La comunión reparadora de los primeros sábados de mes – «Tú, al menos, trata de consolarme»

Un llamamiento maternal de María Santísima a sor Lucía de Fátima resuena hasta hoy en todo el mundo católico: ¡desagraviemos el Corazón de nuestra Madre, tan herido por los pecados de la humanidad!

De mayo a octubre de 1917 la Santísima Virgen se apareció en Fátima a tres pastorcillos: Lucía, Francisco y Jacinta, y les transmitió mensajes, les confió secretos y, ante todo, les expresó sus más íntimos deseos. Sin embargo, el contenido y la profundidad de sus palabras nos dan a entender que no van dirigidas únicamente a los tres videntes, sino a toda la humanidad. La Reina del Cielo quiso poner sobre aviso a los hombres del siglo pasado, caracterizado por la profunda transformación de mentalidades y costumbres y por la inminencia de grandes catástrofes a nivel político-social.

Más aún. Quien se acerca a las revelaciones hechas por Nuestra Señora en Cova da Iria tiene la fuerte impresión de que su anuncio sigue resonando hasta nuestros días. «Se engaña quien piensa que la misión profética de Fátima ha concluido»,1 aseveraba Benedicto XVI en su viaje a Portugal en 2010.

Sí, el mensaje de María perdura hasta el día de hoy y nos llama con insistencia a que no seamos indiferentes a sus maternales súplicas. Ahora bien, entre los deseos que manifestó de un modo más ardiente se encuentra el de la comunión reparadora de los primeros sábados.

«Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón»

La primera referencia que la Santísima Virgen hizo a esta práctica fue en julio de 1917. Los tres pastorcillos estaban en el lugar de las apariciones acompañados de una numerosa muchedumbre, pues la noticia de las revelaciones ya se había extendido por los alrededores. Mientras rezaban el rosario, Nuestra Señora se manifestó y les mostró el infierno, indicándoles el medio para evitar la perdición de tantas almas:

«Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que os digo, se salvarán muchas almas y tendréis paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejan de ofender a Dios, durante el reinado de Pío XI comenzará una peor. […] Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendéis mis peticiones, Rusia se convertirá y tendréis paz; si no, difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará».2

El sublime e incisivo discurso de la Virgen María repercutió a fondo en el alma de los niños como una verdad indiscutible: eran palabras de la Madre de Dios. Sin embargo, como suele ocurrir con los anuncios proféticos, los tres pastorcitos, especialmente la pequeña Lucía, todavía tendrían mucho que esperar y confiar.

En efecto, mientras Francisco y Jacinta enseguida recibirían la suprema recompensa en la bienaventuranza celestial, Lucía debería cumplir una importante misión en esta tierra. Esto también lo había advertido con antecedencia la bondadosa Señora, en cuya ocasión señala una vez más el camino elegido por su divino Hijo para salvar a las almas: «A Jacinta y a Francisco pronto me los llevaré; pero tú te quedas aquí un tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocida y amada. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace, le prometo la salvación».3

«Mi Corazón está rodeado de espinas»

Así sucedió. Entre 1919 y 1920, sus primos abandonaron este valle de lágrimas. Lucía, por su parte, ingresó en la comunidad de las Hermanas Doroteas y, en 1925, fijó su residencia en Pontevedra (España). Comenzaba su largo itinerario en la vida religiosa.

En este contexto fue donde la Madre de Dios se manifestó una vez más a sor Lucía, para mostrarle cómo debía concretarse la devoción a su Inmaculado Corazón, confirmando el anuncio hecho ocho años antes: la comunión reparadora de los primeros sábados.

Sor Lucía con el hábito de las Hermanas Doroteas

El 10 de diciembre de 1925 se le apareció la Santísima Virgen con el Niño Jesús a su lado, suspendido en una nube luminosa. Apoyando su mano en el hombro de Lucía, Nuestra Señora le mostró un Corazón rodeado de espinas que sostenía en la otra mano.

Con esta escena ante sus ojos, la religiosa escuchó al Niño Dios decirle: «Ten piedad del Corazón de tu Santísima Madre, que está cubierto de espinas que los hombres ingratos le clavan constantemente, sin que nadie haga un acto de reparación para quitárselas».4

A continuación, María unió sus súplicas a las de su divino Hijo: «Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas, que los hombres me clavan constantemente con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, trata de consolarme, y di que todos los que durante cinco meses, el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen un rosario y me hagan compañía durante quince minutos, meditando los quince misterios del rosario, con el fin de desagraviarme, prometo asistirlos, en la hora de la muerte, con todas las gracias necesarias para la salvación de estas almas».5

Una vez terminada la aparición, la vidente tomó providencias para cumplir el mandato de Nuestra Señora. Por indicación de su superiora, la joven Lucía recurrió a su antiguo confesor, Mons. Manuel Pereira Lopes. Sin embargo, al no querer comprometerse con la petición del Cielo, le mandó que esperara a que esa visión se repitiera y a que hubieran hechos probados. Además —por increíble que parezca—, alegó que esa devoción no era tan necesaria; después de todo, ¿no había ya muchas almas que recibían la Eucaristía los primeros sábados y rezaban el rosario en honor de la Madre de Dios?

Nueva aparición del Niño Jesús

Paciente, la religiosa esperó una nueva comunicación del Cielo durante dos meses. El 15 de febrero de 1926, mientras realizaba unos trabajos en el exterior del convento, se encontró con un niño que le hizo esta inesperada pregunta: «¿Has difundido, por el mundo, lo que la Madre del Cielo te pidió?».6

En esto la religiosa reconoció que se trataba del mismísimo Niño Jesús. Entristecida, le presentó los obstáculos que sus superiores le habían puesto; en particular, el hecho de que muchas personas ya practicaban, supuestamente, ese acto de piedad. Pero el divino Infante reafirmó la importancia de la nueva devoción, mostrándole en qué consistía su esencia: la intención de desagraviar el Inmaculado Corazón de María.

Le dijo Él: «Es verdad, hija mía, que muchas almas comienzan [los primeros sábados], pero pocas los acaban y las que los terminan es para recibir las gracias que allí se prometen; y me agradan más las que hicieran los cinco con fervor y con el fin de desagraviar el Corazón de tu Madre del Cielo, que las que hicieran los quince [refiriéndose a los misterios del rosario], tibios e indiferentes».7

Lamentablemente, incluso ante un llamamiento tan incisivo, muchos de los que deberían haber propagado esta devoción la acogieron con cruel frialdad, como niños ingratos ante las súplicas de su Madre.

Aclaraciones y paternales concesiones

Para aquellos que anhelaban atender el llamamiento de la Santísima Virgen también empezaron a surgir ciertas dificultades, que les imposibilitaban cumplir con exactitud la petición hecha por Ella. Algunos, por ejemplo, no lograban confesarse los sábados. ¿Podrían hacerlo en la octava? ¿Y si olvidaban la intención reparadora en el momento de la confesión? ¿Que deberían hacer?

Imbuida de la confianza que una hija tiene con su padre, la vidente le pidió una aclaración al Señor. Magnánimamente solícito y deseoso de que esta devoción fuera practicada por el mayor número de personas, no sólo permitió la confesión dentro de la octava de los primeros sábados, sino que dio un margen aún mayor: «Sí, pueden ser muchos más [días] todavía, con tal que, cuando me reciban, estén en gracia y tengan la intención de desagraviar el Inmaculado Corazón de María».8

Además, los que por olvido dejaran de formular la referida intención podrían hacerlo en la siguiente confesión, aprovechando la primera ocasión que tuvieran para recibir este sacramento.

A pesar de las aclaraciones hechas en las últimas apariciones, surgirían otras cuestiones todavía. Estando bajo la orientación del P. José Bernardo Gonçalves, SJ, sor Lucía respondió a una serie de preguntas de este sacerdote sobre las peticiones de Nuestra Señora. Gracias a tales indagaciones, la confidente de María Santísima tuvo la oportunidad de esclarecer las razones por las que esta devoción debía ser practicada. Por ejemplo, ¿por qué cinco sábados y no siete o nueve? La religiosa explicó que eran cinco las especies de ofensas hechas al Inmaculado Corazón de María: «Las blasfemias contra la Inmaculada Concepción; contra su Virginidad; contra la Maternidad Divina, negándose, al mismo tiempo, a recibirla como Madre de los hombres; los que públicamente buscan inculcar en el corazón de los niños la indiferencia, el desprecio e incluso el odio hacia esta Inmaculada Madre; y los que directamente la ultrajan en sus sagradas imágenes».9

Un llamamiento dirigido a todo el mundo

Después de idas y venidas, en septiembre de 1939 el obispo de Leiria hizo pública esta práctica reparadora. A pesar de esto, sor Lucía sabía que era voluntad de Nuestra Señora que no sólo fuera conocida en Portugal, sino que se extendiera por el mundo entero. Para ello, era menester una intervención del Santo Padre. Así le escribió la religiosa al P. Gonçalves, en 1930: «Me parece que nuestro buen Dios, en el fondo de mi corazón, me insta a que le pida al Santo Padre la aprobación de la devoción reparadora que el propio Dios y la Santísima Virgen se dignaron pedir en 1925».10

Con la ayuda del obispo de Leiria, una misiva le fue dirigida a Pío XII en 1940, exhortándolo a cumplir dos ardientes deseos de la Virgen de Fátima: la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María y la propagación de la comunión reparadora de los primeros sábados:

«¡Santísimo Padre! Vengo a renovar una petición que ya ha sido llevada varias veces a Su Santidad. […] La petición, Santísimo Padre, no es mía; es de nuestra buena Madre del Cielo y de Nuestro Señor. […] [En 1925,] después de una revelación en la que pedía que se difundiera en el mundo la comunión reparadora de los primeros sábados de cinco meses seguidos, haciendo, con el mismo fin, una confesión, un cuarto de hora de meditación sobre los misterios del rosario, y rezando un rosario con el fin de reparar los ultrajes, sacrilegios e indiferencias cometidos contra su Inmaculado Corazón, a las personas que practican esta devoción les promete nuestra buena Madre del Cielo asistirlos, en la hora de la muerte, con todas sus gracias necesarias para salvarse. […]

»Aprovecho esta oportunidad, Santísimo Padre, para pedir a Vuestra Santidad que se digne hacer pública esta devoción y bendecirla para el mundo entero».11

La responsabilidad de cada católico ante el llamamiento de María

Los conflictos de la Segunda Guerra Mundial ya convulsionaban a Europa cuando la misiva de sor Lucía llegó al Santo Padre. Se podría decir que la realización de las amenazas proféticas de 1917 serviría como un ultimátum para que finalmente se atendiera al llamamiento de Nuestra Señora.

Sin embargo, aunque no sabemos con detalle qué aceptación tuvo la carta en la Roma Eterna, podemos afirmar que esa devoción ciertamente no logró el alcance deseado por María Santísima. Basta mirar los frutos de nuestra sociedad, inmersa en la más sombría crisis moral que los siglos han conocido, para darnos cuenta de que el remedio que evitaría la perdición de tantas almas fue blanco de insuficiente acogida, en los casos en que no llegó al consciente rechazo… ¡Ni siquiera este tan simple deseo de María fue plenamente atendido!

No obstante, si es verdad que muchos no quisieron escuchar las palabras de Nuestra Señora ni desagraviar su Corazón virginal, es aún más cierto que su llamamiento se renueva para cada uno de los que llevan el título de hijos y esclavos de María. Sobre ellos recae la responsabilidad de decir a esta súplica.

Entre la numerosa multitud de fieles católicos, los Heraldos del Evangelio anhelan la inmensa gracia de ser contados entre el número de sus hijos y auténticos devotos. Por eso, desde hace casi veinticinco años renuevan todos los meses la devoción pedida por la Santísima Virgen, con el objetivo no sólo de desagraviar las ofensas cometidas contra Ella, sino también, de alguna manera, «adelantar» el triunfo de su Inmaculado Corazón.

He aquí el motivo de implantarse, por iniciativa de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, un magnífico ceremonial de coronación de la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima durante la práctica reparadora de los primeros sábados celebrada mensualmente en las iglesias, oratorios y capillas de los Heraldos en el mundo, de forma notablemente esplendorosa en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, de Caieiras (Brasil). Este acto busca representar la ceremonia celebrada en el Cielo proclamando a María como Reina de toda la creación, a la espera del día glorioso, prometido por Ella a los tres pastorcitos, en el que su reinado se establecerá sobre la faz de la tierra. 

 

 

Notas


1 BENEDICTO XVI. Homilía en el Santuario de Fátima, 13/5/2010.

2 SOR LUCÍA. Memórias. Fátima: Postulação, 1976, p. 148.

3 SOR LUCÍA. Memórias e cartas. Porto: Simão Guimarães, 1973, p. 401.

4 Ídem, ibídem.

5 Ídem, ibídem.

6 MARTINS, SJ, Antonio María. Novos documentos de Fátima, apud CARMELO DE COIMBRA. Um caminho sob o olhar de Maria. 2.ª ed. Coimbra: Carmelo, 2017, p. 170.

7 Ídem, p. 171.

8 SOR LUCÍA, Memórias e cartas, op. cit., p. 401.

9 Ídem, pp. 409-411.

10 Ídem, p. 405.

11 Ídem, p. 431.

 

1 COMENTARIO

  1. Si me permiten, aprovecho este comentario al magnífico artículo de D. José Manuel Gómez Carayol sobre «LA COMUNIÓN REPARADORA DE LOS PRIMEROS SÁBADOS DE MES», para compartir mi primer Gran Flash con los Heraldos del Evangelio.

    Era un 7 de enero de 2012, Primer Sábado, en la Catedral Metropolitana de São Paulo, cuando por primera vez asistí con mi querida familia a la ceremonia de la Comunión Reparadora. Desde jovencita había hecho con mis padres y hermano los Primeros Sábados de forma privada. Cuál no fue mi sorpresa al ver, desde la entrada, la Catedral de São Paulo llena, la Santísima Virgen de Fátima preciosa, rodeada de incienso y de flores, en andas, camino del altar, al son de trompetas y acompañada de un solemne cortejo.

    Después de los tres “vivas”: «Viva o coração de Maria! Viva a Rainha do universo! Viva a Medianeira de todas as Graças!», se oye una orquesta angelical interpretando «The Occasional Oratorio» de Händel. Al llegar al altar es coronada como Reina. A continuación, el rezo del Santo Rosario, seguidamente la Meditación desarrollada por un sacerdote y la Santa Misa. Y a disposición 32 sacerdotes confesando…

    Las palabras se quedan cortas para expresar la fascinación, emoción, admiración y alegría que sentí, viviendo todo esto con los Heraldos del Evangelio. Me parecía el Cielo en la tierra. Este fue mi primer flash, que jamás quisiera olvidar, con esta bendita Asociación Pontificia.

    En verdad, los Heraldos del Evangelio son los que fielmente recogen el testigo de Sor Lucía de Fátima.

    Escribo estas líneas un 3 de octubre, día grande –¡muy grande!– para nosotros (soy Terciaria de los Heraldos del Evangelio, toda mi familia lo es) porque celebramos, mirando al Cielo, el dies natalis de nuestro Fundador el Dr. Plínio, y queremos desde aquí agradecerle a él y a Monseñor João S. Clá estos 25 años, mes a mes, del cumplimiento público de la devoción pedida por la Santísima Virgen, con el objeto no sólo de desagraviar las ofensas cometidas contra Ella, sino también, de alguna manera, adelantar el Triunfo de Su Inmaculado Corazón, como dice el autor de este artículo. Bien poco es “someterse” durante cinco meses a esta devoción para desagraviar a Nuestra Señora, con la promesa de la salvación eterna de nuestra alma…

    Los Heraldos del Evangelio, cumpliendo esta devoción, formamos parte de ese «tú, al menos, trata de consolarme».

    Fé Colao – Gijón, Asturias (España)

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