiales a los patricios».7

Una relación profunda y sobrenatural

La última parte del trayecto, el rey y su séquito la hacen a pie. Ante la basílica de San Pedro, en cuyo pórtico le espera el santo pontífice «rodeado de su senado sacerdotal»,8 Carlomagno decide subir la escalera de rodillas. Y así lo hace, besando cada peldaño.

Una vez concluido ese ademán de humilde veneración, he ahí que a los pies del vicario de Cristo se halla el que un día sería el mayor emperador de la cristiandad. Se sigue un gesto simbólico: el rey y el Papa se abrazan calurosamente y, cogido el monarca de la mano derecha del pontífice, entran, bajo las aclamaciones de «Bendito el que viene en nombre del Señor», en el recinto sagrado, donde «el santísimo Papa y el excelentísimo rey juran mutuamente alianza y fidelidad sobre el cuerpo del príncipe de los Apóstoles».9 Entre San Adrián I y Carlomagno se establece una relación profunda y sobrenatural. La correspondencia entre ambos nos permite ver sentimientos incomparablemente superiores a los intereses políticos, a los que muchos historiadores atribuyen esa amistad.

¿Qué puede haber más representativo de la perfección de la sociedad humana que esta escena, en la que la Santa Iglesia acoge afectuosamente al gobierno temporal y éste le rinde los más extremosos homenajes de amor y sumisión? Podemos afirmar sin vacilación que en aquella época la cristiandad podía vislumbrar el establecimiento de un orden social enteramente conforme a los planes de Dios.

Tras el fin del asedio de Pavía, Carlomagno toma para sí la corona de hierro de los lombardos. Lucharía también contra la lombarda Adalgisa en enero del 777, y visitaría de nuevo Roma, en el 781, para pedir la unción real para sus dos hijos, Carlomán, rey de Italia, y Luis, rey de Aquitania.

Gigante empresa de un gigante emperador

Las guerras ocupan gran parte del reinado de Carlomagno. En una Europa dominada aún por la barbarie, hay que consolidar, salvaguardar y ampliar las fronteras territoriales. Cabe señalar, no obstante, que tales empresas siempre tienen un innegable carácter misionero, emprendidas en defensa de la fe y con vistas a la expansión de la religión católica. Se trata de conflictos contra varios pueblos enemigos: lombardos, frisones, sajones e incluso musulmanes del norte de España. Como asegura Darras, «Europa tenía un maestro; el mundo, un árbitro; la Iglesia, un defensor; y en breve Roma inscribiría en el pedestal de las estatuas del nuevo rey este título inmortal: Carolus Magnus Romanæ Ecclesiæ ensis clypcusque — Carlomagno, espada y escudo de la Iglesia Romana».10

Si Carlomagno brilla por su valentía en el campo de batalla, no reluce menos por su piedad y filial devoción a la Santa Iglesia. De hecho, se impone como misión no sólo defender a la Iglesia, sino también rodearla de honores y esplendores cada vez mayores.

En muchos aspectos, Carlos merecía el epíteto de Magno: desde su valentía en el campo de batalla y su fifilial devoción a la Santa Iglesia…
«Carlomagno en Paderborn», de Ary Scheffer – Palacio de Versalles (Francia)

El emperador lleva a cabo la reforma litúrgica iniciada por su padre; lucha por unificar el culto, difundiendo la liturgia romana de tipo gregoriano; personalmente le pide al papa San Adrián I que le envíe cantores cualificados para formar a las diócesis de Francia en el tradicional canto litúrgico. La formación teológica del clero también ocupa un lugar especial entre sus preocupaciones, así como la normalización del régimen monástico según la regla de San Benito, que se impondría en el futuro, bajo el impulso de San Benito de Aniana, además de la fundación de varias iglesias y monasterios, como los de Saint-Pons de Cimiez, Brântome, Metten, Saint-Savin y Saint-Paul de Narbonne, entre otros.

Carlomagno era incluso teólogo, y se esforzó por combatir herejías como la iconoclasia. Sus Libri carolini —Libros carolingios—, escritos en gran parte por él mismo, constituyen una refutación tan sólida como completa del error iconoclasta.11

Excelente servicio a la causa de la cultura cristiana

Una antigua calumnia retrata a Carlomagno como analfabeto, incapaz de firmar con su propio nombre. Nada más falso, sobre todo tratándose de un hombre del que se origina un verdadero renacimiento cultural en medio de las tinieblas de la ignorancia y la barbarie.

En efecto, Carlomagno era muy culto. Conocía perfectamente su lengua —incluso había empezado a escribir una gramática—, además de latín y griego, que entendía aunque no lo hablara. Durante sus comidas, se deleitaba escuchando la lectura de la Ciudad de Dios de San Agustín.12 Además, no le faltaba talento poético y musical, siempre aliado a una gran piedad. La liturgia católica le debe, probablemente, a la pluma del emperador uno de sus himnos más bellos: Veni Creator Spiritus.13

Con Carlomagno se inauguraba una época que se conocería como Renacimiento carolingio. El emperador «prestó un excelente servicio a la causa de la cultura cristiana con sus capitularios educativos, en los que insistía en la importancia de un alto nivel de precisión en la copia de manuscritos y en la corrección de textos».14 Además «dio un fuerte impulso a la educación y a las artes, solicitando el concurso de los obispos para organizar escuelas en torno a sus catedrales».15 De este modo, se abrieron escuelas para todos, establecidas en gran número de iglesias y monasterios, y se solicitaron sabios maestros de todo Occidente, especialmente de Inglaterra e Italia. Entre ellos figura el principal exponente de la cultura y la ciencia en la corte carolingia: Alcuino de York.

… hasta su incansable empeño en promover e impulsar la educación y las artes, todo ello movido por una ferviente piedad cristiana. En verdad, ¡Carlos fue grande por su fe!
«Carlomagno reprende a los alumnos negligentes», de Karl von Blaas – Museo de Historia del Arte, Viena.

Incluso es reformada la escritura. Se adopta una caligrafía clara, regular y uniforme, conocida como minúscula carolingia. Las artes también reciben un nuevo impulso y los manuscritos litúrgicos se embellecen. Metales preciosos y marfiles, iluminaciones y miniaturas decoran los evangeliarios, sacramentarios, salterios y breviarios. Se construyen hermosas iglesias, ricamente ornamentadas y adornadas. Un bello ejemplo de la suntuosa arquitectura carolingia lo tenemos en el palacio de Aquisgrán, sede del gobierno imperial.

«Sus últimas preocupaciones fueron por la Iglesia»

Hasta el final, Carlomagno vivirá de la Iglesia y para la Iglesia. Esto es lo que dice Darras sobre los últimos días del gran emperador:

«Sus últimas preocupaciones fueron aún por la Iglesia, de la que nunca dejó de ser su defensor armado durante su largo y glorioso reinado. En el 813, se celebraron hasta cinco concilios en todo el imperio: en Arles, Châlons-sur-Saône, Tours, Reims y Maguncia. Los cánones de disciplina que formularon fueron enviados a Aquisgrán, donde el emperador los hizo examinar por una gran asamblea de obispos y maestros, y los hizo obligatorios para todos los pueblos bajo su dominio mediante un capitulario especial».16

Capilla palatina, Aquisgrán (Alemania)

Este fue el último acto oficial del gobierno de Carlomagno. Tras recibir el viático, el 28 de enero del 814, a la edad de 72 años, el venerable monarca se persignó y murmuró las palabras del salmista: «Señor, a tus manos encomiendo mi espíritu» (cf. Sal 30, 6). Eran las nueve de la mañana cuando el padre de la cristiandad expiró en su lecho, en el palacio de Aquisgrán.

La verdadera grandeza sólo nace de la fe

El legado de Carlomagno a la historia es inconmensurable.

Emperador, padre, maestro, guerrero, teólogo, hijo extremado de la Iglesia, defensor del Papa… ¿Cómo resumir en una sola palabra estos y otros muchos aspectos que adornaron el alma del emperador de la barba florida?

Sólo una palabra puede sintetizarlo. Aquella con la que, treinta años después de su muerte, lo calificaría su nieto Nitardo: magno.16 De hecho, la verdadera grandeza sólo nace de la fe. Y fue esa fe, amada, cultivada y defendida sin reservas por Carlomagno, la que le dio la posibilidad de ser, en el mejor sentido de la palabra, grande. ◊

 

Notas


1 Cf. Eginhard. Vita Karoli Imperatoris. 2.ª ed. Roma: Salerno, 2006, p. 98.

2 Darras, J. E. Histoire générale de l’Église. Paris: Louis Vivès, 1873, t. xviii, p. 8.

3 Dinastía franca de la que Meroveo (411-458) fue el tercer rey y que se consolidó con Clodoveo I (465-511) y sus descendientes.

4 Gobry, Iván. Pépin le Bref. Père de Charlemagne, fondateur de la dynastie carolingienne. Paris: Pygmalion, 2001, p. 45.

5 Gobry, Iván. Charlemagne. Fondateur de l’Europe. Monaco: Rocher, 1999, p. 29.

6 Bordonove, Georges. Charlemagne. Empereur et Roi. Paris: Pygmalion, 2008, p. 30.

7 Darras, J. E. Histoire générale de l’Église. Paris: Louis Vivès, 1891, t. xvii, p. 459.

8 Idem, ibidem.

9 Idem, p. 460.

10 Idem, p. 443.

11 Cf. Idem, p. 476.

12 Cf. Idem, p. 473; Eginhard, op. cit., pp. 102-103.

13 Cf. Darras, op. cit., t. xvii, p. 496.

14 Dawson, Christopher. A crise da educação ocidental. São Paulo: É Realizações, 2020, p. 35.

15 Woods, Thomas E. Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental. Madrid: Ciudadela Libros, 2007, p. 36.

16 Darras, op. cit., t. xviii, p. 157.

17 Cf. Bordonove, op. cit., p. 11.

 

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