Pocos en la historia han brillado tanto por su audacia como el gigante San Pablo. Basta leer alguna de sus cartas, o los Hechos de los Apóstoles, para comprobarlo. Sin embargo, entre sus actos de intrepidez, uno sobresale: se atrevió a resumir toda la vida del Hombre-Dios en pocas frases…, ¡y lo consiguió! «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 5-8). Estaba todo dicho: la existencia terrena del Verbo Encarnado se sintetiza en la obediencia al Padre, como el propio Jesucristo lo había afirmado (cf. Jn 5, 30; 6, 38; 12, 49).
Guardando las debidas proporciones, el presente artículo también se enfrenta a un reto similar: ¿cómo resumir las obras de Plinio Corrêa de Oliveira, en sus ochenta y seis años de servicio a Dios, a María Santísima y a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana?
«Señor, ¿no soy acaso el “sí” constante?»
7 de junio de 1978. Al término de un homenaje filial preparado por sus discípulos en conmemoración del aniversario de su bautismo, el Dr. Plinio pronunció emotivas y profundas alabanzas a la Iglesia. Comparó a la Esposa Mística de Cristo con el propio Jesús, quien, en medio al vituperio general durante su pasión, fijara su mirada en cada fiel preguntándole: «Hijo mío, tú, al menos, ¿me quieres?».
Fiel a las gracias primevas, el pequeño Plinio contempló y amó a la Iglesia y todo lo que de ella se derramaba sobre la civilización cristiana
Transido de amor, el Dr. Plinio prosiguió: «Uno de nosotros respondería: “Pero, Señor, ¡qué pregunta! ¿¡Para qué existo sino para eso!? ¿Qué delito he cometido ante vos, Señor, para que siquiera formuléis esa pregunta? ¿No soy acaso el ‘sí’ constante, el ‘sí’ ininterrumpido de todas las horas del día y de la noche, dispuesto a recibir lo que vos queráis darme?”».1
He aquí, en sus propias palabras, una vía para sintetizar la existencia de este varón: un «sí» constante, renovado en todas las etapas de su vida.

«Sí» a la inocencia y a lo maravilloso
El domingo Gaudete de 1908 — celebrado el 13 de diciembre de ese año—, Lucilia Corrêa de Oliveira daba a luz al pequeño Plinio, en la ciudad de São Paulo. Ella fue la primera escuela donde su hijo aprendió el amor a Dios; en efecto, «la mayor de las universidades no tiene el papel de la madre».2
En la «universidad luciliana», Plinio quedó encantado con la inocencia y la fe católica, y adquirió una esmerada formación moral e intelectual. Dotado del carisma de discernimiento de los espíritus, contemplaba en su madre la bondad, la elevación y el equilibrio, predisponiéndose así para recibir, al frecuentar el santuario del Sagrado Corazón de Jesús,3 gracias de profunda penetración en el espíritu de la Santa Iglesia y de Nuestro Señor.4 A los 4 años, durante un viaje a Europa con su familia, se maravilló a su vez con los frutos de la preciosísima sangre del Salvador que habían brotado en la cristiandad.
El «sí» a estas gracias primevas fue íntegro: «Desde pequeño, mirando a la Iglesia Católica, y no sólo a ella, sino también de lo que de ella se derramó en la sagrada civilización cristiana, lo tomé todo como cierto, infalible, indiscutible».5
El 19 de noviembre de 1917, Plinio recibió su primera comunión, cuyo acceso a los niños había sido fomentado poco antes por San Pío X. En el Santísimo Sacramento obtendría las fuerzas para mantenerse fiel al «sí» inicial y a todos los posteriores: «Comprendía bien que el “Pan de los fuertes” me ayudaría a recorrer un camino duro, el camino de la fidelidad, el camino de un deber que a menudo costaría la sangre del alma».6
«No» al mal, que preparó el «sí» más dulce de la vida
En febrero de 1919, Plinio fue matriculado en el prestigioso Colegio San Luis, de los padres jesuitas. Habiendo vivido hasta entonces en un entorno exclusivamente familiar, su mentalidad chocó de lleno con el ambiente que encontró entre los estudiantes: las fórmulas educativas, que aún se enseñaban con esmero en aquel tiempo, eran rechazadas y ridiculizadas; la brutalidad imperaba; las conversaciones inmorales se habían convertido inescrupulosamente en habituales.
Más tarde comprendió que la mentalidad propagada por el cine de Hollywood era el vehículo que creaba en todo el mundo esa forma de ser espontánea, impura y gozadora, caracterizada por el desprecio de los valores del pasado cristiano. Y concluyó: «En el fondo, aquello era una lucha religiosa: se trataba de ser o no ser como Nuestro Señor había determinado».7
Fiel a las gracias primevas, el pequeño Plinio contempló y amó a la Iglesia y todo lo que de ella se derramaba sobre la civilización cristiana
Ante su constancia, la oposición de sus compañeros se generalizó, llegando incluso a la agresión: durante un recreo, Plinio recibió una fuerte pedrada en la cabeza. La profunda carga de odio, deseosa de destrucción, conllevaba una brutal advertencia: si no cedía al mundo moderno, la persecución sería dura, hasta el final. Entonces tomó una firme decisión: «Me pase lo que me pase, estaré en contra de este mundo. Estaré a favor de la pureza, de la Iglesia, de la jerarquía y de la compostura, aunque tenga que ser el último de los hombres, pisoteado, aplastado, triturado».8
Era un nuevo «sí», gritado en forma de «no» al mal.
No obstante, a las pruebas le siguió la mayor de las gracias: experimentar la misericordia de la Santísima Virgen.9 Era la devoción a la Madre de Dios, núcleo de su espiritualidad, que comenzó ante una imagen de María Auxiliadora. Y Plinio le dio a Ella el «sí» más filial y dulce de toda su vida.
«Sí» a la santidad: lucha por la pureza y entrada en el Movimiento Católico
Las luchas se recrudecieron al ingresar en la Facultad de Derecho del Largo San Francisco, en 1926. Como es normal a la edad que se encontraba, lo asaltaban sobre todo las tentaciones contra su virginal pureza. Resistió solo, aislado en medio de los círculos de la alta sociedad, donde se consideraba ridículo y despreciable que un joven no frecuentara lugares de pecado.

Por esta razón, Plinio se sorprendió, en 1928, al avistar una pancarta que cubría todo el exterior de la iglesia de San Antonio10 anunciando el Congreso de la Juventud Católica. «¿Qué sintió en ese momento? ¡Quedó maravillado, como si un pedacito del Cielo le hubiera caído en sus manos!».11 Su adhesión, inmediata y entusiasmada, constituyó un desafío a su clase social, ausente casi por completo del Movimiento Católico.
Tras haber conocido la Historia de un alma de Santa Teresa del Niño Jesús durante este período, decidió: «¡Quiero ser santo!». Y, el Viernes Santo de 1929, sintió el llamamiento a un «sí» explícito, como narraría más tarde: «Hijo mío, ¿no quieres al menos ayudarme? Desde lo alto de la cruz, te vi. Si dices “sí” a mi invitación, me darás hoy alegría, en medio de mis sufrimientos. Si dices “no”, aumentarás la copa de vinagre que me corresponde beber».12
La respuesta no se hizo esperar: «Ese “sí” no fue dicho solamente aquel Viernes Santo, sino que en aquella ocasión fue pronunciado con mucha significación».13 Se iniciaba entonces una etapa de batallas en pro de la Iglesia, en la que destacaría particularmente el apostolado a través del periódico O Legionário, del que el Dr. Plinio llegaría a ser redactor jefe.
«Sí» a la obediencia: el diputado más joven y más votado de Brasil
En 1932, el gobierno provisional convoca elecciones nacionales para dotar a Brasil de una nueva Constitución. En São Paulo se funda la Liga Electoral Católica, con el Dr. Plinio como secretario general, y su nombre es propuesto por Mons. Duarte Leopoldo e Silva, arzobispo metropolitano, para la lista de candidatos a diputado. Superando muchas dudas, el Dr. Plinio percibe que en la obediencia a su prelado estaba, en el fondo, un nuevo «sí» a la voluntad divina.
Las votaciones, realizadas el 3 de mayo de 1933, arrojaron un resultado estruendoso: el líder católico fue el diputado más joven y más votado de la historia de Brasil, superando el doble del número de votos recibidos por el segundo clasificado.
El «sí» al fracaso…
Sin embargo, comienza una etapa en la que la Providencia le exigirá la repetida aceptación de fracasos, entre ellos el de, misteriosamente, no ser reelegido para un segundo mandato, lo que pone fin a su carrera política.
Con cada batalla ganada para cumplir la voluntad divina, la Providencia le pedía al Dr. Plinio nuevos y mayores sacrificios, ofrecidos con prontitud
Al cumplir 30 años, el Dr. Plinio empieza a notar una peligrosa infiltración en los círculos católicos, que se rebelaba contra las formas tradicionales de piedad y virtud. Las innovaciones ganaban terreno sigilosamente, incluso entre los miembros del clero… Mientras multiplica los informes a la Santa Sede sobre la situación, elabora un libro para denunciar los errores: En defensa de la Acción Católica.
Lanzado el 3 de junio de 1943, con prólogo del nuncio apostólico, Mons. Benedetto Aloisi Masella, la publicación supone, como era de esperar, el fin de la proyección del Dr. Plinio en los círculos católicos, hasta entonces fulgurante. Su acción es metódicamente anulada por aquellos que alentaban las tendencias heterodoxas, lo que le acarreó un largo y terrible ostracismo.
«Sí» a la paternidad espiritual de los más débiles
A lo largo de la década de 1950, el Dr. Plinio se dedicará casi exclusivamente a la formación de un pequeño número de seguidores, conocido como el grupo del Catolicismo en razón de la revista mensual homónima que él fundó.
El Dr. Plinio dará entonces a la Providencia un nuevo «sí»: el de ser padre espiritual de una generación quebrantada por siglos de proceso revolucionario, la cual conducirá con admirable paciencia y bondad.
Esa fidelidad brotó en un encuentro histórico: el 7 de julio de 1956, el joven João Clá le fue presentado en las escaleras de la basílica del Carmen.14 A partir de esa fecha, la vida de ambos tomaría otro rumbo. ¡Por fin, el Dr. Plinio había encontrado un discípulo dispuesto a luchar con la misma entrega, generosidad y amor!
«Sí» a la victimización por su misión y obra
En los siguientes años de su existencia, especialmente notable es el lanzamiento del profético libro Revolución y Contra-Revolución, el 5 de abril de 1959, y la fundación de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP), el 27 de julio de 1960.
Y como aquí nos cabe considerar la historia de los «sí» del Dr. Plinio, dos hechos reclaman nuestra atención.
El primero se refiere a la gracia de Genazzano, recibida el 16 de diciembre de 1967,15 ocasión en la que la propia Madre del Buen Consejo da su «sí» al hijo fiel, con la promesa interior de que cumpliría enteramente su vocación.

El segundo hecho es el ofrecimiento del Dr. Plinio como víctima por su obra, realizado el 1 de febrero de 1975 y recogido por la Providencia a través de un accidente automovilístico.16 De este «sí» vendrá un torrente de gracias para el movimiento fundado por él, con el florecimiento del apostolado desarrollado por el joven João Clá.
El «sí» definitivo y reparador
En el ocaso de su vida, el Dr. Plinio podía presentarse ante el justo Juez con las manos repletas de frutos espirituales: incontables batallas libradas por la Santa Iglesia y la civilización cristiana; miles de conferencias y charlas pronunciadas, numerosos libros y artículos publicados, en los que había expuesto la doctrina católica con plena exactitud; una obra floreciente, con hijos repartidos por todos los continentes; una existencia nimbada de una diamantina fidelidad. Así cerró sus ojos a este mundo el 3 de octubre de 1995.
¿No habría sido el «sí» constante de Plinio Corrêa de Oliveira un «acto de virtud inmenso», reparador del pasado y prenda de una nueva era?
Sin embargo, su existencia va mucho más allá del ámbito personal.
La historia de los hombres está marcada por una larga secuencia de infidelidades: los «no» y los «tal vez mañana» de tantas almas llamadas, cuya incorrespondencia fue el principal factor en el asombroso avance del mal en los últimos siglos. ¿No constituiría esta defección de los elegidos una especie de «pecado inmenso», consciente y deliberado? Entonces, ¿no habría sido el «sí» constante de Plinio Corrêa de Oliveira un «acto de virtud inmenso», reparador de las negaciones pasadas y prenda de una nueva era de gracias jamás imaginada? El futuro lo dirá…

Pero una cosa es segura. Incluso después de partir hacia la eternidad, el Dr. Plinio continúa vivo en aquellos en cuyas almas ha sido plantada una semilla de profetismo participativa de su propio carisma, como veremos en las páginas siguientes. ◊
Notas
1 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 7/6/1978.
2 Corrêa de Oliveira, Plinio. Reunión. São Paulo, 12/5/1980.
3 Situado en el barrio de los Campos Elíseos, de São Paulo.
4 Al respecto, véase el artigo «Un profeta para nuestros días», en la presente edición.
5 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 1967.
6 Corrêa de Oliveira, Plinio. Reunión. São Paulo, 22/11/1982.
7 Corrêa de Oliveira, Plinio. Notas Autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2010, t. ii, p. 527.
8 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 1954.
9 Hecho narrado con más detalles en el artículo «El mundo para María: auge de devoción», en esta edición.
10 Situada en la plaza del Patriarca, de São Paulo.
11 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2016, t. ii, p. 81.
12 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 20/4/1973.
13 Idem, ibidem.
14 Situada en la calle Martiniano de Carvalho, de São Paulo.
15 Véanse los artículos «El mundo para María: auge de devoción» y «El triunfo conquistado por la sangre», en la presente edición.
16 Episodio narrado más pormenorizadamente en el artículo «El triunfo conquistado por la sangre», en esta edición.