El diario de un grano de trigo

Esa era la idea que tenía yo en el pasado. En este momento en el que cuento mi vida, no obstante, soy consciente de que había sido designado para algo infinitamente más elevado.

Queridos amigos, hoy deseo contaros la historia de mi vida. Me llaman trigo, al igual que los innumerables miembros de mi familia.

Todo empezó cuando yo era una semillita: un sembrador me plantó con mucho cariño en un inmenso campo y fue siguiendo mi crecimiento. Mis primeros recuerdos son los de aquel campesino cuidándonos a mí y a mis hermanos, también simientes.

Sin embargo, creedme: ¡nuestro desarrollo no fue nada fácil! Hubo un momento en el que casi acabamos ahogados en medio de lluvias torrenciales; en otra ocasión, una horrible sequía estuvo a punto de extinguirnos. Pero en todas las aflicciones el cauteloso agricultor estaba a nuestro lado, esforzándose por salvarnos.

El tiempo fue pasando y surgió entonces una prueba peor: descubrimos que entre nosotros había intrusos. Sí, ¡intrusos! La maldita cizaña que pretendía perjudicar nuestra misión. Una de esas espigas nos dijo una vez:

—¡Jamás, granos de trigo, os convertiréis en alimento! ¡Nos hemos introducido en este campo para arruinar la cosecha!

Indignado, le respondí:

—¡Estáis locas! El labrador nunca permitirá esa maldad; percibirá quienes sois e impedirá tal crueldad.

—¡Jajaja! ¡Cuánta ignorancia! —replicó el adversario—. ¿No ves cuánta similitud hay entre nosotros? Ni siquiera se dará cuenta de que somos diferentes.

No entendía cómo alguien podía ser tan ruin y le pregunté:

¿Por qué tienes tan malas intenciones?

Y, horrorizado, le escuché decirme estas palabras:

Porque envidio y odio el amor que el agricultor tiene por vosotros. Por eso no permitiré que os convirtáis en plantas adultas, aptas para la alimentación.

Nos recogieron, cizaña y trigo, y nos separaron. A continuación, nos llevaron a un sitio desconocido

No sabía cómo contestarle. ¿Cómo era posible que alguien odiara los planes que aquel campesino tenía con respecto a nosotros?

Fue en esa circunstancia cuando descubrí que nuestro cultivo estaba destinado para la nutrición humana. ¡Qué extraordinario! Habíamos sido llamados para esto: alimentar. No obstante, tengo que aclararos, queridos amigos, que esa era mi idea en el pasado; ahora, en el momento que narro mi vida, soy consciente de que he de realizar esta misión de una manera más elevada, ¡infinitamente más alta!

Estábamos preocupados por saber si el labrador reconocería la invasión enemiga en nuestro campo. Le rezábamos a la Virgen pidiéndole su ine­fable auxilio en esa difícil situación. Cuando él nos visitaba parecía que no notaba la presencia de la cizaña. Íbamos creciendo atemorizados junto a aquellas traidoras. Hasta que llegó el tiempo de la cosecha.

El día señalado, no apareció nuestro señor, sino uno de sus operarios. Este hombre sería quien haría la siega… Muchos de nosotros sollozaban, pensando que no nos distinguiría de la cizaña. Pero algo en mi interior me inspiraba palabras de confianza y de paz: «El agricultor nos salvará». Reconfortado por esta sensación traté de motivar a los demás en esa misma certeza. Gracias a la intercesión de María, todos recuperaron la valentía, animándose mutuamente. Y fuimos cortados de la tierra.

Nos recogieron, cizaña y trigo, y nos llevaron a otro sitio. ¡Allí estaba esperándonos nuestro buen campesino! Nos congratulamos muchísimo de volver a verlo, sabiendo que en él se hallaba nuestra salvación. ¡Y, oh alegría, él fue quien nos separó de los enemigos! Fueron arrojados al fuego, desesperados al contemplar cómo se frustraban sus planes.

A nosotros nos agruparon en haces y nos enviaron a otro sector. Esa fue la última vez que vimos a nuestro sembrador y agricultor. A pesar del dolor que esto significaba, nos sentíamos satisfechos, porque sabíamos que nos destinaba a un futuro prometedor.

Nos llevaron a un lugar en el que tuvimos que sufrir mucho. Y yo que pensaba que lo peor de nuestra existencia ya había pasado, pero no era así: ¡estaba a punto de suceder! Gente que no conocíamos nos tostaron y nos trituraron. ¡Dios mío, cómo dolía! A continuación, nos mezclaron con agua, lo que hizo que nos transformáramos en una masa blanquecina.

También había allí unas máquinas enormes y extrañas. En ellas nos echaron y nos comprimieron en una placa para horno, bajo un calor extremo, hasta formar varios discos de harina.

Estuvimos una noche entera apilados, sin entender qué nos estaba pasando. A la mañana siguiente, las mismas personas que trabajaban con aquellas máquinas nos llevaron a otro tipo de equipamientos, que lanzaban vapor sobre nosotros.

En medio de tanto martirio, sin atinar con el motivo de ese proceso, lo único que hacíamos era rezarle a Dios continuamente.

Después de largas horas, estábamos bastantes húmedos. Luego nos pusieron en una tercera máquina, cuya función era cortarnos en círculos más pequeños. ¡Fue una horrible sucesión de torturas!

Cuando nos dimos cuenta, ¡ya éramos pan! Aunque un pan diferente…

Finalmente nos guardaron en un tarro. Nadie sabía qué estaba ocurriendo. Únicamente nos consolaba un hecho: estábamos todos juntos, unidos más que nunca… ¡por no decir que éramos uno solo!

Cuando nos dimos cuenta… ¡ya éramos pan! Aunque un pan diferente, no de esos corrientes que se encuentran en las panaderías.

Pasamos unos días de mucha expectación. ¿Qué sucedería con nosotros? Sabed, amigos míos, que el dolor de la espera es tremendo. Hasta que una mano misteriosa nos sacó de nuestro recipiente: era un monje que estaba preparando el material para la santa misa.

En ese mismo momento es cuando os estoy contando la historia de mi vida. ¡Somos hostias destinadas a la consagración! Para esto fuimos sembrados. ¡Cuánta emoción! No sé cómo contener las lágrimas… ¡Adiós, amigos!

*     *     *

Aquí terminan las palabras del piadoso grano de trigo. Ahora otra letra, escrita en oro, marca estas líneas:

Soy el ángel que cuidó del trigal y fue observando la existencia de ese grano de trigo, cuya narración deseo terminar.

Cuando el sacerdote formuló las palabras de la transubstanciación, aquel trigo dejó de existir, quedando sólo su apariencia. Ya no era pan, sino Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Yo protegí esos granos, para que un día pudieran ser partícipes de este sublime milagro.

Sabed, queridos lectores, que en la vida humana también sucede algo similar. Podéis pasar por innumerables dificultades y luchas, pero tened confianza en el Dios que os ha creado y en la Madre de misericordia. Ellos tienen altísimos designios para vosotros. Estáis llamados a la santidad heroica; por tanto, no os desaniméis nunca, porque os está destinado un gran premio, si perseveráis hasta el final. 

 

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados