Al cumplirse un significativo aniversario, la revista «Heraldos del Evangelio» traza una retrospectiva de su itinerario desde su fundación hasta nuestros días, lanzando una mirada de esperanza hacia el futuro.
Por la Palabra, Dios creó el mundo en una sucesión de días y de obras: que exista la luz; que haya un firmamento; hagamos al hombre… (cf. Jn 1, 1; Gén 1). Desde su origen, la humanidad ha sido colmada por el Señor con el don de la palabra, a través del cual los hijos de Adán interactúan entre sí y con su Artífice.
Con el paso del tiempo, los hombres desarrollaron nuevas formas de comunicación, en particular la escrita, como vehículo de transmisión de sus ideas. Por ese medio Dios estampó su propia Palabra en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
Otras formas de literatura —novelas, poesías o gestas— también han sido utilizadas para tratar sobre el Omnipotente. Entre ellas destacan las genuinamente cristianas, por emanar del costado de Jesús y de la roca inquebrantable de Pedro. En este contexto se incluye la prensa católica, cuyo papel se hace cada vez más necesario en un mundo tan silencioso de Dios.
Bajo el impulso de las llaves de Pedro
En la aurora del tercer milenio, precisamente el 22 de febrero de 2001, Su Santidad Juan Pablo II concedía la aprobación pontificia a los Heraldos del Evangelio. Bajo los auspicios de las llaves de Pedro, los frutos del Paráclito no tardaron en germinar. De la llama inicial, nuevos miembros y nuevas casas se constituyeron, propagándose como un incendio por todos los rincones de la tierra. La formación se perfeccionaba, el carisma se consolidaba y la espiritualidad se robustecía. Pero aún faltaba algo…
En el origen de esta obra, se verifica un fenómeno análogo al ocurrido en los comienzos del cristianismo. San Pablo, por donde pasaba —Roma, Corinto, Colosas, etc.— formaba comunidades de fieles; no obstante, aunque hubiera sido favorecido con numerosos dones, la Providencia no le había concedido una como «multilocación»… En efecto, el Apóstol de las Gentes no podía estar físicamente en todas aquellas ciudades al mismo tiempo para sustentar a los recién convertidos. ¿Qué solución encontró? Enviar cartas a las distintas comunidades a fin de instruir, animar y confirmar a sus discípulos en la fe. Si a estos no les era dado gozar de su presencia, al menos lograban como que palpar las gracias emanadas de sus palabras escritas. En aquella época histórica, surgieron, por así decirlo, las primeras «revistas» católicas.
De una manera similar, la avalancha de actividades de los Heraldos les impedía estar permanentemente en diversos lugares. El asistente espiritual de la asociación, por entonces también oficial de la Secretaría de Estado del Vaticano, lanzó el bastón: es necesario que los Heraldos tengan una revista, para que no dejen de estar en contacto con sus adeptos.
El fundador, Mons. João Scognamiglio Clá Días, en aquella época todavía seglar, enseguida presentó a la asamblea plenaria de la entidad la sugerencia, la cual tuvo una amplia acogida. Las gracias eran tangibles: se trataba ciertamente de una señal de Dios. Y si la gestación de este boletín tuvo sus dificultades por ser una experiencia naciente, el tiempo ha demostrado que la revista, editada sin interrupción desde su nacimiento, sería un medio eficacísimo para la nueva evangelización, tan apremiante en nuestros días.
Un desarrollo alentado por las bendiciones de la Santa Iglesia
El primer número, publicado en enero de 2002, originariamente en portugués, contenía tan sólo 28 páginas, pero el editorial ya delineaba la clave de su vocación: la revista anhelaba ser una «estrella de Belén» para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tratando los más variados temas a la luz del carisma de los Heraldos del Evangelio. Auguraba además que fuera un «incremento, en los cristianos, de la devoción a la Eucaristía, a María Santísima y a la Cátedra de Pedro, tres columnas de la espiritualidad de esta asociación privada de fieles».1
Con la gracia de Dios, la revista creció al ritmo del fructífero apostolado de los Heraldos. En conformidad con el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 24, 14), pronto nacieron las versiones en español, italiano e inglés, con autores de las más variadas procedencias, alcanzando centenares de miles de hogares en todo el orbe.
El pontificado de Benedicto XVI proporcionó un terreno fértil para un ulterior desarrollo de la publicación, en gran medida por las bendiciones oriundas de la aprobación definitiva de los Heraldos del Evangelio, así como de la sociedad clerical de vida apostólica Virgo Flos Carmeli y de la sociedad de vida apostólica femenina Regina Virginum.
La palabra de Dios iba creciendo y multiplicándose (cf. Hch 12, 24). La revista mejoró su diseño gráfico, los medios de difusión y los artículos, procurando siempre conservar un lenguaje elevado y, al mismo tiempo, accesible a su variadísimo público.
Debido al vertiginoso incremento del uso de internet en la última década, las revistas en general tuvieron que reinventarse. Diferentes vehículos de prensa tradicional sufrieron un acentuado declive en sus tiradas y en el número de suscripciones. Con algo de atraso, también los periódicos católicos impresos sufrieron el impacto de las nuevas tecnologías. Muchos de ellos se quedaron en el camino y clausuraron sus actividades.
Para los hijos espirituales de Mons. João, sin embargo, el recular no se presenta como una opción válida. En ese inédito contexto global, la revista Heraldos del Evangelio sin duda tuvo que adaptarse. Con la velocidad de la información del mundo digital y la facilidad de acceso a las noticias del día a día, empezó a prestarse menos atención en temas eclesiales cotidianos, por el convencimiento de que nada hay más actual que el Evangelio, del cual esta publicación mensual es un heraldo. Más aún, la Buena Nueva conserva siempre su frescura primaveral, por emanar de Dios, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Heb 13, 8).
Simultáneamente se pudo constatar que el público presentaba vivo interés en conocer los escritos del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, inspirador y maestro del fundador de los Heraldos. Este insigne pensador católico actuó en la prensa desde muy joven, siendo director, por ejemplo, del periódico O Legionário, órgano oficioso de la archidiócesis de São Paulo, hoy O São Paulo. Más tarde, se convirtió en uno de los columnistas más longevos de la Folha de São Paulo, diario de mayor tirada de Brasil, con el cual colaboró más de dos décadas. Por no hablar de sus obras publicadas, muchas de ellas best seller. Por estas y otras razones se puede afirmar que el arte de escribir —con la punta de la espada, cuando es preciso— se encuentra en la propia raíz de la misión de los Heraldos, grabando su marca no sólo en el papel, sino también en la historia de la institución.
En los últimos años, del mismo modo crecieron, con la bendición del Cielo, las gracias obtenidas por la intercesión de Dña. Lucilia, madre del Dr. Plinio. El sensus fidelium apuntaba hacia una vida de eximio cumplimiento del Decálogo, sellada por diversos favores, muchos de ellos de carácter verdaderamente milagroso, obtenidos al invocarla. Se iba consolidando cada vez más la fama de santidad de esta dama católica paulista, condición esencial, conforme la tradición de la Iglesia, para su elevación a los altares. Atenta al instinto espiritual de los fieles, en particular de sus suscriptores, la revista comenzó a estampar rasgos de la biografía de Dña. Lucilia, así como relatos de eventos sobrenaturales vinculados a su persona.
La excelente acogida de estas dos últimas iniciativas sorprendió incluso hasta los promotores de esta publicación.
Un equipo joven, dinámico y ávido por evangelizar
En general, la estructura de un periódico de nivel se basa en la contratación de centenares de empleados, sea en los departamentos de redacción, sea en las áreas administrativas. La revista se formó, a contrario sensu, de manera bastante orgánica: bastó que se constituyera un consejo editorial que estimulara a los heraldos a escribir, que enseguida se multiplicaron las materias. Y así permanece esencialmente en la actualidad.
De hecho, con raras excepciones, los artículos son redactados por los propios asociados, sobre todo los laicos más dinámicos que, con la «libertad de los hijos de Dios» (Rom 8, 21), encuentran en la publicación un canal para expresarse, a través de artículos de muy variado contenido, ora inspirados en el perenne depósito de la fe, ora condicionados por la coyuntura del momento.
Gran parte de la fama y credibilidad de un vehículo de la información se debe a la madurez de sus autores. Pero la revista también deja sitio a jóvenes redactores principiantes, a los pequeñuelos, ante la convicción de que, aún faltándoles la experiencia, les sobra la alabanza perfecta (cf. Mt 21, 16).
Muy sintomático al respecto es que algunos de los nuevos escritores hayan nacido después de la fundación de la revista. Tal circunstancia, antes de revelar debilidad, constituye uno de los más fuertes apoyos de la publicación, pues demuestra la existencia de una consolidada escuela de pensamiento con continuidad en las generaciones emergentes, factor sin el cual cualquier obra intelectual está destinada al fracaso.
Al servicio de la verdad, a través de la belleza
Como ya se ha mencionado, la revista aborda los más variados temas, siempre con la nota característica que distingue al apostolado de los Heraldos del Evangelio: lo bello. En efecto, la asociación tiene plena convicción de que la verdad y la bondad sólo pueden ser bien acogidas y comprendidas si están involucradas por el esplendor de la belleza.
Así pues, las portadas de las revistas se caracterizan por bonitas imágenes, legadas por la tradición multisecular de la Iglesia o por actividades de la asociación alrededor del mundo. Los editoriales, por su parte, pretenden ser una especie de cofre de joyas de la publicación. Muy comentados por los lectores, especialmente en tiempos recientes, pretenden transmitir un mensaje renovado para las perplejidades de los católicos hodiernos.
Los textos publicados en la sección La voz de los Papas, dan testimonio del inmenso tesoro del magisterio pontificio, en armonía con la temática de la edición. Por otra parte, el boletín siempre cuenta con una hagiografía, porque, como reza el antiguo adagio, «las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra». No existe nada más noble para una revista que el santificar a sus lectores.
La sección Heraldos en el mundo, en cambio, es una especie de tarjeta de visita, o botón de muestra, del apostolado llevado a cabo por la asociación en los países donde se encuentra. Las páginas de la Historia para niños… ¿o adultos llenos de fe?, se valen de manera animada de uno de los métodos más eficaces para la formación intelectual y humana: la narración de hechos envueltos siempre en inocencia, sencillez y piedad. Las últimas páginas, abundantemente ilustradas, estampan un artículo que marca la via pulchritudinis, es decir, el camino de la belleza para llegar a Dios.
Finalmente, desde su inauguración, la revista cuenta también con un privilegio inigualable: los comentarios al Evangelio publicados ininterrumpidamente por el fundador de los Heraldos. Uno de los secretos de su primorosa y convincente redacción es el escribir no ya tras un escritorio, sino ante el Santísimo Sacramento expuesto. Su reflexión se fundamenta, además, en la predicación viva, a la manera de los Padres de la Iglesia, que armonizan la vida intelectual con la pastoral.
Efectivamente, uno de los más notables dones de Mons. João es el de la armonía. Al igual que sucedió en la primera comunidad cristiana, logró que se formara entre los miembros de los Heraldos del Evangelio «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32). Y la revista, armazón doctrinario de la asociación, se imbuyó naturalmente de ese esprit de corps.
Es sabido que el modo de redactar es una de las características distintivas de cualquier escritor. Entre los autores heraldos, no obstante, podemos encontrar un denominador común: el deseo ardiente de tocar las cuerdas más profundas del alma del lector, conforme el célebre dicho francés de que la inteligencia no puede sino hablar, pues el amor es el que canta: «La raison ne peut que parler: c’est l’amour qui chante».2 En este sentido, la revista forma una especie de «coro polifónico», compuesto por voces diferentes, pero siempre armónicas.
Cimentados en la doctrina inmutable de la Iglesia
San Pablo enseña que «el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor, 3, 17). De hecho, el Paráclito habla cuando quiere y con quien quiere. Sin embargo, ¿cómo discernir si determinada doctrina viene de lo alto? Ante todo, examinando su consonancia con la verdad, ya que el Espíritu Santo es esencialmente el «Espíritu de la verdad» (Jn 16, 13). Por consiguiente, la redacción de la revista Heraldos del Evangelio se distancia de ideologías contrarias a aquel que se definió como la Verdad (cf. Jn 14, 6). Si la verdad tiene todo su derecho de manifestarse, a la mentira no le cabe prerrogativa alguna.
Surge finalmente una pregunta: ¿Por qué en el pasado había grandes escritores católicos que influían — incluso a través de la prensa tradicional— en numerosas almas y hoy cuesta tanto encontrarlos?
Por una razón muy simple: ya no son católicos. En efecto, parte de la crisis editorial que afectó a las publicaciones que se dicen católicas en los últimos años tiene su raíz precisamente en la falta de identidad católica. En las páginas de esos periódicos, boletines, revistas, etc., no es extraño encontrar una inaudita alianza con los medios panfletarios, al promover ataques gratuitos a la Iglesia, sus entidades y sus miembros. Con razón cantaba el poeta lusitano: «No hay enemiga tan dura y fiera como la virtud falsa de la sincera».3 En pro de la concordia, omitimos entrar en detalles, pues los propios Heraldos han sido víctimas de esa perversa actitud. No obstante, si fuera el caso, se podría retomar el asunto en un futuro…
Sea como fuere, el Papa León XIII instaba: «Puesto que el principal instrumento de que se valen los enemigos es la prensa, en gran parte inspirada y sostenida por ellos, conviene que los católicos opongan la buena a la mala prensa, para defensa de la verdad, la tutela de la religión, el sostén de los derechos de la Iglesia. Y como es tarea de la prensa católica descubrir las pésimas intenciones de las sectas, ayudar y secundar la acción de los sagrados pastores, defender y promover las obras católicas, es deber de los fieles sostenerla eficazmente, ya sea rehusando o retirando todo favor a la prensa perversa, ya sea contribuyendo directamente cada uno en la medida de sus fuerzas, a hacerla vivir y prosperar».4
El pontífice tiene toda la razón al señalar que la mejor manera de combatir el mal es hacer el bien (cf. Rom 12, 21). Considerando que las tinieblas se valen de la «mala prensa» como «principal instrumento» de ataque, uno de los medios más eficaces de oponerse al mal en nuestros días consiste en fomentar una prensa que sea auténticamente buena. Para ello «el único remedio es la prensa católica, buena no sólo en la doctrina, sino también en las cualidades periodísticas, para desviar las simpatías del público y llevarlos a las buenas fuentes»,5 conforme ponderaba con precisión, hace más de ocho décadas, el Dr. Plinio.
En conclusión, cuando el bien se presenta de forma íntegra, el mal se ve rodeado e incapacitado de actuar.
Una mirada hacia el futuro
¿Cuál será el futuro de la revista Heraldos del Evangelio? No lo sabemos, pero tenemos la plena convicción de que si Dios ya ha cosechado tantos frutos de las pequeñas semillas echadas hace dos décadas, siempre que prosigamos plantando y regando con disciplina, Él lo hará crecer (cf. 1 Cor 3, 6).
Abundante es la mies y pocos son los trabajadores (cf. Mt 9, 37). Por otra parte, entrevemos que la cizaña del mal tratará de corromper esa siega de Dios, sea por sus acciones, sea por sus omisiones hipócritas. Aunque jamás sacudirán a quienes luchan a la sombra de la Inmaculada. Como afirmaba el Dr. Plinio, «los escépticos podrán sonreír; mas la sonrisa de los escépticos jamás ha conseguido detener la marcha victoriosa de los que tienen fe».6
En suma, si este artículo ha tenido por objeto ofrecer algunas pinceladas sobre la historia y las conquistas de la revista Heraldos del Evangelio, no ha sido para granjear aplausos estériles o envidia fatuas —éstas aún más estériles. Nada de eso queremos de nuestros lectores auténticos o de nuestros censuradores de guardia. Al contrario, deseamos pedirles que recen por esta obra, pues, como bien enseñó el insigne abad trapista Dom Chautard, el alma de todo apostolado es la oración.
Con todo, séanos permitido añadir que el alma de toda oración es el apostolado, ya que no basta con contemplar; es necesario transmitir lo que se contempló.7 Y esa es nuestra misión.
Si «en el principio existía el Verbo» (Jn 1, 1), Él también estará al final, pues Dios es el Alfa y la Omega (cf. Ap 1, 8). Pero ¿qué decir del imperio de Nuestro Señor durante el período intermediario entre el principio y el final? He aquí el núcleo de la cuestión: el Altísimo confió las otras letras del alfabeto griego, es decir, ese «intermedio», al hombre, por ser la única criatura racional que vive en el tiempo. Por lo tanto, nos corresponde a nosotros transmitir a los demás la palabra que contemplamos.
Para ello, nada mejor que confiar la prensa católica, y concretamente esta revista, a María Santísima, aquella que fue portadora del Verbo Encarnado en este valle de lágrimas, para que por su intercesión podamos también portarlo en nuestra peregrinación terrena, con la ufanía propia a un heraldo del Evangelio. ◊
En la foto destacada: Una delegación de los Heraldos del Evangelio en la plaza de San Pedro,
con ocasión de su aprobación pontificia en 2001
Notas
1 EDITORIAL. «Perscrutando o horizonte…». In: Arautos do Evangelho. São Paulo. Año I. N.º 1 (ene, 2002); p. 4.
2 DE MAISTRE, Joseph. Essai sur le principe générateur des constitutions politiques et des autres institutions humaines. Paris: Librairie Ecclésiastique, 1822, p. 19, nota 3.
3 CAMÕES, Luis Vaz de. Os Lusíadas. Canto X, 113.
4 LEÓN XIII. Dall’alto dell’apostolico seggio, n.º 9.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Imprensa “neutra”». In: Legionário. São Paulo. Año XII. N.º 344 (16/4/1939); p. 2.
6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Autorretrato filosófico. São Paulo, 1994.
7 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 188, a. 6.