La sagrada esclavitud de amor

Perderse en el abismo interior de María, identificarse con Ella por el vínculo de la esclavitud de amor, a fin de amar y glorificar a Jesús por su intercesión: he aquí la excelente vía a la que nos invita San Luis María Grignion de Montfort.

Situada en la confluencia de dos modestas corrientes de agua —Meu y Garun—, que se deslizan entre los robles de Bretaña, la apacible ciudad de Montfort parecía conservar aún, en pleno siglo XVII, la fe robusta como granito sobre la cual había sido erigida su gloriosa historia, un pasado de proezas que tan bien evocan sus murallas. Sin embargo, el acontecimiento más bello de Montfort-sur-Meu, esas piedras todavía no lo conocían, pues empezó el 31 de enero de 1673, día en que vio la luz Louis-Marie Grignion, segundo hijo de Jean-Baptiste Grignion y Jeanne Robert.

Cuna escogida y preparada por la Providencia para el nacimiento del santo, Montfort se convirtió en un símbolo perenne de una realidad sobrenatural que la vida y la gesta de este hombre de Dios explicarían a la humanidad: una particular profundización en la devoción a la Santa Madre del Creador, llevada al extremo de la esclavitud y del abandono completo de sí mismo a sus cuidados maternos.

Para comprender el alcance de esta entrega, San Luis Grignion necesitó hacer de su existencia una íntima, prolongada y amorosa meditación sobre Nuestra Señora, a fin de que el Altísimo le enseñara un secreto que jamás podría encontrar en libros antiguos o de sus contemporáneos. Se trata del Secreto de María, arcano de una arraigada relación con la Madre de Dios, que al final de su vida San Luis transcribió en el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, reuniendo las enseñanzas que formarán, hasta el fin de los tiempos, a los auténticos servidores de la Reina del universo.

Sigamos, en breves líneas, esa vida de meditación que preparó la elaboración del Tratado.

Entreteniéndose con María

Con tan sólo 12 años, Luis fue enviado por sus padres a estudiar al Colegio Saint-Thomas Becket, de Rennes, donde se hospedó con su tío Alain Robert, sacerdote de la parroquia Saint-Sauveur.

Contrariamente a las costumbres de sus coetáneos, ya en la adolescencia procuró hacer del recogimiento su frecuente ocupación, de preferencia a los pies de alguna imagen de la Virgen en las iglesias de las cercanías, evitando así los asuntos del mundo que lo rodeaba.

A partir de 1695, cuando era postulante en el seminario de Saint-Sulpice, el alma del joven se elevó cada vez más, cual águila que alza su vuelo altanero por entre las nubes, para desde allí contemplar más ampliamente los esplendores casi infinitos de la Estrella de la mañana. Nuestra Señora constituía el único panorama que esa águila se complacía en contemplar. Todo entretenimiento en el que los nombres de Jesús y María estuvieran ausentes, era insípido y desagradable para él.

Durante esos años no le faltaron excelentes lecturas, que solidificaron en su alma los principios en ella inspirados por la gracia, como la de la obra de Henri-Marie Boudon, Dieu seul. Le saint esclavage de l’admirable Mère de Dieu, y el Salterio de la Virgen atribuido a San Buenaventura. Fue también en el seminario donde el santo decidió fundar la asociación de los Esclavos de María, a fin de propagar la doctrina de la santa esclavitud, signo distintivo de su apostolado ministerial.

No obstante, lo que más claramente nos hace comprender la intensidad de su relación con la Señora de los ángeles son los momentos, poco conocidos, en los que Ella vino a convivir y comunicar personalmente sus designios maternos al apóstol que había elegido.

En una ocasión, un hombre entró en la sacristía para confesarse y se encontró con el misionero, ya al final de sus días, conversando con una dama de indescriptible blancura. Como se disculpó por las molestias, recibió esta amable explicación: «Amigo mío, me estaba entreteniendo con María, mi buena Madre».1 ¿Serían habituales para Luis esas milagrosas entrevistas con la Reina del Cielo? A juzgar por la naturalidad de la respuesta, todo indica que sí…

Recogido en La Rochelle

San Luis María Grignion de Montfort – Colección particular

En el ocaso de su fecunda existencia, San Luis Grignion decidió poner en papel la doctrina que durante muchos años había enseñado con fruto, en público y en privado, en sus misiones.

Con toda probabilidad, era el otoño de 1712, en la tranquila ciudad de La Rochelle. Una cama, una mesa, una silla, un candelabro, era todo el adorno de su habitación en el yermo de San Elías, donde pasó sus últimos años de misión y trazó de su puño y letra las líneas del llamado Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.

Su redacción fue relativamente rápida, resultado de una enorme preparación remota: lecturas abundantes, conversaciones familiares con los más santos y sabios personajes de su época, incesantes predicaciones, oraciones ardientes a lo largo de décadas.

El odio de los infernos

En la Historia de la salvación suele ocurrir que toda obra santa, que da buenos frutos, es inevitablemente odiada y combatida por la raza de la serpiente. Del mismo modo, el escrito de San Luis se convirtió en el blanco de las fuerzas infernales, como, por cierto, el santo había profetizado de manera impresionantemente exacta: «Preveo muchos animales rugientes, que vienen con furia a destrozar con sus diabólicos dientes este pequeño escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo, o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas y en el silencio de un cofre, para que nunca aparezca. Incluso atacarán y perseguirán a aquellos y aquellas que lo leyeren y pusieren en práctica».2

Mesa sobre la cual San Luis Grignion escribió el «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen» – Convento de las Hijas de la Sabiduría, Saint-Laurent-sur-Sèvre (Francia)

De hecho, durante la Revolución francesa el manuscrito fue metido en una caja y escondido en Saint-Laurent-sur-Sèrvre, en un descampado cercano a la capilla dedicada a San Miguel Arcángel. Pasada la tormenta, allí quedó olvidado hasta el 29 de abril de 1842, fecha en la que un misionero de la Compañía de María lo encontró, entre otros libros antiguos.

Tras su hallazgo, surgieron algunas dudas sobre ciertas correcciones hechas en él, que no parecía que fueran del autor, aparte de la misteriosa desaparición de varias páginas.

Originalmente, la obra estaba constituida por diecinueve cuadernos, de los cuales los siete primeros se perdieron. Del octavo quedaron tan sólo diez páginas y del último, únicamente seis. Por eso nadie sabe el verdadero nombre del Tratado. Se supone que muy probablemente fuera Preparación para el Reino de Jesucristo porque San Luis3 así lo llama en el manuscrito. En cuanto al título actual, le fue dado a la obra cuando se imprimió la primera edición.

Sin embargo, ni el título perdido, ni siquiera las casi cien páginas extraviadas, le impiden obrar en las almas las conversiones que la Virgen tanto espera, pues el Tratado es portador de gracias que enseñan a los corazones con más acuidad aún que las palabras ahí contenidas instruyen las mentes.

Rescatada de las sombras y puesta en el candelero, la nueva doctrina mariana encerrada en esas pocas hojas de papel empezó a extenderse por el orbe y el número de esclavos de María se multiplicó y continúa propagándose en pleno siglo XXI.

Ahora bien, ¿qué doctrina nueva dotada de poder es esta, temida por los infiernos hasta el punto de intentar por todos los medios hacerla desaparecer?

En busca de la perla más preciosa

San Luis Grignion ante Nuestra Señora Reina de los corazones, con el «Tratado» al pie de su trono

Esclavitud. Condición inferior no existe. No obstante, «nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más absolutamente a Jesucristo y a su Santa Madre que la esclavitud voluntaria, a ejemplo del mismo Jesucristo, que tomó la forma de esclavo por nuestro amor —formam servi accipiens—, y de la Virgen Santísima, que se proclamó la sierva y la esclava del Señor».4

Encadenarse a las manos de Nuestra Señora consiste, como argumenta ampliamente el santo,5 en ir por el camino más corto, eficaz y seguro de unirnos plenamente a Nuestro Señor Jesucristo, es decir, de consumar la vida espiritual y alcanzar la santidad.

Ahora bien, siguiendo al pie de la letra las recomendaciones de San Luis, veremos que la devoción a María, llevada al extremo, requiere una entrega a Ella de todo lo que se posee, ya sea en el orden de la naturaleza o de la gracia, de la manera más radical, como él mismo lo recomienda vivamente: «Si has hallado el tesoro escondido en el campo de María, la perla preciosa del Evangelio, tienes que venderlo todo para comprarlo; debes hacer un sacrificio de ti mismo en las manos de María y perderte dichosamente en Ella para encontrar allí sólo a Dios».6 Una vez poseída esa perla de valor incalculable, ¿qué más podría desear el alma humana, sino tenerla consigo, incluso en la visión beatífica?

Esa es una cláusula que, felizmente, consta en las palabras esenciales de la fórmula compuesta por San Luis: «Te entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y hasta el valor de mis buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, dejándoos entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según tu voluntad, para mayor gloria de Dios, en el tiempo y la eternidad».7

Una entrega tan completa a una pura criatura —Madre de Dios y Reina de los Cielos y de la tierra, sin duda, pero meramente humana— no podría dejar de suscitar oposiciones, ya previstas también por el santo de Montfort:

«Si algún crítico, al leer esto, piensa que hablo aquí exageradamente o por devoción desmesurada, no me está entendiendo; bien por ser hombre carnal, que de ningún modo gusta de las cosas del espíritu, bien por ser del mundo, que no puede recibir el Espíritu Santo, bien por ser orgulloso y crítico, que condena o desprecia todo lo que no entiende. Pero las almas que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, sino de Dios y de María, me comprenden y aprecian; y para ellas estoy escribiendo».8

Los apóstoles de los últimos tiempos

El sentido profético de San Luis fue lejos, pues no imaginó que esas almas receptivas a la sublime devoción de la esclavitud de amor se restringían a las que estaban vivas en aquella época, sino que las divisó en su horizonte sobrenatural en un período futuro:

«Además hemos de creer que al final de los tiempos, y quizá antes de lo que pensamos, Dios suscitará grandes hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María, por quienes esta divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra, para destruir el pecado y establecer el Reino de Jesucristo, su Hijo, sobre el reinado del mundo corrompido; y es por medio de esta devoción a la Santísima Virgen —que no hago sino esbozar, disminuyéndola con mis limitaciones— que esos santos personajes llevarán todo a cabo».9

Estos apóstoles de los últimos tiempos, según la expresión de San Luis, no sólo vivirán sus enseñanzas de forma radical, sino que serán antorchas vivas para iluminar con el espíritu de María los corazones de los hombres, preparando en las almas el reinado de su divino Hijo:

San Luis María Grignion de Montfort – Basílica de San Pedro, Vaticano

«Como por María vino Dios al mundo por primera vez, en humillación y anonadamiento, ¿no podríamos decir también que por María vendrá Dios por segunda vez, como lo espera toda la Iglesia, para reinar en todas partes y para juzgar a vivos y muertos? Cómo y cuándo será, ¿quién lo sabe?».10

«Adveniat regnum Mariæ»

La inmensidad de sus deseos lo hacía gemir a la espera de ese nuevo orden de cosas que la devoción a María, como había enseñado, haría nacer:

«¡Ah!, ¿cuándo llegará ese tiempo dichoso en que María será establecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su gran y único Jesús? ¿Cuándo llegará el día en que las almas respirarán a María como los cuerpos respiran el aire? Para entonces sucederán cosas maravillosas en este mundo, donde el Espíritu Santo, al encontrar a su querida Esposa como reproducida en las almas, vendrá a ellas en abundancia y las llenará de sus dones, y particularmente del don de su sabiduría, para obrar maravillas de gracia».11

No es sin razón que el nombre más probable del Tratado sea Preparación para el Reino de Jesucristo. La era de Nuestro Señor vendrá en el momento en que la sagrada esclavitud esté extendida por toda la humanidad: «Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y practique la devoción que enseño: “Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ”».12

Mientras los hombres del siglo se embriagan con las atracciones de este mundo, el cual es incapaz de ofrecerle al alma humana el único bien que puede saciarla, volvamos la mirada a Nuestra Señora y hagamos nuestras las oraciones del santo mariano: que tarde o temprano la Santísima Virgen tengas más hijos, siervos y esclavos de amor como jamás ha habido y que, por este medio, Jesucristo, nuestro amado Maestro, reine más que nunca en todos los corazones.13 

 

Notas


1 LE CROM, Louis. Saint Louis-Marie Grignion de Montfort: un apôtre marial. Tourcoing: Les Traditions Françaises, 1946, p. 367.

2 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 114. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 557.

3 Cf. Ídem, n.º 227, p. 641.

4 Ídem, n.º 72, p. 533.

5 Cf. Ídem, n.º 120, pp. 562-563; n.os 152-159, pp. 582-590.

6 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Le Secret de Marie, n.º 70. In: Œuvres Complètes, op. cit., p. 476.

7 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. L’amour de la Sagesse Éternelle, n.º 225. In: Œuvres Complètes, op. cit., pp. 215-216.

8 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 180, op. cit., pp. 606-607.

9 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Le Secret de Marie, n.º 59, op. cit., p. 468.

10 Ídem, n.º 58, p. 468.

11 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 217, op. cit., pp. 634-635.

12 Ídem, n.º 217, p. 635.

13 Cf. Ídem, n.º 113, p. 557.

 

1 COMENTARIO

  1. Aún recuerdo con gran emoción cuando hace años “cayó” en mis manos El Tratado de la Verdadera Devoción. Para mí fué un gran descubrimiento a la vez que, según iba leyendo, me llenaba de emoción y de curiosidad a ver que más cosas podía aprender. Desde ese momento se puede decir que la Virgen Santísima me fué indicando el camino que debía de seguir para que estando a Su lado pudiera llegar mucho antes a Su Divino Hijo./ Así que si esto me sucedió a mí, ?qué no sentiría San Luis María, cuando por inspiración Divina vió y profetizó el Triunfo del Inmaculado Corazón de María?? Fué un auténtico milagro, teniendo en cuenta en los tiempos tan convulsos en los que fué escrito./ Si bien el Tratado es un libro para todos los tiempos, es precisamente en estos momentos tan difíciles que nos está tocando vivir cuando más se necesita y que todo el mundo lo conozca para hacerse Esclavo de Amor de Nuestra Santa Madre. !Salve María!!!

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