La sinfonía de Dios y nuestra única esperanza

La obra de la Creación se asemeja a una sinfonía: unitaria y armónica, pero diversa en ritmos y movimientos. A veces la humanidad parece inmersa en un melancólico adagio; otras, en apacibles andantes. Al contemplar esa divina pieza musical, el hombre se pone ante la expectativa de un majestuoso desenlace. ¿Cómo terminará la melodía? ¿Qué ocurrirá mañana?…

Sin duda, 2020 tiende a convertirse en el año más atípico del milenio. Los mediocres discernirán en él únicamente irracionales cacofonías; los timoratos, elegías fúnebres; los insensatos serán engañados por cantos de sirenas… No obstante, si consultamos a los maestros —es decir, a los hombres providenciales—, ¿qué nos dirán?

Analicemos las «partituras» de la Historia. ¿En el Diluvio no fue imperioso que el firmamento llorara días y días para la purificación universal? ¿No fue necesaria la interminable monotonía del desierto para que los israelitas finalmente entraran en la tierra prometida? ¿No fue, en fin, cuando en la plenitud del tiempo (cf. Gál 4, 4) el Verbo de Dios se encarnó? ¿No será, pues, que este año amodorrado, de acordes disonantes, ya prefigura un gran finale? Desconocemos los designios de la Providencia, pero sabemos que la esperanza es la clave para nuestros días.

San Pablo enseña que la esperanza no defrauda (cf. Rom 5, 5). De hecho, por ella humildes pescadores se aventuraron en el oficio de proclamar el Evangelio a toda la Creación (cf. Mc 16, 15), misioneros se internaron en selvas sombrías para revelar el Sol de Justicia, intrépidos héroes singlaron mares nunca antes navegados para desplegar el estandarte de la cruz en todo el orbe. ¡Dios supera nuestras esperanzas!

La antigua serpiente continúa, sin embargo, tendiendo celadas al calcañar de la Virgen. ¡Satanás odia la esperanza! Por eso echa mano de su veneno para obliterar las gracias de Dios y arrastrar a la humanidad al pozo de la desesperación: el Infierno, eterno confinamiento de las almas…

Sibilinamente, el enemigo actúa en las tendencias, revolucionando costumbres para amortiguar las consecuencias. Actúa en las ideas, haciendo creer, por ejemplo, que la higienización está por encima de santificación o que nuestros valores más sagrados, como la familia, pueden ser simplemente «remodelados». Actúa en los fatos, declarando guerras sin tregua a los hijos de la luz. En esa lid, su mayor triunfo consiste en conquistar traiciones, sobre todo de los llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14), de los que, haciéndose amigos de este mundo, se constituyen ¡en enemigos de Dios (cf. Sant 4, 4)!

¿Qué nos queda por hacer? ¿Desanimarse? ¡Nunca! Por el contrario, la tribulación engendra perseverancia, de la cual nace la virtud probada, que florece en la esperanza (cf. Rom 5, 4), semilla de la felicidad eterna. Sólo en el Juicio final conoceremos cuántos rosarios necesitaron ser desgranados, cuántas voluntades sacrificadas, cuántos heroísmos de puro amor practicados para conquistar el puerto tan anhelado…

¿Qué camino elegiremos? Nuestra única opción consiste en escoger «la parte mejor» (Lc 10, 42). Si amar es darlo todo, esperar es anhelarlo todo: lo inimaginable, lo más alto, la sublime sinfonía que une los cánticos de la tierra a los del Cielo. ¡Y eso jamás nos será quitado!

Imagen que representa una de las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré -Santuario de la Medalla Milagrosa, París
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