La Historia de la salvación se puede resumir en encuentros providenciales. Josué, servidor de Moisés desde su juventud (cf. Núm 11, 28), recibió de éste el mandato de introducir a su pueblo en la tierra prometida. Elías, en el auge de su vocación, se encontró con Eliseo y le dejó como herencia su doble espíritu (cf. 2 Re 2, 9). La misión de Juan el Bautista estaba entrelazada con la del divino Maestro, incluso algunos llegaron a pensar que se trataba del propio Cristo (cf. Lc 3, 15).
Jesús, por su parte, «pasó haciendo el bien» (Hch 10, 38), sin importarle el lugar ni las circunstancias: podría ser en el sitio en el que se recaudaban impuestos, donde llamó al publicano Mateo a abandonarlo todo para encontrar el verdadero tesoro; o bien junto al pozo de Jacob, donde sació su sed con la conquista del alma de la samaritana; o bien en el cauteloso silencio de la noche, como en el elocuente diálogo con Nicodemo.
Posteriormente, el encuentro de San Agustín con San Ambrosio, el de Santa Clara con San Francisco de Asís o el de San Juan de la Cruz con Santa Teresa de Jesús nos muestran cómo las misiones de los hombres providenciales se completan y subliman en el encuentro, de manera particular en la vida de los fundadores. Para los benedictinos, por ejemplo, su santificación consiste en amplia media en una relación personal con su «padre Benito»; es decir, en el fondo su santificación es una «benedictización».
Por otro lado, la existencia de los hombres y mujeres providenciales también está repleta de «desencuentros»: persecuciones por parte de tiranías de todos los siglos, traiciones impetradas por desafectos y hasta choques con sectores del poder eclesiástico, como es el caso de la infame condenación de Santa Juana de Arco.
Ahora bien, este mes los Heraldos del Evangelio recuerdan un encuentro muy especial para su historia y, por qué no, para la de la Iglesia. Hace exactamente sesenta y cinco años, un 7 de julio, el joven João Clá Días se encontraba con su maestro, modelo y guía: el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. En aquel primer encuentro —en la basílica de Nuestra Señora del Carmen, de São Paulo— ya se recolectaron las semillas de todos los frutos que más tarde esta obra produciría. En realidad, fue precisamente esa unión de corazones la que dio lugar a numerosas iniciativas como, verbigracia, la institución de un germen de vida comunitaria, una mezcla de contemplación y acción, aún en los comienzos de la entidad.
Muchos «desencuentros» formaron parte de la vida de cada uno, a la manera de lo que ocurrió en el pasado en el seno de otras fundaciones: incomprensiones por parte del poder civil y del eclesiástico, persecuciones internas y externas, traiciones de toda clase. Pero tales «desencuentros» nunca tuvieron ni nunca tendrán poder alguno contra la única e inseparable misión de ambos, por una razón muy simple: a los hombres providenciales le fue confiado un papel central en la Historia de la Iglesia y «las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). ◊