Justo antes del amanecer, los pájaros ya se ponen a cantar, despertando al matrimonio Ziólek para otro día de oración y trabajo. ¡La plantación de estos dedicados agricultores polacos promete mucho!
Cuando los primeros rayos del astro rey empiezan a iluminar la pequeña casa, Estanislao y Weronika levantan a sus hijos. Micaela y Justina, las hermanas mayores, se arreglan rápidamente y ayudan a su madre a preparar el desayuno; mientras, Anika, de 12 años, y Estefan, de 10, auxilian a su padre con los últimos preparativos para la venta de verduras en el pueblo vecino. Después del almuerzo matinal todos rezan juntos el santo rosario, a fin de pedir la protección de María Santísima.
Concluidas las oraciones de la mañana, Estanislao y su benjamín se suben a la carreta y se marchan hacia el mercado, donde pasarán todo el día hasta la hora del ángelus de la tarde, cuando ya estarán de vuelta.
Entre tanto, en la finca, Weronika y sus hijas cuidan de las hortalizas con empeño y dedicación. Anika suele ayudar a su madre a eliminar las plagas y las malas hierbas; por su parte, Justina y Micaela llevan a cabo su labor favorita: regar la plantación subiéndose en un alto balancín, cuyo movimiento hace que el agua del pozo sea transportada por todo el terreno.
Pese a que todos están muy aplicados con las tareas del campo, un atisbo de preocupación pasa por sus almas: la inconsolable ausencia del primogénito, Maximiliano, que partió hace un año a defender su patria en la guerra y aún no había enviado noticias. Estanislao y Weronika trataron de obtener alguna información acerca de la situación de su hijo, pero fue en vano. «¿Cómo estará su salud? ¿Le habrán herido? ¿Tendrá hambre y frío? ¿Cuándo volverá a casa? ¿Por qué no nos ha escrito hasta ahora?», eran éstas algunas de las muchas preguntas que surgían a diario en el corazón de los Ziólek.
A pesar de esta tremenda angustia, la familia no descuida para nada el cumplimiento del deber. Siguen adelante, confiando en que la Virgen protege continuamente a Maximiliano.
Al acabar el laborioso día, todos se dirigen al hogar para tomar la última comida, en la que hasta los mínimos acontecimientos se vuelven tema de conversación. El pequeño Estefan le cuenta a su madre y a sus hermanas cómo ha ido la venta de verduras; Justina y Micaela le comentan a su padre el buen crecimiento que ha tenido la plantación, gracias al tiempo favorable de esa época del año. Todos charlan y comen; todos menos una: Anika.
Desde hace unos meses sus padres notaron un comportamiento extraño en su hija. En la cena, se sirve gran cantidad de alimento; sin embargo, come una mínima porción. Si Weronika le pregunta por qué no se lo termina, la niña sólo responde que está satisfecha. Y después de la acción de gracias por la comida, se va rápidamente a su habitación con el plato en las manos.
Esa noche, volvía a ocurrir lo mismo.
—¿Qué estará tramando nuestra hermanita? —interroga Micaela.
—Seguramente come a escondidas, de madrugada —responde Estefan.
—No —concluye Justina—, tiene que haber alguna razón para esa singular actitud.
A fin de cuentas, ¿qué estaría haciendo Anika todas las noches?
La piadosa e inocente chiquilla había montado en su cuarto un altarcito con una imagen de la Virgen y una estampa del ángel de la guarda. En cada cena, después de comer la parte que le correspondía, llevaba lo que sobraba a su «oratorio», lo depositaba a los pies de María y le hacía una oración: «Mi querida Madre del Cielo, he aprendido en el catecismo que vuestro divino Hijo, y Dios mío, les ha dado a todos los hombres un angélico protector, para que cuide de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Señora, Vos sois la única que sabéis en qué estado se encuentra mi hermano en la guerra… Me preocupa que no tenga qué comer. Por eso os pido: ¡enviad a mi ángel de la guarda para que le lleve esta ración a Maximiliano al campamento militar y, sobre todo, cuidad de su alma! Y tú, mi angélico y fiel amigo, entrégale también mis oraciones y todo mi cariño y un fuerte abrazo. Amén».
Concluida la súplica, Anika dormía tranquila, porque no dudaba de que su custodio celestial salía de inmediato al encuentro de Maximiliano.
Las estaciones se van sucediendo, pero ninguna carta llega al buzón de los Ziólek. El tiempo de la cosecha está a punto de terminar y en unas semanas brotarán las nuevas semillas. Por lo tanto, Weronika pasa todo el día haciendo las tareas domésticas con sus tres hijas.
De repente, escuchan que llega la carreta.
—¿Estanislao a estas horas y con tanta prisa…? ¿Habrá pasado algo? —indaga consigo misma su esposa.
El motivo no podía ser otro: ¡después de tanta demora, finalmente recibían una carta de Maximiliano!
El progenitor entra con la carta en la mano y, en un abrir y cerrar de ojos, todos se reúnen a su alrededor para oír las palabras del primogénito:
«Mis queridos padres y hermanos. ¡No sabéis de cuánta protección sobrenatural estoy siendo objeto, especialmente en este período tan difícil! La lucha es ardua y cada día nos sobrevienen peligros mayores; no obstante, en todos esos momentos siento que vuestras oraciones compran el amparo de Dios para mí. Fui herido en los primeros meses de batalla, pero pronto pude regresar al combate. Sigo rezando el rosario, como siempre hacíamos en familia, para que la Santísima Virgen preserve mi alma. En cuanto a las necesidades materiales, el mismo Cielo me ha ayudado: todos los días un joven distinguido, alto y luminoso me entrega una deliciosa comida. Lo curioso es que el modo como está preparada me recuerda bastante a las cenas de mamá… Varias veces le pregunté de dónde era y por qué practicaba tal acto de generosidad conmigo, aunque sólo sonreía y no me respondía nada. Y se marchaba sin dejar rastro. Creo que es un ángel…».
Con estas y otras líneas, el combatiente narraba sus aventuras. Los seis están contentísimos. Cada fragmento de la misiva les producía una profunda emoción. Sin embargo, no había nada comparable a la visita del joven que le llevaba diariamente la comida a Maximiliano. Aires de misterio se extendían por el salón… ¿Quién sería aquel personaje? Todos se miran confusos y sólo una fisionomía permanece serena. Con humildad, Anika se recoge interiormente y agradece a su ángel de la guarda el haberle atendido su petición. De esa manera pudo asistir a su hermano en las gloriosas batallas que libró. ◊
Es muy hermosa esta historia para contársela a los niños del catecismo tema de los ángeles gracias están en mis oraciones
Que hermosa historia. Y como nos olvidamos a veces de nuestro gran protector. Nuestro Angel de la guarda. Me gusto mucho el cuento y más el final. La oración es poderosisima por eso siempre hay que rezar.
Estoy leyendo los cuentos de niños a pesar de tener 68 años. Me hace muy bien al espíritu y al alma