Al dirigir nuestra atención hacia los acontecimientos del Antiguo Testamento, nos sentimos sobrecogidos con la grandeza de la misión profética. Moisés divide el mar Rojo en dos, Elías hace bajar fuego del cielo, Isaías prevé maravillas con siglos y siglos de antelación…
El cortejo de profetas, sin embargo, no terminó cuando San Juan Bautista señaló al Mesías anunciado. Por el contrario, según la categórica afirmación de Santo Tomás de Aquino, Dios también los envía continuamente a la Iglesia: «En todas las épocas hubo algunos que poseían el espíritu profético, no para dar a conocer doctrinas nuevas, sino para dirigir la vida humana».1
Es bien cierto que todo bautizado participa de la triple misión de Nuestro Señor Jesucristo: sacerdote, profeta y rey.2 No obstante, la Providencia divina dispensa el carácter profético con suprema largueza a algunos de sus hijos, y es a través de ellos que el Espíritu Santo continúa hablando en el Nuevo Testamento.
Faro que alerta y guía
Frecuentemente, se cree que la profecía consiste ante todo en predecir el futuro. Aunque dicha concepción simplista no abarca la esencia de la misión profética.3
En el primer choque con el ambiente revolucionario, a los 11 años, Plinio recibió una clara intuición sobre el futuro
El profeta, desde luego, puede ser auxiliado por una luz divina para anunciar el porvenir, pero este don es casi un añadido a su carisma, que, al tratarse de una gracia concedida en beneficio de terceros, tiene como finalidad favorecer a los demás, conforme las palabras del Apóstol: «El que profetiza habla para hombres, edificando, exhortando, consolando» (1 Cor 14, 3).
Por lo tanto, es aquel que «sabe leer en el entramado de los acontecimientos el designio de Dios»,4 quedando así capacitado para alertar a la humanidad y guiarla hacia el cumplimiento de los planes divinos. Vemos, pues, cómo surgen en todos los tiempos y en todas partes esos hombres y mujeres que se constituyen en faros de la historia. San Benito, San Bernardo, Santa Catalina de Siena y Santa Juana de Arco son ejemplos de almas que han salido «de los límites comunes de la actividad humana para ejercer un ministerio angélico: hablar en lugar de Dios».5
Así, siendo muy conscientes de que el carisma profético nunca abandona a la Iglesia, ¿podemos afirmar que Plinio Corrêa de Oliveira fue un profeta? Recordemos, a guisa de respuesta, algunos hechos de su vida.

Previsiones grandiosas, hechas por un niño
Cuando Plinio, a los 11 años, tuvo su primer gran choque con el ambiente revolucionario, recibió ya entonces una clara intuición sobre el futuro. Contemplaba, en el patio del Colegio San Luis, la perfección del universo materializada en la vegetación, en las nubes, en la fauna; pero, por encima de esa armonía natural, entrevía un orden superior y espiritual, representado en los sacerdotes que pasaban, rezando, por aquel sitio. «De repente —recordaría más tarde—, se consolidó en mi espíritu la siguiente idea: existía tanta oposición entre la inocencia, la rectitud y la santidad de la Iglesia […] y la mentalidad de esos alumnos ruines que, en cierto momento, los objetos inanimados, los bambúes, la tierra, las piedras de la calle y las construcciones de las casas se rebelarían ante la agresión de los pecados, en legítima defensa».6
Ante él se configuraba una perspectiva grandiosa, en la que el castigo divino purificaría un mundo pecador y dominado por la Revolución. Esto era lo que, posteriormente, denominaría Bagarre.7
Estas reflexiones, que podrían considerarse como meras impresiones infantiles, fueron corroboradas por las palabras de la propia Madre de Dios, aunque en aquel momento Plinio las ignoraba. En efecto, poco antes, la Virgen de Fátima también había anunciado, en Cova da Iria, que vendrían gigantescas calamidades a causa de la maldad de los hombres.
Unos años después, cruzaba por la plaza del Patriarca, en el centro de São Paulo, cuando al repicar de las campanas de la iglesia de San Antonio, un nuevo presagio lo llenó de alegría. Entrevió una grandiosa procesión, con pompas militares, en la que la Santísima Virgen era aclamada como soberana del mundo. La humanidad, completamente transformada, viviría entonces lo que la Iglesia pide desde hace dos milenios: «¡Venga a nosotros tu Reino!». Sería «una era en la que los hombres recibirían las últimas enseñanzas antes de que la historia acabara […]. Lo bueno que ahora existe permanecerá, pero esa época será mucho mejor que todo esto, pues constituirá la réplica de Dios contra el mal. ¡Y la Iglesia será la reina!».8
Esa promesa que la Providencia le hacía en lo más hondo de su alma era el complemento lógico de la Bagarre: donde antes había reinado la Revolución, se levantaría la espléndida catedral del Reino de María.
También aquí las promesas de Fátima confirmaban las predicciones de Plinio: «Por fin —había profetizado Nuestra Señora—, mi Inmaculado Corazón triunfará».

Solo, pero victorioso
La solemnidad forma parte de la grandeza y, por tanto, las grandes profecías tardan en materializarse. ¿Qué fundamentos tendríamos entonces para ver en el Dr. Plinio un carisma profético si estas premoniciones, confirmadas por las mencionadas apariciones, todavía no han sido selladas por los acontecimientos? Dirijamos nuestra atención a la época que precedió y acompañó a la Segunda Guerra Mundial: allí podremos constatar algunos ejemplos de la acuidad propiamente profética que le fue concedida.
El mensaje de la Virgen de Fátima corroboró la premonición que tuvo al contemplar los bambúes en el patio de su colegio
Tras el terrible drama de la primera Gran Guerra, el joven Plinio, contrariamente a la actitud general de quienes lo rodeaban, avistada la inminencia de mayores flagelos. Su preocupación quedó registrada en una carta de 1931, ocho años antes del inicio del nuevo conflicto: «La tormenta no tardará en llegar, y tendrá como simple preludio una guerra mundial. Pero esta guerra sembrará por el mundo entero tal confusión que surgirán revoluciones en todos los rincones, y la putrefacción del triste “siglo xx” alcanzará su apogeo».9
La guerra estalló en 1939. De los dos bandos de la conflagración bullían ideologías aparentemente antagónicas e irreconciliables: el nazismo y el comunismo. Sin embargo, contradiciendo la opinión pública mundial, el Dr. Plinio señalaba una velada pero real identidad de doctrinas y objetivos entre ambos sistemas. Y, en el periódico Legionário, denunció una alianza próxima entre los supuestos rivales: «Mientras todos los campos se definen, un movimiento cada vez más nítido se procesa. Es el de la fusión doctrinaria del nazismo con el comunismo».10 Desde el punto de vista humano, tal predicción sería, como mínimo, una exageración, cuando no un disparate. Así fue como recibió la sociedad la advertencia del Dr. Plinio, generando un verdadero escándalo.
No obstante, al cabo de unos meses el alboroto se convirtió en estupor, ya que el pronóstico se cumplió al pie de la letra: en agosto de 1939, el Pacto Ribbentrop-Molotov consagró la unión nazi-comunista.
Muchos otros acontecimientos como ésos, delatados con antelación por el Dr. Plinio, confirmaban lo acertado de su voz de alerta.

Guiando a los hombres hacia los designios de Dios
Sin embargo, como hemos dicho antes, el profetismo no consiste esencialmente en predecir el futuro. Tales anuncios, cumplidos en el tiempo, sirven sobre todo para probar la autenticidad de la misión. El núcleo de esta vocación es, según indica el Aquinate en la ya mencionada cita, «dirigir la vida humana».
Más que prever el futuro, el núcleo de la vocación profética está en dirigir la vida humana en el rumbo indicado por los designios de Dios
En Plinio Corrêa de Oliveira, este aspecto también se hizo evidente desde la primera etapa de su vida pública. Sus palabras inflamaban a las multitudes, constituyéndose así una natural autoridad. «No era un cargo —recordaba—, no era una función; era un prestigio, una influencia, una importancia, un liderazgo aclamado por todos».11 Hasta tal punto que a los 24 años fue elegido por abrumadora mayoría de votos como diputado a la Asamblea Constituyente de 1934, para defender los intereses de la Iglesia.
Otro episodio demostró aún más la fascinación con la que la gracia lo revestía, para que guiara a la sociedad por el camino recto. En 1942, el IV Congreso Eucarístico Nacional reunió a un millón de católicos en el Valle de Anhangabaú, de São Paulo. Ante tan vasta concurrencia, el Dr. Plinio pronunció un discurso sobre la inmensa vocación concedida por Dios a Brasil. La muchedumbre, prendida de los labios del orador, prorrumpió en aplausos y aclamaciones al final de su exposición: «¡Plinio! ¡Plinio! ¡Plinio!».
Ocasiones como éstas se repetirían a lo largo de la gesta del Dr. Plinio —tan abundantes que ni siquiera se podrían enumerar en un artículo—, como consecuencia del carisma que lo llevaba a guiar a la humanidad por los rumbos trazados por la Providencia.

La profecía inmortalizada
Pero ¿qué significa mover al mundo en comparación con mover al Creador? Pues bien, quizá ése sea el aspecto más trascendente de la vocación profética. Con sus oraciones y su fidelidad, el profeta debe apresurar, para mayor gloria de Dios, el cumplimiento de las promesas que ha recibido.
Mediante el sufrimiento bien aceptado, el profeta debe apresurar el cumplimiento de las promesas de las que es depositario
¿De qué manera? No proclamando únicamente la profecía, sino como que personalizándola. «Los profetas —enseña San Ireneo— no profetizan sólo con la palabra, sino también […] con su comportamiento, con sus actos».12 De igual modo, Plinio Corrêa de Oliveira realizó en sí las profecías que anunció.
Su inocencia, nunca tocada por el espíritu revolucionario, anticipaba la derrota de la Revolución que había vislumbrado en el patio del Colegio San Luis. La devoción intensísima que profesaba a la Santísima Virgen adelantaba los días del Reino de María, anticipado en la plaza del Patriarca. ¡La victoria de Nuestra Señora ya se había hecho realidad en su corazón!
Solamente faltaba un elemento para que esa profecía viva adquiriera toda su magnitud: la cruz. Como se verá con detalle en otro artículo,13 la Reina de los profetas no privó a su elegido de esa corona y le permitió que, durante su agonía, lidiara con la prueba del desmentido: Dios había puesto en su alma la certeza de que vería instaurado el Reino de María; pero ¿dónde estaba la realización de las promesas en un mundo donde aún prevalecía la Revolución?
En su lecho de muerte, el Dr. Plinio escuchó la respuesta de los propios labios de Mons. João, el discípulo que continuaría su batalla para la materialización de tan grandiosas profecías: «Uno diría: “Entonces, ¿qué hay del cumplimiento de la misión?”. ¡La misión se está cumpliendo así, de la manera más perfecta! Porque el sufrimiento es el mejor medio para hacerlo».14 ◊
Notas
1 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. II-II, q. 174, a. 6, ad 3.
2 Cf. CCE 783.
3 Cf. Santo Tomás de Aquino, op. cit., q. 171, a. 3.
4 Ciardi, Fabio. I fondatori, uomini dello Spirito. Roma: Città Nuova, 1982, p. 298.
5 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. ii, p. 198.
6 Corrêa de Oliveira, Plinio. Notas autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2010, t. ii, p. 543.
7 Del francés: gresca, trifulca, pelea.
8 Corrêa de Oliveira, op. cit., pp. 544-545.
9 Corrêa de Oliveira, Plinio. «A José Pedro Galvão de Souza». In: Opera Omnia. São Paulo: Retornarei, 2008, t. i, p. 24.
10 Corrêa de Oliveira, Plinio. «Entre o passado e o futuro». In: Legionário. São Paulo. Año XII. N.º 329 (1 ene, 1939), p. 2.
11 Corrêa de Oliveira, Plinio. Reunión. São Paulo, 7/3/1995.
12 San Ireneo de Lyon. Adversus hæreses. L. IV, c. 20, n.º 8: SC 100, 650.
13 El triunfo conquistado por la sangre, en esta edición.
14 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. v, p. 454.