Beata María de Jesús López de Rivas – Corazón de fuego, habituado al heroísmo

A ciertas almas Dios les pide el heroísmo de vivir en el anonimato e incluso en el desprecio, para con ello comprar gracias de conversión a los pecadores y victorias para la Santa Iglesia.

Dirijamos nuestra atención a las calurosas tierras españolas. Sus vastedades vieron nacer a innumerables santos y héroes. El combativo Ignacio de Loyola, su celoso discípulo San Francisco Javier, el austero San Juan de la Cruz son sólo algunos ejemplos. Entre estas ilustres figuras se encuentra una que tal vez para muchos sea desconocida, pero no para Dios ni para Santa Teresa de Jesús…

Una joya de la cristiandad

«Entre las muchas joyas que Dios amontonó en España durante el siglo XVI podemos contar, y como una de las más excelentes, a la Venerable María de Jesús»,1 escribió un biógrafo acerca de aquella que el 18 de agosto de 1560 nacía de una noble familia española, en el pueblo de Tartanedo.

A los siete días después de haber sido dada a luz, la pequeña fue llevada por sus padres, los hidalgos Antonio López de Rivas y Elvira Martínez, a la iglesia de San Bartolomé para recibir el Bautismo, en el cual le dieron el nombre de María.

Desde muy joven se destacó por sus virtudes, candor e inocencia. Siempre mostró una profunda devoción a la Santísima Virgen, lo cual favoreció la inocente costumbre de jugar con muñecas al vestirlas como a la Reina del Cielo.

Tenía tan sólo 4 años cuando Dios le pidió un enorme sacrificio: el fallecimiento de su padre. Antes de expirar la llamó a su lado y, dándole la bendición, se despidió con estas palabras: «Hija, yo me muero; Dios te queda por tu padre».2

«Te quiero para hija mía»

Una vez, cuando María tenía 5 años, se encontraba jugando con una fruta a orillas del río Gallo y en un momento de descuido el «juguete» se le escapó de las manos. Al verlo caer, se lanzó rápidamente al río, sin temor a ahogarse, con la intención de rescatarlo.

Todos los que presenciaron la escena creyeron que la niña moriría. En ese momento se le apareció Nuestra Señora y tomándola de la mano la trasportó sobre las aguas hasta dejarla en lo alto de una colina situada a cinco kilómetros de donde estaban.

En esa circunstancia la Santísima Virgen le mostró a la joven María el camino que debía seguir. «Te quiero para hija mía»,3 le dijo. Este llamamiento, no obstante, tardaría unos años en hacerse realidad y quizá de una manera que ni siquiera sospechaba.

Lucha espiritual para el cumplimiento de la vocación

Contaba unos 6 o 7 años de edad, cuando su madre contrajo segundas nupcias, hecho que ocasionó la necesidad de trasladarse a Molina de Aragón, para vivir con sus abuelos. No tardaron en aflorar, para admiración de todos, las insignes cualidades con las que Dios había adornado su cuerpo y su alma.

Hermosa de apariencia, de discreta perspicacia y trato benigno y afable, la joven nunca se detuvo en una inútil autocontemplación. Al contrario, supo realzar su belleza revistiéndola de modestia e hizo brillar sus talentos con las luces de la oración, a cuyo ejercicio se dedicó metódicamente.

Sin embargo, los enemigos del hombre son a menudo los de su propia casa, como lo había anunciado el Salvador (cf. Mt 10, 36), y en su vida no fue diferente. Observando las cualidades de su nieta y los halagos de que era objeto, sus abuelos se apresuraron a buscarle pretendientes para matrimonio y consiguieron que se entregara a los atavíos y vanidades comunes a las muchachas de su edad.

Un hecho providencial vino a sacarla de esos peligros. Alrededor de los 16 años, entró en contacto con el P. Antonio de Castro, jesuita y gran orador. Al conocer las virtudes de María, el sacerdote la orientó para que se hiciera carmelita descalza en el monasterio de Toledo, recientemente fundado por Santa Teresa de Jesús. Pero las liviandades a las que se había entregado le alejaron tanto de su vocación que no quiso prestar oído a lo que el confesor le aconsejaba y le respondió que eso no sucedería en modo alguno. Dios, no obstante, jamás se deja vencer cuando se trata de conquistar un alma predilecta y no permitiría que escapara tan fácilmente…

Debatiéndose interiormente sobre qué resolución tomaría con respecto a su vida —seguir la vía religiosa o contraer matrimonio—, decidió encomendar el asunto al Cielo. Poniéndose en oración ante una imagen del Señor con la cruz a cuestas, venerada en el oratorio de su casa, le escuchó decir: «Te quiero para Carmelita Descalza».4 No se creía lo que había escuchado y prefirió pensar que se trataba de una ilusión. Pero su conciencia no le daba tregua.

Tal era su resistencia que aun escuchando una vez más la voz del Redentor tampoco quiso darle oídos. Entonces el Señor se dirigió a ella por tercera vez: «Te quiero para mi esposa en las Carmelitas Descalzas».5 Finalmente, ¡María se dejó conquistar! De inmediato le comunicó al confesor su decisión de hacerse religiosa y le escribió una carta a la reformadora del Carmelo, Santa Teresa de Jesús.

Entrada en el Carmelo

Santa Teresa de Jesús – Convento de San José, Toledo (España)

Al ser informada por el P. Castro sobre las virtudes de la joven, Santa Teresa quiso que la novicia formara parte del Carmelo de Ávila. No obstante, como ya se había completado el número máximo de monjas en aquel convento, decidió mandarla al monasterio de Toledo con la siguiente recomendación: «Yo se la envío con cinco mil ducados de dote; pero hágoles saber que ella es tal, que cincuenta mil diera yo de muy buena gana; mírenmela no como a las demás, porque espero en Dios que ha de ser un prodigio».6

Narran las crónicas que María se dirigió a Toledo, acompañada por el jesuita, los últimos días de julio de 1577. Algunos de sus parientes intentaron en vano asesinar al sacerdote, indignados con la decisión de la joven. Sin embargo, no consiguieron impedir que llegara a su destino y recibiera el hábito el 12 de agosto. En la ceremonia, en la que adoptó el nombre de María de Jesús, se hicieron visibles a todos Nuestro Señor Jesucristo, su Santísima Madre y el glorioso San José.

Si bien que, así como el oro se purifica en el crisol, Dios quiso refinar esa alma con una prueba más. El rigor de la vida religiosa y las numerosas penitencias a las que se sometió debilitaron rápidamente su salud. Esto despertó la desconfianza de las religiosas, que empezaron a preguntarse cómo iba a mantener la observancia de la Regla una persona tan enferma, y hasta pensaron en dispensarla de la misma.

En vista de ello, Santa Teresa resolvió enviar una carta al monasterio de Toledo comunicando que, si allí no la aceptaban, se la llevaría a Ávila, pues estaba segura de que el convento que la acogiera dentro de sus muros sería insignemente beneficiado, aunque tuviera que permanecer en cama de por vida. Ante tal evidencia, las monjas no opusieron más resistencia. Superado este impedimento, María de Jesús hizo su profesión el 8 de septiembre de 1578.

Conviviendo con Santa Teresa

Cuentan que Santa Teresa solía consultarle con mucha frecuencia en sus inquietudes porque, con tan sólo 20 años, sor María de Jesús sabía responder con inteligencia y agudeza las cuestiones que le planteaba. Le agradaban tanto los consejos de la joven que a menudo la gran fundadora prefería sus opiniones a las suyas propias.

En una ocasión, habiéndole hecho la santa una consulta a la religiosa, se quedó tan satisfecha con su parecer que le respondió: «Pues en verdad que ha de ser eso que tú dices, porque lo dices tú, que eres mi letradillo».7

Una vez, ya después de la muerte de la fundadora, ésta se le apareció mientras rezaba por el futuro de las Carmelitas Descalzas y le dijo que no temiera, porque Dios cuidaba de la Orden, por haber sido erigida en su sangre, que tanto gusto le daba. En otra circunstancia, sor María de Jesús le estaba pidiendo al Señor que le diera las virtudes de la santa de Ávila y entonces se le apareció ella misma afirmando que el Altísimo se las concedería a quien tuviera disposición para ello.8

Priorato marcado por la prueba

Beata María de Jesús – Iglesia del Santo Ángel, Sevilla (España)

A lo largo de sus sesenta y tres años de vida religiosa, la Beata María de Jesús se dedicó a diversos oficios: portera, enfermera, sacristana, maestra de novicias y priora. No obstante, el ejercicio de este último le costó sangre.

El 25 de septiembre de 1591, con 31 años, fue elegida para ese cargo. Al principio, se resistió a aceptarlo, ya que se sentía incapaz de ejecutarlo a la perfección, pero debido a la insistencia de las otras hermanas se vio obligada a acceder.

Al asumirlo de manera ejemplar, se creía más obligada a ser perfecta y tomó la delantera con relación a las demás en cuanto al cumplimiento de la Regla. Pero el sufrimiento no dejó de acompañarla, pues a las molestias y enfermedades que ya padecía se sumaron las pruebas interiores, los ataques del demonio y la persecución.

Una de las monjas forjó calumnias en su contra, sin saber a ciencia cierta cuáles fueron los motivos que la llevaron a cometer tal injusticia. Este hecho motivó su deposición del cargo de priora. Además, la Madre María de Jesús sufrió durante varios años la oposición del provincial, el P. Alonso de Jesús María. A pesar del mal trato recibido, se mantuvo continuamente serena y sumisa a la autoridad. Como contrapartida, siempre contó con la estima de las religiosas más fieles, las cuales, al verla libre de la responsabilidad de superiora, la eligieron nuevamente maestra de novicias. Su inocencia solamente se demostró veinte años después de las acusaciones.

Por fin llegaba el momento que Dios había reservado a la justicia, permitiendo que volviera a asumir el priorato, para que, con la excelencia de sus virtudes, volviera a influir a quienes estaban bajo su mando. Él mismo le prometió, junto con Santa Teresa, que la acompañaría en el gobierno del monasterio.

Debido a su celo por el Santísimo Sacramento, dedicó estos últimos años a la tarea de erigir la iglesia del convento, a fin de conferir mayor solemnidad a las ceremonias en honor de Nuestro Señor Jesucristo y su Madre Santísima.

Gracias místicas y convivencia con lo sobrenatural

Una vez, después de la comunión en el día de la Ascensión, vio al Señor, lleno de gloria y majestad, elevándose al Cielo junto con una multitud de ángeles. Al percibir que aún estaba en esta tierra, protestó:

—¡Señor, no nos dejes huérfanos!

Y Jesús le respondió:

—No os dejo huérfanos, pues me quedo en el Sacramento de la Eucaristía. Mírame en él y mírate dentro de mi Corazón.

En otra ocasión, durante la vigilia de Pentecostés, vio a las tres Personas de la Santísima Trinidad en la Sagrada Eucaristía. En ese momento, el divino Maestro le mostró las llagas de su costado y, dándole a entender el valor y la eficacia de su sangre, le dijo: «Hija, tuya es esta sangre y mi Corazón. En él mora siempre, y anégate en mi sangre… Sabe que mi sangre quema y abrasa los corazones que en ella se bañan».9

A la izquierda, la Beata María de Jesús retratada en su lecho de muerte; a la derecha, su cuerpo incorrupto, que se encuentra en el altar mayor de la iglesia del convento de San José, Toledo (España)

«He combatido el noble combate»

A los 80 años, tras una vida de luchas y tribulaciones, la Madre María de Jesús falleció en olor de santidad el 13 de septiembre de 1640, rodeada de aquellas que estimaba como hijas, las cuales enterraron su cuerpo en el propio convento. Exhumado en cuatro ocasiones a lo largo de los años, fue encontrado incorrupto, según consta en acta, y exhalando un agradable perfume que se esparció por las dependencias del monasterio.

Así premia Dios a quienes, sin escatimar esfuerzos, se entregan a Él sin reservas. Ellos pueden decir con San Pablo: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día» (2 Tim 4, 7-8). 

 

Notas


1 EVARISTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, OCD. El letradillo de Santa Teresa. Biografía de la Madre María de Jesús. Toledo: Sebastián Rodríguez, 1926, p. 29.

2 Ídem, p. 32.

3 Ídem, p. 34.

4 Ídem, p. 40.

5 Ídem, p. 41.

6 Ídem, p. 45.

7 Ídem, p. 71. La palabra «letradillo», usada por Santa Teresa como apodo de la Beata María de Jesús, parece referirse, de forma cariñosa y pintoresca, a su condición de persona especialmente ilustrada.

8 Cf. JERÓNIMO DE LA MADRE DE DIOS, OCD. Peregrinación de Anastasio. In: Obras. Burgos: El Monte Carmelo, 1933, t. III, p. 253.

9 EVARISTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, op. cit., p. 196.

 

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