El 20 de agosto de 1815, en la sagrada Comunión, se dignó mi Señor establecer su trono en mi pobre corazón. ¡Oh, qué gracia! Me es imposible manifestar el amor, el afecto, la especial caridad que me comunicó el amado Señor, quien con sumo júbilo vino a mí, acompañado por los más nobles de su corte celestial; cual príncipe amoroso vino a mí; y, rebosante de amor, así me habló: «¡Qué alegría es para mí reinar en ti! Hija, el que me quiera, venga a ti, que me encontrará afable, benigno, misericordioso».
Con tan amorosas palabras, mi alma quedó inmersa en la plenitud de las infinitas misericordias de Dios. Mientras el alma gozaba de la más íntima unión que se pueda imaginar y recibía los castísimos abrazos de su celestial Esposo, exultaba entre sus castos abrazos con la felicísima inmersión en sus infinitas misericordias. Nuevamente me hizo escuchar su dulcísima voz. Sin embargo, no es su voz, sino su manera de hablarme, que es toda nueva; pero mi alma comprende sus dulces afectos y los suaves rasgos de su caridad. Así, suavemente, me dijo: «He establecido mi trono en ti. Me complace habitar en tu alma; hija, objeto de mis complacencias. Recibe la plenitud de mis misericordias».
Con estas palabras mi alma quedó sumergida en un incompresible torrente de agua viva, que brotaba del seno de un vastísimo monte. Este magnífico favor no sólo mantuvo mi espíritu absorto en Dios muchas horas, sino que durante muchos días disfruté de un particular recuerdo y de singulares inspiraciones.
Beata Isabel Canori Mora
En la foto destacada: Retrato de la Beata Isabel Canori Mora con 22 años