Basta una pequeña brecha para que el astro rey esparza sus rayos en medio de la oscuridad. Ahora bien, ¿cuántas veces edificamos muros que impiden que esa luz penetre en el interior de los ambientes, de los edificios e incluso de nuestras propias almas?
Imaginemos una imponente fortaleza que tiene el siguiente privilegio: convivir con un bellísimo amanecer. Todos los días, sin excepción, mientras tiñe silenciosamente el cielo con los fulgores de la aurora, el sol hace que sus primeros rayos incidan sobre la muralla de la edificación, revistiéndola de una luz dorada que la decora con una hermosura desconocida.
Al despuntar en el horizonte, el astro rey difunde con tanta fuerza la luz sobre ese palacio que llega hasta su interior. Su fulgor no sólo ha alcanzado las piedras brutas de sus muros, sino también las salas y los habitantes del castillo. Pero esa penetrante generosidad no lo hace ser indiscreto, pues tal luminosidad únicamente recae sobre lo que está abierto a recibir sus beneficios.
Ahora bien, no todos los castillos están dispuestos a franquear puertas y ventanas para que el sol reine en su interior… A menudo se construyen barreras a fin de impedir tan benéfica influencia. Aunque ni en esos casos el astro rey deja de ejercer su majestuosa acción sobre las paredes del edificio: le basta una pequeña brecha para lograr que su luz se apodere de los ambientes donde antes había oscuridad.
Al llegar la noche el sol ya no está presente en el firmamento. Un viento frío sopla sin piedad contra la fortaleza. No obstante, las piedras de la muralla notan en sí algo de peculiar… Una característica que no es propia de ellas se hace sentir en ese momento: el calor. Es decir, incluso impedida de iluminar al castillo, la luz solar no deja de calentarlo.
¡Cuánta delicadeza por parte del príncipe de las estrellas! Podría haber derretido las piedras con su fuego e inundado la fortaleza con su fulgor. Pero prefiere la modestia de calentarlo discretamente, haciendo que en las horas de las tinieblas las piedras tengan nostalgia de su maravillosa acción. Así, las invita a que, cuando los primeros albores del nacimiento del sol empiecen a sentirse, derrumben las barreras que groseramente bloqueaban la luz.
Apliquemos esta metáfora a nuestra vida espiritual:
¿No es verdad que, con frecuencia, edificamos en nuestras almas muros que las aíslan de la gracia, de la acción de Dios y de María? Sí, no es raro que construyamos barreras no de piedra, sino de banalidades, caprichos, faltas y apegos. E, infelizmente, tales obstáculos impiden que lo sobrenatural penetre en nuestro interior y la obra divina se lleve a cabo.
Cuando la contrición y la nostalgia sean despertadas en nosotros por la suave e insistente invitación de Dios, no perdamos tiempo en romper el yugo que nos somete a la tiranía del demonio, del mundo y de la carne. Abracemos de corazón generoso y agradecido los muchos dones que la Providencia nos ofrece, para que lo más íntimo de nuestras almas pueda ser un palacio de la luz y del esplendor del Altísimo. ◊
Es la primera vez que puedo leer la revista y me a gustado mucho los distintos artículos aquí presentados, son muy claros y precisos con los ejemplos. Espero seguir disfrutando de tan lindo regalo. Bendiciones y sigan compartiendo sus conocimientos.
Está información es verdaderamente interesante y constructivos para nuestra vida espiritual !!!….saludos