Dios lo dispuso todo con «peso, número y medida» (Sab 11, 20). Como pináculo de su obra, creó al hombre a su imagen, así como «una ayuda y compañía semejante a él» (Gén 2, 18), de modo que constituyeran «una sola carne» (Mc 10, 8). Pero Adán y Eva pecaron, y como reparación, la Providencia preparó las primicias de la Redención en una pareja perfecta, María y José. Por participar del plan hipostático, la unión entre ellos se realizaría a un nivel aún más elevado: formarían un solo espíritu.
Para ello, el Divino Consejo de la Trinidad preparó durante milenios la genealogía del Mesías, de manera que éste fuera «hijo de David, hijo de Abrahán» (Mt 1, 1) y, finalmente, hijo de «José, el esposo de María» (Mt 1, 16), el «justo» (Mt 1, 19), de una santidad plenamente armónica con la de su consorte. De hecho, las misiones del padre y la madre de Jesús estaban intrínsecamente asociadas.
Los mejores autores josefinos, a los que se une Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, no se cansan de establecer analogías entre episodios de la vida de San José y de la Virgen. Por ejemplo, ambos recibieron el anuncio divino a través de ángeles y fueron confortados por ellos con la misma exhortación —«No temas» (Mt 1, 20; Lc 1, 30)—, a la que respondieron con un unánime fíat (cf. Lc 1, 38; Mt 1, 24).
Por otra parte, a San José se le podría atribuir un simbólico magníficat. De hecho, en el prefacio de la misa de su solemnidad, la misión del Patriarca es destacada a fin de proclamar la grandeza de Dios Padre: «Debitis magnificare præconiis». El Señor miró también su humildad, de modo que todas las generaciones lo llamarán bienaventurado, porque el Todopoderoso hizo «grandes cosas» a su favor (cf. Lc 1, 46-49).
Fue el primer adorador del Corazón de Jesús unido al Inmaculado Corazón de María, el esposo arquetipo y protector del Niño Dios contra el tirano infanticida, el varón que le puso el nombre al Mesías esperado y el único digno de ser llamado «padre» por el Verbo Encarnado, aquel que, en cierto sentido, preparó los grandes enfrentamientos de la vida del Salvador. Fue, en definitiva, el padre por excelencia.
Entrando en la vida pública, Jesús se refería con frecuencia al «Padre celestial» (cf. Mt 5, 48; 6, 14; 6, 32; 15, 13), modelo último de santidad, de perdón, de atención en las necesidades y de intransigencia contra el mal. Su oración perfecta estaba dirigida al «Padre nuestro que estás en los Cielos» (Mt 6, 9). Ahora bien, ninguna palabra de Cristo es vana. Subrayando «celestial», ¿por qué no pensar que, mientras alababa la grandeza de Dios Padre, también tenía presente la misión futura de su virginal «padre terrenal»?
Estas consideraciones se ven reforzadas por el hecho de que, en la última aparición de la Virgen en Fátima, San José descendió del Cielo con el Niño Jesús en brazos, dando tres bendiciones en forma de cruz a la multitud. De esta «josefanía» bien se puede inferir que en el Reino de María el glorioso patriarca tendrá un insustituible papel junto a su celestial esposa, de manera que resonará por fin, al unísono, el esplendoroso magníficat de la santísima pareja. ◊