«¡No hemos podido hacer nada contra aquel lugar!», confesaron algunas brujas encarceladas por la autoridad de Nattremberg, Baviera, en el año 1647, bajo la acusación de haber realizado maleficios sobre los habitantes de esa región. En el proceso que siguió a su arresto declararon que sus perversas maquinaciones no tenían éxito en los sitios donde la santa cruz de Cristo estaba suspendida o incluso escondida en el suelo. Y ése era, ciertamente, el caso de la invulnerable abadía de Metten.
Los investigadores fueron entonces a visitar el monasterio benedictino con el objetivo de consultar a los monjes acerca de esa particularidad. Tras una atenta observación, las autoridades advirtieron muchas representaciones de la santa cruz en las paredes de la abadía, acompañadas siempre de enigmáticos caracteres cuyo significado se perdía en las brumas del pasado y que ya nadie sabía descifrar.
Consultando la biblioteca monacal, encontraron un antiguo evangeliario, fechado en 1415, donde unos dibujos realizados a pluma por un monje anónimo representaban a San Benito revestido de su cogulla monástica, portando en su mano izquierda un bastón rematado por una cruz y en la derecha, una flámula, en la que se descifraban aquellos misteriosos caracteres: Crux sacra sit mihi lux. Non draco sit mihi dux —Que la santa cruz sea mi luz; que el dragón no sea mi guía. Era la primera evidencia conocida de aquella devoción que la piedad popular extendería por el mundo entero hasta nuestros días: la medalla de San Benito.1
Origen de una tradición
De hecho, después de tales acontecimientos, el fervor de los católicos por la poderosa medalla creció de manera vertiginosa. Partiendo de Alemania, donde se acuñó por primera vez, se propagó rápidamente por toda la Europa católica, siendo considerada por los fieles como segurísima defensa contra las embestidas infernales.2
La Santa Sede enseguida se vio impulsada a apoyar este providencial movimiento de la gracia y el 12 de marzo de 1742 el papa Benedicto XIV firmó el breve que ratificaba el uso del piadoso objeto y le concedía favores e indulgencias. Habiéndose difundido muchas variantes de la medalla a lo largo del tiempo, el 31 de agosto de 1877 el Beato Pío IX distinguió con indulgencias especiales un nuevo modelo acuñado por la abadía de Montecassino con ocasión del decimocuarto centenario del nacimiento de San Benito, que pasó a ser conocido como la medalla jubilar. Dicho modelo es el más difundido hasta el día de hoy.3
Sin embargo, tal como sucedió en la cristiandad de antaño, el significado más profundo de este poderoso sacramental es olvidado a menudo por los cristianos.
Que la santa cruz sea mi luz
El adorable instrumento de nuestra salvación es, en sí mismo, un eficacísimo auxilio contra todo tipo de ataques diabólicos. Si por medio de un árbol el antiguo enemigo derrotó, en Adán, al género humano, así también por medio de un madero el Hombre-Dios nos ha rescatado definitivamente de la tiranía infernal.
Por ello, una gran cruz griega cubre una cara de la medalla. Entre las astas de la cruz se pueden leer cuatro caracteres: C. S. P. B., que significa: Crux Sancti Patris Benedicti —La cruz del santo padre Benito. También son visibles, grabadas en la propia cruz, las letras C. S. S. M. L. en la asta vertical, y N. D. S. M. D. en la asta horizontal, que aluden, respectivamente, a las frases antes citadas: Crux Sacra sit mihi lux. Non draco sit mihi dux —Que la santa cruz sea mi luz; que el dragón no sea mi guía. Y, para completar esta oración de carácter exorcista, hay a su alrededor una inscripción más extensa: V. R. S. N. S. M. V. S. M. Q. L. I. V. B., que quiere decir: Vade retro Satana; numquam suade mihi vana. Sunt mala quae libas; ipse venena bibas —¡Apártate, Satanás!, no me sugieras cosas vanas. Maldad es lo que me brindas, bebe tú mismo el veneno.
Tal conjuro puede ser utilizado por los cristianos siempre que se sientan perturbados y asaltados por las tentaciones del enemigo; cuando nos sugiere sus perversidades, las falsas pompas del mundo, los deleites y placeres contrarios a la ley de Dios, las malas amistades…, en fin, su veneno, el pecado mismo, que lleva la muerte al alma. ¡Aceptadlo, jamás! Arrojemos ese maldito «obsequio» a la cara del tentador que nos lo ofrece, ya que él mismo lo eligió por herencia.
No obstante, al contemplar el reverso de la medalla cabría preguntarse: ¿por qué San Benito?
La figura del patriarca de Occidente
El santo patriarca de Occidente cuenta con todas las prerrogativas para figurar en un objeto piadoso de carácter exorcista, y esto se debe principalmente a las grandes victorias obtenidas por él contra los espíritus malignos al usar la señal de la cruz.
Bien nos lo recuerdan la copa y el cuervo representados a sus pies. Aquella alude a un episodio de su vida en el que unos monjes rebeldes intentaron matarlo, sirviéndole un vaso de vino envenenado, que rápidamente se hizo añicos al ser bendecido por el santo, reduciéndolo a fragmentos. Y el ave se refiere a la ocasión en que un sacerdote envidioso de las virtudes de San Benito decidió «obsequiarle» con un pan también envenenado, el cual, sin embargo, no llegó a ser consumido por el santo abad, que le ordenó a un cuervo que se lo llevara bien lejos.4
Merece especial atención igualmente la inscripción que rodea esa cara de la medalla: Eius in obitu n[ost]ro præsentia muniamur —En la hora de nuestra muerte, seamos protegidos por tu presencia. Se trata de una petición que, junto con la formulada en la avemaría, «ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», nos llena de confianza en relación con nuestros últimos momentos de vida en esta tierra, en los que el demonio juega el «todo o nada» para nuestra perdición.
Auxilio infalible
Así pues, aunque los ataques diabólicos, las tentaciones e incluso los peligros físicos a los que nos enfrentamos cada día sean numerosos y constantes, la medalla de San Benito constituye un poderoso sacramental e infalible auxilio para los cristianos, ya que reúne en sí la virtud de la santa cruz y el recuerdo de las victorias que el gran patriarca obtuvo contra el dragón infernal.
Por lo tanto, en medio de las tribulaciones de esta vida, llevemos con devoción la medalla de San Benito, no como un mero amuleto alegórico, sino como una ayuda sobrenatural y una representación auténtica de las promesas de nuestro bautismo: creemos firmemente en Jesucristo, nuestro Señor, y en la Santa Iglesia y renunciamos para siempre a Satanás y al pecado. ◊
Notas
1 Cf. GUERÁNGER, OSB, Prosper. A medalha de São Bento. São Paulo: Artpress, 1995, pp. 37-38.
2 Cf. Ídem, p. 42.
3 Cf. Ídem, p. 136.
4 Cf. SAN GREGORIO MAGNO. Vida e milagres de São Bento. Rio de Janeiro: Lumen Christi, 1977, pp. 38-39; 51-52.
Hola ,personalmente no tengo dicha medalla , pero sí tengo puesta
en la puerta de mi departamento en el que vivo solo hace muchos años,
una imagen del santo con sus respectivas alusiones y bendecidas por un clero
correspondiente; espero me sirva de igual manera para alegar al demonio que
tanto mal hace ,,,,