Nuestra Señora, con sólo poner su mano virginal sobre un alma llena de defectos y vicios, cargada de pecados, puede transformarla en un santuario.
Así como por su oración, en Caná, Nuestro Señor ordenó que el agua se convirtiera en vino, así también la Santísima Virgen puede, en cualquier momento, obtener de su divino Hijo para un pecador gracias tan abundantes que la persona más repugnante e infestada por el demonio vuelva a pertenecer a Ella.
Pidámosle a María Santísima que sea hecho con nosotros como en las bodas de Caná. Y nosotros, que hoy somos, en el mejor de los casos, agua mezclada con un poco de vino, nos convirtamos en vino puro.