Eucaristía, corazón de la Iglesia

Edificada por Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia depende enteramente de la vida de su divino Fundador, de la cual los hombres participan por medio de los sacramentos. La vitalidad del Cuerpo Místico reside en la gracia que éstos transmiten, sobre todo a través de la Sagrada Eucaristía.

Fervororísimo devoto de este sacramento, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira afirmaba que gracias a la misteriosa presencia de Jesús en las sagradas especies «la Historia del mundo se desarrolla, la virtud crece y la Iglesia se expande, y se expande hasta cuando parece que mengua» (Conferencia, 3/4/1969). También estaba convencido de que bastaba «un sacerdote que dijera Misa, una hostia consagrada y un fiel con fe y devoción a esa hostia» (Conversación, 4/10/1988) para que fuera posible no sólo una restauración de la sociedad, sino el surgimiento de maravillas nuevas, superiores a todas las que existieron antaño.

Apoyándose en teólogos de renombre, el Dr. Plinio explicaba que «el Sacrificio de la Misa tiene un valor de tal manera inapreciable e infinito, al pie de la letra, que si en determinado día dejara de ser celebrado la justicia de Dios caería sobre el mundo y destruiría todas las cosas» (Conferencia, 8/4/1971).

Esa certeza le hizo concluir que el punto verdaderamente vital de la lucha entre el bien y el mal «está en que sean celebradas muchas Misas, y que sean celebradas adecuadamente por los sacerdotes, así como que los fieles participen, también adecuadamente, en ellas» (Conversación, 22/8/1988). Si en el mundo existiera mucha devoción eucarística la sociedad sería otra, pues todo depende, en último análisis, de nuestro amor a Dios, el cual se demuestra precisamente en los momentos de dificultad.

Hoy día, mientras se multiplican las insatisfacciones sociales y las preocupaciones con el cambio climático, ¿quién procura evaluar cómo está su devoción al Santísimo Sacramento? ¿Tenemos al Señor como centro vital de nuestra existencia o vamos acostumbrándonos, con indiferencia, a un mundo sin Jesucristo y sin vida sobrenatural?

Tras plantearnos estas cuestiones, aún podríamos preguntarnos: ¿No tendría Él muchas cosas de nuestro tiempo de las que quejarse? Recordemos que uno de los signos precursores del castigo de Dios es su retirada de en medio de los hombres, en atención a los tristes anhelos de éstos de vivir en un plano meramente terreno…

Ahora bien, si el poder de la Eucaristía es infinito y constituye la verdadera vida de la Iglesia, todos los acontecimientos han de gravitar en torno a ese sacramento. Así, por más que disminuya el número de sus auténticos devotos, el reloj de Dios y de la Historia dependerá siempre de las almas fieles, firmes y fervorosas: aquellas que aman con ardor a la Sagrada Eucaristía.

¿No estaremos viviendo, pues, en estos tiempos tan conturbados, la realización del sueño profético de San Juan Bosco, que veía la salvación de la Iglesia en la doble devoción eucarística y mariana?

 

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, celebra la Santa Misa en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, 3/4/2010 - Foto: Sergio Miyazaki
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, celebra la Santa Misa en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, 3/4/2010 –
Foto: Sergio Miyazaki

 

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