Considerando, desde las aguas, la sabiduría divina

Animado, Gerin declaró: «Lo que me gusta de verdad es conocer el pasado de nuestra familia». A lo que la solícita abuela le contestó desafiante: «Uy, si es eso, tendría muchas cosas que contarte…».

En aguas tranquilas vivía una familia de ballenas, cuya especie se caracterizaba por ser ella peculiarmente longeva: alcanzaban la mayoría de edad a los 1000 años y su existencia se podía prolongar ¡cerca de tres milenios!

El océano se encuentra todavía en plena oscuridad. Poquito a poco, los rayos del sol van penetrando e iluminando las profundidades. La abuela ballena, doña Grandina —que tiene casi 2800 años, ¡calcula!—, duerme serenamente hasta que enérgicos movimientos la despiertan. ¿Es un tsunami? ¿Un submarino de guerra aproximándose? ¡Nada de eso! Se trata de su nietecito, Gerin, que va nadando con el vigor de un niño de 7 años, haciendo piruetas y desplazándose velozmente, sin darse cuenta de que acaba de sacar a su abuela de un sueño placentero…

Acercándose emocionado, el pequeño le pide que le cuente una historia.

—A ver, mi tesoro, ¿qué prefieres? Cuentos, fábulas, aventuras, batallas, vidas de santos…

—Abuelita, me gustaría conocer cosas del pasado de nuestra familia.

—Uy, si es eso, ¡entonces tendría mucho que contarte! ¿Sabes lo que le pasó, por ejemplo, a tu bisabuelo Olinab?

—No. ¿En qué época vivió?

En un tiempo en que la humanidad disgustó a Dios con sus pecados y fue castigada con lluvias torrenciales ¡que duraron cuarenta días y cuarenta noches! El justo Noé, por orden del Señor, construyó un arca gigantesca para salvar a sus parientes y a una pareja de cada animal.

—¿Y el bisabuelo entró en el arca?

—No, pequeño mío. Toda la superficie terrestre quedó sumergida; ningún pez necesitaba cobijarse en el arca. Lo que hizo fue acompañar a aquel varón fiel. Después del Diluvio el orbe entero aún permaneció cubierto por el agua durante ciento cincuenta días, hasta que ésta fue bajando de manera gradual. Luego vio acercarse una paloma que llevaba una ramita de olivo, símbolo del final del castigo. Y también pudo contemplar el primer arcoíris que apareció en el cielo: era el signo de la alianza de Dios con los seres vivos.

—¡Vaya! ¡Qué honra para el bisabuelo! ¿Y qué más, abuelita?

«El Señor habló al pez, que vomitó a Jonás en tierra firme»

Mi padre también vivió un episodio grandioso. Un profeta, cuyo nombre era Jonás, no obedeció al Altísimo, que lo había enviado como mensajero para convertir a los habitantes de Nínive. Como era algo «testarudo», eludió su deber y se subió a un barco con destino a Tarsis.

—¡Qué absurdo! ¿Y no se cumplió la voluntad de Dios?

—¡Ay, nietecito!, cuando el Todopoderoso determina algo, ¡no hay quien se lo impida! Una violenta tormenta azotó la embarcación; y la tripulación se habría ido al fondo del mar si no se hubieran dado cuenta de que el culpable de tal desgracia era Jonás… Entonces, para librarse de la muerte, lo arrojaron sin piedad al agua e inmediatamente se hizo la bonanza.

Al no poder predecir la conclusión del suceso, Gerin preguntó:

—¿Murió? ¿Y los ninivitas permanecieron obstinados en el pecado?

—¡Lo mejor viene ahora! «El Señor envió un gran pez para que se tragase a Jonás, y allí estuvo Jonás, en el vientre del pez, durante tres días con sus noches» (Jon 2, 1), conforme lo narra la Sagrada Escritura. ¡El que se lo tragó fue mi padre! Y continúa el relato diciendo: «El Señor habló al pez, que vomitó a Jonás en tierra firme» (Jon 2, 11). Sólo entonces fue cuando el profeta se dirigió hacia la ciudad. Su misión fue un éxito y cosechó frutos de penitencia y conversión.

—¡Me enorgullece tener como antepasado a alguien que ha sido instrumento divino para la salvación de los hombres! ¿Y qué más? ¡Cuéntame algo sobre ti!

Doña Grandina levantó los ojos, recordando antiguos hechos.

—Varias veces, cuando era joven, veía a distancia los viajes de cierto israelita. Era de baja estatura, mirada muy vivaz y temperamento fogoso. Me gustaba seguirlo; en ocasiones, me fue posible escuchar sus palabras. ¿Sabrías averiguar de quién se trata?

Gerin se quedó pensando un momento, pero no atinaba con la respuesta. Así que ella misma le dijo el nombre de ese personaje:

San Pablo, el apóstol de las gentes.

—¡¿Cómo?! ¿Lo conociste? ¡Ese santo cuyas predicaciones hasta los ángeles escuchaban!

—Así es, nietecito. Todos los días le agradezco al Cielo esa gracia que me fue concedida. Varias veces incluso naufragó por estas aguas, pero el Señor siempre lo preservó.

Y prosiguió:

—Ahora te voy a narrar una impresionante hazaña que vi junto con mis pequeños. En el siglo XVI, ¡presenciamos la batalla que tuvo lugar en el golfo de Lepanto, en Grecia!

Con los ojos como platos, exclamó la ballenita:

—¿Un combate naval? ¡Cuéntame, cuéntame!

Los enemigos eran desproporcionadamente más numerosos que los cristianos. Más tarde supe que, mientras se estaba produciendo el enfrentamiento, el Papa San Pío V elevaba confiadas oraciones al Cielo. En el momento decisivo y cuando las esperanzas humanas estaban a punto de rendirse ante lo imposible, María Auxiliadora apareció en el horizonte y, a la vista de todos, desbarató a la escuadra adversaria. ¡Fue una victoria brillante!

Gerin prometió conservar la lección aprendida: Dios siempre guía el rumbo de los acontecimientos para su gloria

—Abuelita, nunca había oído hablar de esa batalla.

—Pero claro, cariño mío, sólo tienes 7 años… Todavía hay mucho por conocer.

¡Pues a mí me gustaría ayudar a los combatientes que luchan por Cristo! ¿Y qué más recuerdas? ¿Hay más historias bélicas?

Doña Grandina acercó a su nieto bajo la aleta y le dio un afectuoso abrazo diciéndole:

—Querido mío, lo importante de estas narraciones es la lección que podemos aprender de ellas. Piensa cuál es.

—Uhm… No sabría contestarte…

—Mira, esta es la enseñanza que también has de transmitir tú en adelante: por muchos zigzags que pueda haber en la Historia, aunque existan infidelidades y flaquezas por parte de las criaturas, Dios guía el rumbo de los acontecimientos para su gloria y el triunfo de la Santa Iglesia Católica. Nuestra especie ha sido privilegiada al poder acompañar los cuidados del Señor a través de los siglos y lo alabamos en su grandeza. ¿Está claro, mi bien?

—Clarísimo, abuelita. Llevaré siempre conmigo esa preciosa lección y la legaré a mi descendencia. Deseo igualmente bendecir al Altísimo, reconociendo su bondad y sabiduría infinitas. 

 

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