El ángel de la guarda – «Mi hermano, mi amigo, mi consolador»

Si tuviéramos la oportunidad de conocer a nuestro ángel de la guarda, nos asombraríamos al constatar que es un arquetipo de nosotros mismos. ¿Quién es él entonces?

Rivalizando con una serie incontable de abstracciones —paz, libertad, fraternidad, amor y muchas otras—, el concepto de amistad se cuenta entre uno de los más distorsionados por el hombre del siglo xxi. De hecho, al contrario de lo que muchos piensan, ser amigo no significa contemporizar con los errores ajenos ni compartir diversiones pecaminosas.

Los filósofos antiguos ya enseñaban que la perfecta amistad consiste en querer el bien del otro.1 San Isidoro de Sevilla,2 por su parte, especifica qué géneros de beneficios busca el verdadero amigo para su compañero: según su originalísima explicación etimológica de la palabra amistad, el término latino amicus se forma por derivación de la expresión animi custos, es decir, «guardián del alma». Siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino3 enfatizaría aún que solamente se verifica cuando ese deseo de la felicidad ajena es totalmente desinteresado.

Si concordamos con tales nociones, comprobaremos con qué razón la Sagrada Escritura afirma que un «amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro» (Eclo 6, 14).

Lo que pocos consideran, no obstante, es que Dios, en su infinita dadivosidad, nos ha concedido a cada uno de nosotros el acceso a ese tesoro inefable que, como cualquier don divino, no viene de la tierra, sino que procede del Cielo.

Cada hombre tiene su propio guardián

La Iglesia reserva el día 2 de octubre para la conmemoración litúrgica de los Santos Ángeles Custodios. La fiesta surgió en el siglo xvi, probablemente como reacción a la recién inventada teología protestante, que negaba tan insigne creencia.4 La doctrina sobre estos celestiales guardianes se remonta, empero, a tradiciones antiguas, de los primeros siglos del cristianismo, además de tener sólida base en la Sagrada Escritura. Uno de los pasajes más explícitos al respecto lo encontramos en el Evangelio de San Mateo: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los Cielos el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18, 10).

Hubo grandes Padres de la Iglesia que ya afirmaban esta creencia. Según San Basilio Magno,5 algunos ángeles son colocados a la cabeza de los pueblos, mientras que otros son compañeros de cada uno de los fieles. San Jerónimo,6 por su parte, invoca la dignidad del alma humana como una de las razones por las que cada hombre debe tener un custodio propio desde su nacimiento. Y el gran San Agustín señala que los ángeles «nos contemplan peregrinos y se compadecen de nosotros y nos auxilian, por mandato del Señor, para que lleguemos en algún tiempo a la patria común».7

Sin embargo, no fue hasta el siglo xiii cuando se propuso una explicación teológica más detallada y satisfactoria sobre la temática. Santo Tomás de Aquino la formuló en la primera parte de la Suma Teológica, reservando toda la cuestión 113 para discurrir acerca de la custodia de los ángeles buenos. En ocho artículos, el Aquinate propone tesis de innegable interés, muchas de las cuales no dejan de despertar curiosidad. ¿En qué momento el ángel comienza a guardar al hombre? ¿Sufren los ángeles por los males de sus custodiados? ¿Pueden abandonar a sus protegidos?

Resumiendo los artículos en breves palabras, podemos aclarar que, en cuanto a la primera pregunta, Santo Tomás defiende, de acuerdo con San Jerónimo, que los ángeles son asignados para guardar al hombre al momento de nacer; así, lo más probable es que mientras el niño está en el vientre materno sea custodiado por el mismo ángel de la madre.

Sobre la indagación de si los ángeles sufren por los males de sus protegidos, la respuesta es negativa, ya que un ser se entristece cuando sucede un acontecimiento contrario a su propia voluntad, y nada de lo que ocurre en el mundo contraría la voluntad de los ángeles, pues ésta adhiere perfectamente al orden de la justicia y providencias divinas.

Con relación a la última pregunta, el santo afirma que los ángeles nunca abandonan a sus custodiados, así como Dios, del que son ministros e instrumentos, jamás se desentiende totalmente de nadie.

El venerable teólogo llega a preguntarse si incluso el anticristo (cf. 1 Jn 2, 18; 4, 3), cuando venga, tendrá un ángel de la guarda… Él responde afirmativamente y explica: en este caso, ayudará al menos a que su custodiado no haga todo el mal que pretenda, de la misma manera que los demonios son impedidos por los espíritus buenos de hacerlo.

También las ciudades y las naciones son guardadas por ángeles

Pero no sólo los ángeles ayudan a los seres humanos individualmente. Al respecto, conviene recoger una vez más el testimonio de autores de gran importancia: San Juan Damasceno8 cree que los ángeles también custodian partes de la tierra, pueblos y sus territorios; Clemente de Alejandría afirma que «las naciones y las ciudades son confiadas a los ángeles»,9 y el propio Santo Tomás nos habla de una «guarda del conjunto de los hombres».10

San Miguel – Basílica Notre Dame de Fourvière, Lyon (Francia)

Más recientemente —en el siglo pasado— las apariciones del misterioso ángel más blanco que la nieve a los tres pastorcitos de Fátima, precediendo la visita de la Santísima Virgen, parecen probar esta tesis: el espíritu celestial se presentaba como el Ángel de Portugal.11

¿Qué dice el magisterio sobre los ángeles de la guarda?

Aunque no se trata de un dogma, es decir, una verdad de fe claramente definida por el magisterio como tal, la doctrina sobre los ángeles de la guarda está contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica con los siguientes términos: «Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”».12

Vale la pena recordar lo que afirmó el entonces cardenal Ratzinger — hombre conocido por su equilibrio a la hora de considerar las cuestiones de fe— cuando se le preguntó, en el año 2000, sobre la creencia católica en los custodios celestiales. Según sus palabras, «está muy bien fundamentada. […] Pero una de las convicciones íntimas que han surgido en la experiencia cristiana es que, de alguna manera, Dios coloca a mi lado un acompañante que me ha sido asignado de manera especial y al que yo estoy asignado».13

Una visión deformada

Es notoria la necesidad que el hombre tiene de representar con aspectos humanos lo que no ve, pero en lo cual cree. Por eso, artistas de distintas épocas se esforzaron en plasmar las figuras angélicas bajo la forma de seres visibles, generalmente como hombres alados. En su Divina comedia —que algunos han osado llamar la Suma Teológica en verso—, hasta el propio Dante Alighieri destaca esta noción en uno de sus cantos del Paraíso: «Así es preciso hablar a vuestro espíritu, porque sólo comprende por medio de los sentidos lo que hace después digno de la inteligencia. Por eso la Escritura, atemperándose a vuestras facultades, atribuye a Dios pies y manos, mientras que ella lo ve de otro modo; y la Santa Iglesia os representa bajo formas humanas a Gabriel y a Miguel y al que sanó a Tobías».14

Escuelas artísticas más recientes, no obstante, suelen retratar a los ángeles de la guarda de la misma manera, por cierto, bastante característico: acompañando a un niño en riesgo de caer por un precipicio o por un puente roto.

Comparando una de esas escenas con otra de carácter muy distinto —la de un demonio tentador—, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira tejía una valiosa consideración: «Al representar insistentemente al demonio como inteligente, vivo, capaz; al representar siempre —como lo hace cierta iconografía acaramelada— a los ángeles buenos como seres blandos, inexpresivos, casi necios, ¿qué impresión se crea en el alma popular? Una impresión de que la virtud produce seres sin fibra y atontados, y, al contrario, el vicio forma a hombres inteligentes y varoniles».15

Este estilo de representación conlleva otro grave inconveniente: transmite la idea de que el ángel de la guarda es un vigía con funciones meramente materiales, sin astucia ni perspicacia, incapaz de emprender una lucha en beneficio espiritual de su custodiado.

¿Quién confiaría en tal custodio? ¿No desearíamos, por el contrario, un guardián solícito y poderoso?

«¡Cuánta paciencia he de tener contigo!»

Santa Gema Galgani, mística italiana nacida a finales del siglo xix, parece haber encontrado en su compañero celestial a este guardián extremoso. Y no sólo eso: habiendo sido agraciada por Dios con la presencia visible de su ángel de la guarda, la santa lo consideraba un amigo incomparable y un tierno protector, hasta el punto de conversar con él y pedirle consejos numerosas veces —siempre, dígase de paso, sobre asuntos espirituales.

Ángel de la guarda, de Jaume Huguet – Museo de la catedral de Barcelona (España)

Un día, le dijo a su ángel:

Si algunas veces me portara mal, oh, mi querido ángel, no te enfades, quiero ser agradecida contigo.

Y él le respondió:

Sí. Seré tu guía y compañero inseparable. ¿No sabes quién te confió a mi cuidado? Fue el misericordioso Jesús.

En otra ocasión, después de que Gema sufriera muchos ataques del demonio por la noche, su amigo celestial la ayudó a acostarse nuevamente en la cama y permaneció a su lado para protegerla contra cualquier ataque del Maligno.

El ángel llegó a decirle, cierto día, a su custodiada: «¡Pobre niña! ¡Eres tan inexperta! Necesitas que alguien te proteja continuamente; ¡cuánta paciencia he de tener contigo!».16

Al mismo tiempo, el espíritu angélico no dudaba en reprender y formar a su guardada. Cierta vez le dijo con mirada amenazadora: «¿No te da vergüenza cometer esas faltas en mi presencia?». La doncella se sintió extremadamente confundida: «Me fue imposible recogerme un solo instante, no tuve el valor de decirle una palabra, al ver que siempre que levantaba los ojos él seguía tan severo».17

Ávida de perfección, Gema supo sacar innumerables frutos de esta «educación celestial», siendo solícita continuamente con su custodio, incluso cuando éste le mandaba costosas penitencias: «Me repugnaba mucho la penitencia que me impuso de comunicar ciertos secretos al confesor, pero obedecí, padre mío, me hice violencia y fui muy pronto a decírselo todo, y así me vencí; y el ángel se quedó tan satisfecho que se volvió amable conmigo».18

Son nuestros íntimos amigos

Debemos, a ejemplo de esta gran santa, tener mucha reverencia y respeto por nuestros ángeles de la guarda. San Bernardo exhortaba a sus monjes con estas palabras: «No hagáis delante de vuestros ángeles lo que no haríais delante de Bernardo».19

Detalle de «El Juicio final», de Fra Angélico – Gemäldegalerie, Berlín

Al mismo tiempo, consideremos que ellos, enviados por Dios con la misión específica de custodiarnos hasta la hora de nuestra muerte, comprenderán mejor que cualquier otro amigo terrenal nuestras dificultades, inquietudes, deseos y aspiraciones. Por eso Santa Teresa del Niño Jesús, en un bellísimo poema dedicado a su ángel de la guarda, lo llamaba «mi hermano, mi amigo, mi consolador».20

Para el Dr. Plinio, el ángel custodio debe ser «tan espiritualmente parecido con su pupilo que si cada uno de nosotros conociera a su ángel de la guarda, se asombraría al constatar lo mucho que es conforme a sus buenos sentimientos y a sus voliciones ordenadas, y se sentiría como pariente próximo de este grandioso príncipe celestial».21

Los ángeles de la guarda son nuestros amigos, nuestros confidentes, nuestros extremosos protectores. Seámosles fieles, entreguémosles nuestra entera confianza y pongamos en sus manos todas nuestras necesidades. Finalmente, no dudemos en seguir el consejo del gran San Bernardo: «Tratad, hermanos míos, familiarmente a los ángeles; llevadlos a menudo en el pensamiento y en la devota oración, pues siempre están con vosotros para defenderos y consolaros».22 

 

Note


1 Cf. ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. L. VIII, n.º 2.

2 Cf. SAN ISIDORO DE SEVILLA. Etimologías. L. X, n.º 4.

3 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II‑II, q. 23, a. 1.

4 Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática. Curso fundamental de la Fe Católica. Madrid: BAC, 2009, p. 602.

5 Cf. SAN BASILIO MAGNO. Contre Eunome. L. III, n.º 1: SC 305, 149.

6 Cf. SAN JERÓNIMO. Commentaire sur Saint Matthieu. L. III, c. 18: SC 259, 55.

7 SAN AGUSTÍN DE HIPONA. Enarraciones sobre los Salmos. Salmo 62, n.º 6. In: Obras. Madrid: BAC, 1965, t. XX, p. 572.

8 Cf. SAN JUAN DAMASCENO. La foi orthodoxe, c. 17: SC 535, 231.

9 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA. Stromata VII, apud BERNET, Anne. Enquête sur les Anges. Paris: Perrin, 1997, p. 269.

10 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., I, q. 113, a. 3.

11 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. Madrid: Salvadme Reina, 2017, pp. 19-24.

12 CEC 336.

13 RATZINGER, Joseph. Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época. Barcelona: Debolsillo, 2005, pp. 115-116.

14 DANTE ALIGHIERI. La divina comedia. «Paraíso», canto IV. Madrid: M. E. Editores, 1994, p. 310.

15 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «O Anjo da Guarda é menos inteligente que o demônio?». In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año IV. N.º 41 (mayo, 1954); p. 7.

16 GERMÁN DE SAN ESTANISLAO, CP. Santa Gema Galgani. 2.ª ed. Campinas: Ecclesiæ, 2014, p. 205.

17 Ídem, p. 206.

18 Ídem, ibídem.

19 BERNET, op. cit., p. 257.

20 SANTA TERESA DE LISIEUX. «A mon Ange Gardien». Poésie 46. In: Œvres Complétes. Lonrai: Du Cerf; Desclée de Brouwer, 2009, p. 735

21 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «O Anjo da Guarda, um príncipe celestial a serviço de cada um dos filhos de Deus». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año I. N.º 5 (ago, 1998); p. 22.

22 SAN BERNARDO DE CLARAVAL. «Sermones sobre el Salmo 90». Sermón duodécimo, n.º 10. In: Obras Completas. 2.ª ed. Madrid: BAC, 2005, t. III, p. 577.

 

1 COMENTARIO

  1. Cuantísimas gracias debemos a Nuestro Señor porque en su Divina Providencia nos cuida a estas pobres, indignas e insignificantes criaturas hasta en los mínimos detalles y es por esto que nos ha designado a cada de nosotros un Ángel que nos guarde nos guíe y nos ayude a llegar al Cielo.
    Estos espíritus puros que están siempre en adoración y alabanza a Nuestro Señor, creador de todo el universo son los que tienen el encargo especial de cuidarnos.
    A lo largo del tiempo ha habido unos cuantos santos que han tenido una estrecha relación con su Ángel, como puede ser: Santa Gema Galgani; el Padre Pío; Santa Romana Francesca; Don Bosco, entre otros. Cuanto los ayudaron y por medio de ellos, cuanto ayudaron a otras personas (el padre Pío).
    Seamos siempre conscientes de su presencia, de que siempre están ahí deseando ayudarnos y que son también nuestros grandes intercesores. Estemos siempre atentos a sus santas inspiraciones las cuales nos darán paz, armonía y nos ayudarán hacer el bien. Acudamos a Él sobre todo en lo momentos de peligro.
    Y tengamos en cuenta que también existe un Ángel Custodio para cada familia, pueblo y nación; pidámosles siempre su inestimable ayuda.

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