El sufrimiento – Una explicitud pliniana: la «sufritiva» – Aprender a sufrir

El mito de la felicidad terrenal sin padecimientos es, para el Dr. Plinio, una de las mayores causas de los desequilibrios psicológicos contemporáneos. Sólo la visión católica del sufrimiento puede consolar plenamente al alma humana.

Existe una vastísima bibliografía acerca del asunto sufrimiento. Ríos de tinta, sacra y profana, fluyeron junto a los ríos de sangre, sudor y lágrimas que los hombres han derramado desde que Adán y Eva salieron del paraíso terrenal. Descubrir el origen del universo, de dónde venimos y adónde vamos, siempre ha sido una ingente cuestión. Pero reconocer el origen y la finalidad de nuestros sufrimientos y aprender a soportarlos nos parece igualmente importante.

La noción católica del sufrimiento no tiene parangón: la enseñó el propio Dios crucificado, que se hizo pecado en favor nuestro

La noción católica del sufrimiento no tiene parangón: fue enseñada por el mismo Dios crucificado, que se hizo pecado en favor nuestro (cf. 2 Cor 5, 21) —he aquí el origen más evidente del sufrimiento, el castigo por el pecado original—, y que nos reveló su suprema finalidad: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).

Destilando de la doctrina sagrada el néctar más precioso y exponiéndolo a la luz de su don de sabiduría, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira describió el alma humana situada ante esta perspectiva y, para ello, acuñó el término «sufritiva».

Así pues, a partir de fragmentos de distintas conferencias que impartió entre 1960 y 1990, invitamos al lector a considerar, à vol d’oiseau, algunas de sus explicitudes al respecto.

Crucifixión de Cristo – Iglesia de la Santa Cruz, Kiefersfelden (Alemania)

La «sufritiva»

Una reflexión más profunda sobre el tema comenzó cuando el Dr. Plinio tenía tan sólo 12 años, observando el singular efecto equilibrante y ordinativo que el sufrimiento ejercía en el alma de su madre, Dña. Lucilia.

Pero, aún en su adolescencia, al toparse con la trágica figura bíblica del santo Job fue cuando creó la mencionada expresión.1

Al toparse con la trágica figura bíblica de Job fue cuando el Dr. Plinio creó la expresión «sufritiva», que es la capacidad de sufrir del hombre

La «sufritiva» es, por tanto, «un cierto límite que está en la naturaleza del hombre, más allá del cual Dios no le pedirá nada, porque lo hizo circunscrito a él y, si le exigiera más, dilaceraría a su criatura. […] Ése fue el límite que Satanás no pudo transgredir, de lo contrario Job moriría. Ése fue el límite que Dios también respetó…».2 En este sentido, la «sufritiva» de Job —es decir, su capacidad de sufrir— fue llevada hasta el final, alcanzó el ápice.

Ahora bien, «desde cierto punto de vista, todo hombre, en relación con su propia “sufritiva”, es un Job. Y Dios, cuando se trata de un hombre recto y bueno, le hace sufrir en casi toda la medida de su “sufritiva”».3

Por lo tanto, Él pone esos límites para que los hombres puedan colaborar en el plan de la salvación. De algunos dice: «¿Te has fijado en mi siervo Job?» (cf. Job 2, 3). Y usa los méritos de éstos en unión con la preciosísima sangre de su divino Hijo. El Dr. Plinio pone un ejemplo: «Cuando las almas llamadas a esta donación lo dan todo en un país, se eleva de este país al trono del Altísimo un incienso de agradable olor, que le inclina a hacer lo que ellas desean».4 De modo que hay «una acción de los hombres para hacer retroceder o avanzar el plan divino en la historia que depende mucho de la acción humana… Dios como que se deja condicionar por los hombres».5

Un «fraude psíquico»: el mito de una vida sin sufrimiento

La «sufritiva», sin embargo, no es una postura meramente pasiva, como podría parecer a primera vista. Todos los hombres —incluso los más reacios al dolor— no sólo llevan en el alma esa capacidad de sufrimiento, sino que también poseen, en virtud de ella, una necesidad real de sufrir, connatural a la condición humana.

Como nos explica el Dr. Plinio, es un mito pensar que puede organizarse una vida sin padecimientos en esta tierra. Dicho mito se basa en la ignorancia de este hecho fundamental, centro de la psicología humana: «En cada alma humana, en virtud del pecado original, existe una como que “sufritiva” […]. Es decir, una especie de necesidad-capacidad de sufrir que, cuando no se agota con el sufrimiento efectivo, provoca una frustración mayor y hace sufrir más que el propio sufrimiento. De manera que, en última instancia, la forma menos desagradable de llevar la vida sigue siendo sufrir».6

Tales afirmaciones parecen arrojar luz sobre un centenar de trastornos que aquejan al hombre contemporáneo, tan poco acostumbrado a aceptar el dolor como obligado compañero de su existencia terrena.

«Creo —continúa el Dr. Plinio— que una de las razones más profundas de los desequilibrios modernos no es tanto que las personas no sufran; porque sufren y sufren mucho. Sino que acaban formando en su mente la idea de que es posible llevar una vida sin sufrimiento. Y luego inauguran una serie de fraudes psíquicos para vivir como si no sufrieran. Entonces se establece un régimen de eterno engaño, un régimen de falsificación psicológica, cuyo efecto es necesariamente un desequilibrio mental», porque «la felicidad de la vida consiste en sufrir con peso, número y medida en vista de un determinado fin y en tener el buen sufrimiento que justifica ese fin».7

Y el Dr. Plinio concluye: «¿Quieres una vida de infierno? Te doy la receta enseguida: evita sufrir».8

Job en la miseria, de Jean Fouquet – Libro de Horas de Étienne Chevalier, Museo Condé, Chantilly (Francia)

El sufrimiento es inherente a la condición humana

Las descripciones del Génesis nos presentan al hombre en el paraíso exento de cualquier forma de dolor. Ningún rasguño, insomnio o constipado lo amenazan. Ni siquiera la muerte lo asusta, pues los dones de impasibilidad e inmortalidad les confieren a Adán y Eva una naturaleza verdaderamente excelsa.

Aunque un sufrimiento sí que había, según el Dr. Plinio: el propio estado de prueba.

Por supuesto que la condición de sufridor se incrementó considerablemente tras el pecado original, pero, a pesar de ello, el hombre «fue creado en estado de prueba y es normal que, en consecuencia, exista algo en lo hondo de su ser que le haga sentir vagamente que si no es probado no ha vivido. Y a causa de esto siente al mismo tiempo horror a la prueba y necesidad de ella».9

Entonces, el Dr. Plinio se preguntaba si Adán y Eva, e incluso los propios ángeles, tenían conocimiento de la inminencia de la prueba. Y respondía que si la hubieran conocido «habrían deseado que llegara el momento, para que en el dolor de la prueba —no sería una prueba si no hubiera dolor que aceptar— pudieran alcanzar una perfección de ordenación que les era necesaria para ser ellos mismos».10 Para el Dr. Plinio,11 la prueba de los ángeles, por ejemplo, era imprescindible para que los espíritus angélicos adquirieran el grado de perfección para el que habían sido creados.

Las razones expuestas serían, en sí mismas, suficientes para demostrar el desacierto, lamentablemente tan generalizado hoy en día, de una educación llevada a cabo fuera de la perspectiva del sufrimiento. ¿Cuántos padres —por hablar sólo de la vida familiar— podrían evitarles inmensas frustraciones a sus hijos si no fomentaran en ellos falsas ilusiones acerca de las dificultades y penurias inevitables de la existencia humana?

El amor y la cruz

Al ser herederos del pecado original y portadores de culpas actuales, nuestra «sufritiva» —por emplear ya libremente el término acuñado por el Dr. Plinio— tiene un carácter expiatorio y reparador. Pero hay también otro aspecto que conviene subrayar.

Quien ama el bien sufre. Y sufre «como prueba de amor a Dios generosa, desinteresada, porque no hay manifestación de amor sin sufrimiento».12

Sabemos, pues, que los sufrimientos expiatorios del divino Redentor —la mayor prueba de amor que podría ofrecernos— sirvieron para rescate de toda la humanidad. Tuvieron, por tanto, un carácter reparador por excelencia y significaron la culminación del amor de Dios, amor incomprensible, desmesurado, inabarcable, por sus pobres criaturas.

«Cuando amamos mucho a alguien, tenemos como un gusto por sacrificar en su beneficio algo que significa mucho para nosotros»

Tal es el «carácter sacrificial» del dolor, muy simbolizado en los holocaustos de la antigua ley: «Cuando amamos mucho a alguien, tenemos una especie de gusto —un gusto recto, virtuoso, conforme al buen orden de las cosas— por sacrificar en su beneficio algo que significa mucho para nosotros».13

¿Quién no admira la actitud de un padre que trabaja duramente para garantizar el sustento de sus hijos y su esposa? ¿Y quién no se conmueve al contemplar a una buena madre que sacrifica sus horas de sueño junto a la cama de un hijo enfermo, olvidándose por completo de sí misma y dispuesta a cualquier sacrificio por el bien de su pequeño? Estos ejemplos nos ayudan a darnos cuenta de que incluso los acontecimientos corrientes de una vida común pueden adornarse con notas de nobleza y heroísmo, siempre que se sepa abrazar con amor la cruz que Dios pone sobre nuestros hombros.

Una madre junto al lecho de su hijo, de Albert Anker

¿Cuánto y cómo sufrir?

Si huir del sufrimiento es un grave error, también lo es correr tras él sin una medida de prudencia. Al tratar de cumplir con nuestros deberes como padres, hijos, religiosos, profesores, estudiantes, esposos —sea cual fuere nuestra condición—, el Señor nos enviará los padecimientos en la proporción necesaria para nuestra santificación. El Dios que hiere, cura la herida (cf. Job 5, 18). En otras palabras: envía la enfermedad y prepara el lecho.

Sufrir con espíritu católico es tener un corazón confiante y saber regocijarse en los consuelos, como verdaderos hijos de Dios. La convivencia familiar, los legítimos deleites de los sentidos, la belleza de la naturaleza, los atractivos espirituales del arte son sonrisas del Creador para consuelo de las almas en este valle de lágrimas.

Sobre todo, por muy misteriosos que nos parezcan los designios específicos de Dios, al comprender las razones más elevadas de todo lo que ocurre en nuestro itinerario terrenal acabaremos viendo en el dolor una fuente de felicidad.

Hay una gran sabiduría en la aceptación de los sufrimientos. Y no nos referimos principalmente a los grandes padecimientos. Poner límites a nuestra alimentación, no querer ser admirado, aceptar en silencio las pequeñas humillaciones, no buscar siempre la mayor comodidad, tal o cual esfuerzo físico prescindible…, ¡cuánto creceríamos si aprovecháramos estas ocasiones para mortificar nuestro egoísmo!

Por otra parte, muchos huyen del sufrimiento tan benéfico de una pequeña meditación, de la liberación del ajetreo para conseguir unos minutos de silencio que rápidamente se vuelven tan placenteros. Otras escapan del dolor mediante un «optimismo sistemático» y viven como si el mal y el error no existieran, llegando a tal falta de perspicacia y lucidez que el Dr. Plinio no duda en calificarla de «obesidad mental».14 Y otros, en casa o en la escuela, fracasan en la sagrada misión de enseñar porque siguen el principio de que nunca se debe hacer sufrir y abandonan así una sana disciplina y exigencia…

Santa Teresa del Niño Jesús en agosto de 1897

Pedir la gracia de sufrir

Sufrir bien confiere nobleza, ordena la mente, da sentido a la vida, repara nuestras ofensas, restaura la inocencia y permite mostrar nuestro amor

En resumen, sufrir bien confiere nobleza y garantiza oxígeno para la virtud, ordena la mente e inspira buen genio y humor, da sentido a la vida, repara nuestras ofensas, restaura la inocencia, permite mostrar nuestro amor, obtiene gracias para el Cuerpo Místico de Cristo y mueve la historia de la humanidad.

Huyamos de este gran fraude moderno: el mito de la felicidad terrena exento de dolor y de lucha.

Y concluimos con esta hermosa reflexión del Dr. Plinio: «Si alguien quiere hacerse una idea de hasta qué punto Dios lo ama, debe medirlo por la cantidad de sufrimiento que recibe. Y si recibe poco, debe decirle a Nuestra Señora: “Madre mía, muy poco puedo hacer, soy enclenque, pero, en la medida de mi debilidad, no te olvides de mí. Porque nadie sabe, si vivo eternamente sin sufrimiento, qué cuentas rendiré a tu divino Hijo”».15 ◊

 

Notas


1 En una conferencia pronunciada el 23 de mayo de 1964, el Dr. Plinio justificaba la elección del término «sofritiva» por su similitud fonética con la palabra «cogitativa», una potencia del alma de la que Santo Tomás de Aquino se ocupa en el ámbito de lo que hoy se considera su teoría del conocimiento, responsable de captar los objetos no sensibles, como lo útil o lo nocivo.

2 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 30/4/1995.

3 Idem, ibidem.

4 Idem, ibidem.

5 Idem, ibidem.

6 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 23/5/1964.

7 Idem, ibidem.

8 Idem, ibidem.

9 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 26/2/1986.

10 Idem, ibidem.

11 Cf. Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 30/10/1974.

12 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 23/5/1964.

13 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 3/7/1982.

14 Corrêa de Oliveira,, Plinio. Charla. São Paulo, 23/5/1964.

15 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 21/1/1970.

 

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