La intervención de San José se vuelve cada vez más urgente, pues le cabe a él restaurar en su esplendor la santidad en la Iglesia y en la sociedad. Si él es el verdadero defensor de la Esposa de Cristo, ¿cómo no esperar su auxilio tanto más decisivo cuanto más necesario?
Confiemos en su paternal providencia y omnipotente intercesión a favor del Cuerpo Místico de su Hijo Jesús. Su amorosa protección es también una auténtica garantía del triunfo final de la Santa Iglesia, anunciado por el profeta: «Alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su Esposa se ha embellecido».