Escuela pliniana de pensamiento – Sabiduría y grandeza al alcance de los pequeños

Formar una escuela de pensamiento constituyó uno de los principales anhelos del Dr. Plinio. Más que lograr una mera producción intelectual, su intención era transmitir un espíritu y una mentalidad.

Si la grandeza de un hombre se midiera únicamente por el volumen de sus obras, ya tendríamos razones de sobra para ver en el Dr. Plinio un autor excepcional. Libros, artículos, entrevistas, manifiestos, conferencias y exposiciones informales suman hoy un caudal incalculable de páginas. Sin embargo, definirlo como un intelectual y profesor notable, un brillante columnista o un prolífico escritor no es más que considerar el rodapié de su verdadera personalidad y su visión del universo.

El Dr. Plinio nunca fue un especialista monotemático, sino un incansable observador de los acontecimientos, asistido por un especial carisma profético, como hemos visto en el anterior artículo. Estar donde el servicio a la causa católica lo exigiera era el ideal constante de su vida. No obstante, dedicaba sus mayores esfuerzos no a la actividad pública, sino a la formación de sus discípulos más cercanos, con el fin, entre otros objetivos, de fundar una nueva escuela de pensamiento y acción.

El origen de una escuela de pensamiento

A finales de la década de 1950 fue cuando el Dr. Plinio expresó claramente ese deseo, convencido de que «lo principal era transmitir un espíritu y una mentalidad».1 La creación, en diciembre de 1955, de una comisión de estudios llamada MNF (sigla de manifiesto2) marcó los propósitos, los métodos y los temas propios de esa escuela.

Entre las diversas circunstancias que impulsaron la creación de la comisión se hallaba el deseo de dar continuidad al planteamiento expuesto en el ensayo Cristiandad, la llave de plata, cuyo borrador el Dr. Plinio había empezado cinco años antes. Dicho libro contenía una visión inédita sobre la perfecta relación entre la Iglesia y el Estado, el orden sobrenatural y el natural, demostrando que todo bien de la sociedad temporal deriva de la fe y de la fidelidad a los preceptos de la Iglesia.

El Dr. Plinio ponía gran empeño en la formación de sus discípulos, a fin de fundar una nueva escuela de pensamiento y acción

Así pues, trató de condensar, en lo que sería un gran manifiesto, su visión de la historia y, sobre todo, la descripción del orden sacral que caracterizaría a la sociedad con el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

Ya sea describiendo las razones más elevadas de la estética y la finalidad más noble del arte, ya penetrando en las causas profundas de ciertas transformaciones sociales, ya maravillándose con la naturaleza y la jerarquía de los ángeles, ya obteniendo de las enseñanzas de la Iglesia acerca de las relaciones entre las tres personas de la Santísima Trinidad el patrón perfecto de las relaciones humanas3 —explicitudes originales de gran riqueza teológica y filosófica—, no era propio de la escuela del Dr. Plinio el pensamiento meramente abstracto. Las reminiscencias históricas y las metáforas superabundaban, claras, precisas, siempre bellas, grandiosas y atrayentes. Altísimos panoramas de contemplación mística y metafísica se volvían sencillos y accesibles, según el ejemplo del divino Maestro, de quien él mismo observó: «La sabiduría de sus parábolas deja a cualquier Platón en el fondo del mar…».4

Con ocasión de un viaje a Roma en la década de 1960 quiso cerciorarse de la sana doctrina de algunas de sus explicitudes y pidió a dos de sus discípulos que las presentaran a especialistas. Éstos afirmaron que dichas tesis eran tan coherentes con el pensamiento de Santo Tomás de Aquino que, para refutarlas, era necesario derribar primero todo el edificio tomista. Este comentario sorprendió al Dr. Plinio, pues nunca había tenido tiempo de escudriñar totalmente la obra del santo dominico. Tal consonancia con la doctrina de la Iglesia sólo podía ser fruto de un obrar eminente del don de sabiduría, que le permitía volar más allá de la sólida estructura filosófica escolástica, pero en la misma dirección señalada por sus torres de piedra.

El Dr. Plinio durante una reunión del MNF, a principios de la década de 1980

Gracias místicas y doctrina sólida

Cuando aún era estudiante de secundaria, durante las clases de Lógica impartidas por un profesor jesuita, Plinio, por una acción especial de la gracia, tuvo un auténtico arrebato ante la lógica de San Ignacio de Loyola que brillaba entonces en uno de sus discípulos. A este rapto de admiración le siguió una experiencia interior que le hizo ver con suma claridad la mentalidad y el carisma ignacianos, hasta el punto de sentirse impregnado de una participación en ese mismo espíritu, la cual le confirió, como beneficio gratuito otorgado por Dios, una agudísima capacidad de raciocinar que se manifestaría en su propia vida.

Trataba de explicitar y condensar su visión de la historia y del universo, sobre todo del orden sacral que marcará el Reino de María

Más tarde, cuando cursaba el último año de Derecho en la facultad, se produjo un fenómeno análogo al entrar en contacto con las obras de Santo Tomás, por lo que discernió la mentalidad del Doctor Angélico de una manera tan viva que llegó a asimilar su método de pensamiento, pasando a utilizarlo el resto de su vida.5

Conjugó estas gracias místicas con un gran y metódico esfuerzo por conferir todas sus explicitudes con las enseñanzas de la Iglesia y la filosofía bendecida por ella. Se definía como un «tomista convencido».6

De hecho, la base de su pensamiento se fundamenta en la noción de lo que él denominaba la noción del ser, una referencia a los principios innatos del alma humana que Santo Tomás y la escolástica describen como ser y sindéresis. En otras palabras, el niño percibe instintivamente que no se puede ser y no ser al mismo tiempo, y que él mismo es distinto de los demás seres. A su vez, la sindéresis se define como un hábito infundido en el alma por el cual el niño, desde su más tierna edad, tiene una noción de los principios morales fundamentales: entre ellos, lo que es verdad y lo que es error, lo que es bien y lo que es mal, lo que es pecado y lo que es virtud, y tiende constantemente hacia una buena posición por la fuerza de ese «instinto» innato.

A partir de estos fundamentos filosóficos, el Dr. Plinio explicitó toda una visión del universo basada en la inocencia. Sin embargo, no la concebía solamente como el estado de alma de quien no ha pecado, por ejemplo, contra la castidad, como se podría pensar ingenuamente, sino como una ordenación interior dada por Dios desde el principio —por tanto, antes del uso de razón—, un conjunto de aptitudes e impulsos nobles que propician un recto juicio de las cosas y situaciones y permiten optar siempre por lo más perfecto, lo más elevado, lo más bello. Las gracias derivadas del bautismo fortalecen esa integridad de alma, a pesar de las malas inclinaciones oriundas del pecado original.

Así, la fidelidad a la verdad expresada en estos primeros juicios constituye propiamente el estado de inocencia, fuente de toda la escuela de pensamiento y santidad del Dr. Plinio.7

Vuelo y fecundidad de la inocencia

El estado de inocencia se basa primordialmente en la confrontación del mundo exterior —el maravilloso libro de la creación— con la armonía y el orden interiores, a través de una observación sapiencial y connatural de la realidad, seguida del juicio racional y teniendo como instrumentos secundarios la lectura y la investigación científica. «Nunca sería un hombre que lee más de lo que piensa: sería como comer más de lo que digiero. Es un fenómeno insano… Esta enfermedad, la rechazo»,8 explicaba el Dr. Plinio.

Como fruto de ese hábito contemplativo, afirmó en cierta ocasión que tenía en torno a trescientas «pontas de trilho» (lit., puntas de raíles) en su mente. Así llamaba a las intuiciones y pensamientos inconclusos que apuntan hacia nuevos horizontes, a la manera del inicio de una línea ferroviaria que invita a adentrarse en los misterios de un camino lejano. Algunas de ellas las guardaba en la memoria desde su infancia, convencido de que encontraría en cada pequeña y particular perfección una nueva maravilla de la sabiduría de Dios que componía el inmenso caleidoscopio del orden del universo.

El Dr. Plinio en una reunión del MNF, en la década de 1980

Brevísima muestra de explicitudes plinianas

Mencionemos unos pocos ejemplos de temas desarrollados por él.9

Ya en su infancia, al observar en sus más cercanos la realidad del sufrimiento, comprendió que había en éste ciertas razones superiores, así como, por parte del hombre, una necesidad psicológica de padecerlo, lo que dio origen a sus explicitudes sobre la sufritiva.10

A los 18 años, emergió en su espíritu una convicción, basada en las enseñanzas contenidas en el Libro de Job (cf. 1, 6-12; 2, 1-6): existe una realidad en la que, ante la mirada divina, ángeles y demonios libran una lucha sustentada en los méritos de los hombres, que les sirven de permisos para actuar en la tierra, ya sea a favor del bien, los ángeles, o del mal, los demonios. A esta zona, cuya existencia se fundamenta en la doctrina de la comunión de los santos, le dio el nombre de transesfera y, durante varios años, pudo disertar acerca de las misteriosas leyes que la gobiernan y del modo de actuar en pro de la Iglesia en esta batalla.

Sus ideas sobre simbología abarcan una considerable amplitud de temas de la psicología y la metafísica, al considerar el símbolo no como una mera convención o analogía, sino como una realidad vinculada al mundo de las «arquetipias», a través de las cuales el espíritu humano puede dirigirse hacia el Absoluto, que es Dios.

El Dr. Plinio tenía en su mente unas trescientas «pontas de trilho», ideas inconclusas que apuntaban a nuevos horizontes

Pero el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María eran los que ocupaban el centro de sus explicitudes, basadas en su experiencia personal al discernir el alma de Nuestro Señor. Desarrolló sublimes hipótesis respecto al Secreto de María, mencionado por San Luis Grignion de Montfort, cuya revelación hará posible un intercambio de voluntades con el Redentor y su Santísima Madre, un fenómeno natural y místico, individual y colectivo, a partir del cual podrá darse una renovación de la humanidad. Partía, así, desde muy alto su descripción sobre la sociedad orgánica, una serie de reuniones en las que analizó las bases psicológicas y político-sociales de la organización de la vida humana conforme la recta ordenación de la naturaleza iluminada por la gracia, en la que todo se regiría según la mentalidad del Sagrado Corazón de Jesús.

En el eje de estas explicitudes encontramos su visión global y sapiencial de la historia, nunca presentada como una simple sucesión de acontecimientos inconexos, sino entendida en función de la centralidad de la misión de la Iglesia y de la enemistad iniciada en el paraíso con el «inimitias ponam» (Gén 3, 15). Al comentar episodios históricos, demostraba un profundo conocimiento de la misión de los pueblos y de los individuos ante Dios, señalando las fidelidades y las prevaricaciones que explicaban ciertos giros de los hechos, lo cual no sólo hacía brillar la inmensa cultura de un catedrático, sino sobre todo un particular don vinculado al discernimiento de los espíritus. El libro Revolución y Contra-Revolución, en muchos aspectos su obra maestra, no es más que el índice de esta visión realmente profética de la teología de la historia.

Ejemplares en varios idiomas del libro «Revolución y Contra-Revolución», obra maestra del Dr. Plinio

Manifiesto universal

El Dr. Plinio apreciaba tanto la comisión del MNF que la mantuvo activa hasta el final de su vida, llegando a reunirla tres veces a la semana, a pesar de las intensas actividades que absorbían su atención y de las demás comisiones de estudios que dirigía y conferencias que impartía. Enseñó, dando sorprendentes ejemplos de ello, cuán eminentemente contemplativa era su escuela de pensamiento, sin abandonar, no obstante, su vida activa.

Las reuniones del MNF permitieron explicitar un colosal acervo doctrinario; pero, sobre todo, constituyeron una obra viva y fecunda

Aunque diversas circunstancias impidieron que el manifiesto saliera adelante tal y como había sido inicialmente concebido, las reuniones permitieron explicitar un colosal acervo doctrinario, con un potencial insondable que aún posibilitará descubrir nuevos horizontes del pensamiento católico a fin de «reavivar la noción del ser de la humanidad, reconstituyendo los fundamentos morales corroídos por la mentalidad revolucionaria».11

Sobre todo, cuando el Dr. Plinio estaba por concluir su larga labor terrena, vivida sin mancha bajo la mirada de María Santísima, ese manifiesto universal estaba por convertirse, no en libros que quedarían sepultados en bibliotecas, sino en una obra viva, activa y fecunda, tal como él ardientemente lo deseó. ◊

 

Notas


1 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. iii, p. 515.

2 Los principales datos sobre esta comisión de estudios pueden consultarse en: Clá Dias, op. cit., pp. 519-561.

3 Es imposible hacer una relación completa de los asuntos desarrollados por el Dr. Plinio en el MNF. A lo largo de este artículo sólo se mencionan algunos de ellos. Una lista más completa, aunque no exhaustiva, se puede encontrar en la obra de Mons. João antes citada.

4 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 24/4/1985.

5 Cf. Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. ii, pp. 161-163.

6 Corrêa de Oliveira, Plinio. «Autorretrato filosófico». In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año XLVI. N.º 550 (oct, 1996), p. 29.

7 Cf. Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. i, pp. 37-40.

8 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 18/2/1968.

9 Las palabras en cursiva forman parte del vocabulario pliniano o adquirieron significado propio en sus explicitudes. Por lo tanto, requerirían un desarrollo más profundo, pero, debido a la brevedad de este artículo, sólo se hará mención a ellas.

10 Sobre este tema, véase: Ribeiro, ep, Leandro César. «Aprender a sufrir». In: Heraldos del Evangelio. Madrid. Año XXIII. N.º 265 (ago, 2025), pp. 18-21.

11 Clá Dias, op. cit., t. iii, p. 527.

 

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