Si la Eucaristía es el milagro de la permanencia perpetua de Jesucristo, el abandono de la Eucaristía es la frustración práctica de ese milagro y con ella la de los fines misericordiosos y altísimos de su permanencia.
La Eucaristía abandonada es, en cuanto esto se puede decir de Dios, Jesucristo contrariado con la más amarga de las contrariedades y las almas y las sociedades privadas de ríos y de mares de bienes.
No es que no existan o nos importen poco otros males que ofenden a Dios y afligen a nuestros hermanos, sino que dejamos a otras obras o instituciones nacidas o especializadas para eso el remedio de estos otros males, que después de todo no son sino efectos o síntomas de aquel gravísimo y trascendental mal del abandono. […]
El abandono es el mal de los que saben que Jesús tiene ojos y no se dejan ver de ellos, y oídos y no le hablan, y manos y no se acercan a recoger sus regalos, y corazón que les ama ardientemente y no lo quieren ni le dan gusto, y doctrina de toda verdad y la desdeñan o la interpretan a su capricho, y ejemplos de vida y no los copian. ¡Es mal de próximos y amigos!
SAN MANUEL GONZÁLEZ.
El abandono de los sagrarios acompañados.
3.ª ed. Palencia: El Granito de Arena, 1936, pp. 33-35.