Por muy grandes que sean las dificultades espirituales o temporales que debamos afrontar en nuestra vida, la actitud constante que hemos de tener ante ellas es la de una confianza incondicional en la Santísima Virgen.
En la certeza de esa ayuda materna, encontramos el coraje para enfrentar cualquier adversidad, diciendo con el salmista: «Confiando en ti, oh Madre, no temeré los males, porque en tu luz, veré la Luz, tu divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo» (cf. Sal 22, 4).