Frescos de Giotto di Bondone en la capilla de los Scrovegni – Obras impregnadas de gracia divina

Un hombre de origen desconocido, pero tocado profundamente por una gracia, llevó con su arte el candor medieval a las bases del Renacimiento.

Quizá nada le atraiga tanto a los sentidos humanos como el estar a la vera del mar observando el movimiento del agua. Los vaivenes elegantes de las olas parecen expresar diversas maravillas: ora pequeñas, sonriendo graciosas, manifiestan levedad; ora imponentes, embisten con altanería como desafiando al propio cielo…

Pero el mar nunca está solo. Hay otros elementos que lo acompañan y completan, formando un conjunto que vuelve al paisaje amigable para todo tipo de reflexión. El viento, responsable del avance y retroceso de las aguas; la arena, que se deja besar con veneración por las olas en todo momento; la vegetación, las aves, los peces, todo, finalmente, ordenado en perfecta armonía.

Ahora bien, si Dios estableció en la naturaleza esa dependencia entre criaturas de diferentes reinos, ¿puede el hombre, imagen viva del Creador (cf. Gén 1, 26-27), cumplir él solo su vocación?1

Maestro y discípulo: dos personas, una única escena

En el trato humano existen distintos grados de vitalidad, por los cuales una persona puede fácilmente estimular o influenciar a otra, dando lugar a una mutua dependencia. Es lo que ocurre en las relaciones de un profesor con un aprendiz, o de un maestro con su discípulo, en donde el superior necesita del inferior para trasladarle su saber y para, en cierto modo, cumplir su propia misión.

Es lo que sucedió a mediados del siglo xxi en Italia con un renombrado artista llamado Giovanni Cimabue. Al encontrarse con un joven pastor conocido como Giotto di Bondone y discernir en él un maravilloso don artístico, Cimabue comenzó a transmitirle sus conocimientos y entonces ambos iniciaron una nueva escuela artística que atravesó los siglos. Dos personas con una única vocación; sus vidas formaban parte de una misma escena, configuraban una sola obra en el plan divino de la creación.

Del encuentro entre el renombrado Giovanni Cimabue y Giotto di Bondone, un joven pastor, surgiría una nueva escuela artística
«Giotto y Cimabue», de José María Obregón – Museo Nacional de Arte, Ciudad de México

El silencio que se cierne sobre sus vidas nos lleva a una atentísima observación del legado dejado por su talento. Sus realizaciones artísticas son una herencia que la cristiandad recibió y supo custodiar, embebida de veneración. Más que un recuerdo del final de la Edad Media, las obras de Giotto trasmiten al alma, por una misteriosa acción de la gracia divina, bendiciones de candor e inocencia, reflejadas, por ejemplo, en los encantadores frescos de la capilla de los Scrovegni, de Padua, permitiéndonos disfrutar de la atmósfera en la cual la Europa cristiana vivió en el crepúsculo de su infancia espiritual.

¿Un tesoro artístico…

Construida bajo la influencia helénica, la capilla del palacio de la familia Scrovegni se hizo conocida a causa de Giotto. En efecto, el recinto alberga el mayor legado que quedó de su obra; más de cien frescos que retratan, a la luz del Evangelio y de la piedad de la época, episodios de la vida de María Santísima y de Jesucristo, a partir de sus antepasados en el Antiguo Testamento.

Un aspecto que mueve el interés de artistas por los frescos de Giotto es el hecho de que cambió las tradiciones de las representaciones medievales, a fin de darles más dramatismo y realismo a las escenas, implementando las características del clasicismo renacentista italiano, del cual se le considera precursor.

En la capilla de los Scrovegni, las Alegorías de las virtudes y de los vicios llaman la atención por su fuerte expresión simbólica. Una representación que opone las virtudes de la prudencia, la fortaleza, la templanza, la justicia, la fe, la caridad y la esperanza a los vicios de la desesperación, la envidia, la infidelidad, la ira, la inconstancia y la locura, con una vivacidad dramática innovadora para su tiempo.2

Como era habitual en la decoración del período medieval, Giotto realizó un magnífico fresco del Juicio final, en el que hay un detalle curioso, pues se destaca cierto personaje: se trata de Enrico Scrovegni, dueño del palacio y responsable de que el artista decorara el entorno. Aparece rodeado de ángeles mientras, de rodillas, le entrega a la Santísima Virgen la maqueta de la capilla. La escena se desarrolla al pie de una elocuente cruz que separa buenos y malos; la salvación, de la condenación eterna.

Con su arte, Giotto tenía una discreta preocupación por hacer el bien espiritual a las almas; sus frescos remiten al mundo sobrenatural, a lo invisible y a lo eterno
«El Juicio final», de Giotto di Bondone – Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)

… o una catequesis?

Por tanto, no sería atrevido afirmar que en esta pequeña capilla Giotto plasmó una discreta preocupación por hacer el bien espiritual a las almas, deseo que no se restringía solamente a su época.

La obra, en su conjunto, remite al mundo sobrenatural, a lo invisible y a lo eterno, pareciendo incluso disminuir la distancia entre el Cielo y la tierra. Sin embargo, está realizada de manera sencilla, como se puede comprobar en las pintorescas representaciones de los personajes, en los gestos, sentimientos y actitudes de algunos de ellos, todo en perfecta armonía y agradable juego de colores y formas, muy diferente del mundo materialista, pragmático y deslustroso de nuestros días.

Para Giotto la radicalidad está en los colores, los cuales usa con maestría, revistiendo de luz a las figuras, con aspectos diáfanos y virginales. En sus frescos hasta los animales evocan, en una cándida realidad, la inocencia y la frescura del alma medieval.

En la presentación de María, dos contrastes

Desde el punto de vista artístico, su obra es un auténtico tesoro, y de sus ilustraciones se ha beneficiado la Iglesia en todos los tiempos. Analicemos, por ejemplo, el fresco de la presentación de la Virgen en el Templo. En él se percibe tal unción y valor simbólico que fácilmente pasamos de la mera observación a la reflexión y de ésta a la contemplación.

Giotto fue el pintor de la transparencia de una gracia divina, que primero iluminó su alma y luego se reflejó en sus obras
Frescos de Giotto en la capilla de los Scrovegni, Padua (Italia): la presentación de María en el Templo

¿Qué nos transmiten los personajes allí plasmados? Santa Ana y San Joaquín, ambos de avanzada edad, están encomendando a María Santísima al cuidado del sacerdote, cumpliendo la promesa que habían hecho, en un gesto de profunda humildad.

No obstante, comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, se puede ver en las miradas de su alrededor el escándalo de quienes antes hablaban mal de la pareja porque no podían tener hijos y el contraste entre su escepticismo y la pureza de aquella que vendría a ser la Madre del Mesías.

Judas ante Jesucristo: una obra maestra

Ya en el fresco que representa el beso de Judas, una «de las cosas más espantosas que un pincel humano haya pintado»,3 se ve la oposición entre la Verdad encarnada y la traición más execrable. En esta escena el Señor aparece mirando seriamente al infame, quien, aprovechándose de la intimidad que tenía como apóstol, abraza al Redentor y con un beso lo entrega a los verdugos.

Se nota que Giotto quiso representar en Jesucristo el auge de todos los atributos intelectuales y morales, y en Judas, el símbolo de todas las abyecciones. ¡Y qué acertado estuvo!

Un alma dorada por la gracia

En resumen, Giotto fue el pintor de la transparencia de una gracia divina, lo que nos lleva a pensar que esta gracia primero iluminó su alma, como «dorándole» su interior, para después reflejarla en sus frescos.

Estatua del pintor italiano, de Ítalo Vagnetti – Piazza Giotto, Vicchio (Italia)

Quizá en el arte de Cimabue, completado y perfeccionado a través del sentido de lo maravilloso de Giotto, Italia manifestara cierta añoranza del «paraíso perdido», de la inocencia medieval que daba seriedad y paz a la vida de todos los días, pero que aún necesitaba madurar mediante el sufrimiento —rechazado tal vez por quienes deberían haber abrazado la cruz…

Así pues, las obras de Giotto pueden ser comparadas con un «guion» que enlaza una era con otra, llevando al mundo renacentista la nostalgia de la Edad Media. El talento de este célebre pintor nos ha legado ese deseo indefinido pero vehemente de ir al Cielo: una añoranza que toca las cuerdas más profundas del alma humana y que únicamente Dios puede satisfacer. 

 

Notas


1 El presente artículo ha sido elaborado con base en cuatro exposiciones orales del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira realizadas en la década de 1980 y parcialmente transcritas en: CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Obra-prima da piedade católica». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año V. N.º 46 (ene, 2002); pp. 31-34.

2 Cf. BELLOSI, Luciano. Giotto. Firenze: Scala, 1981, p. 52.

3 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit., p. 35.

 

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