A lo largo de los cincuenta y dos años transcurridos desde su marcha hacia la eternidad, Dña. Lucilia ha perfeccionado la manifestación del cariño maternal que la caracterizó en su vida terrena, derramando numerosas gracias a todos los que recurren a su bondadosa e infalible intercesión.

 

Aquella que en la mañana del 21 de abril de 1968 durmió en el Señor, mientras hacía una serena y majestuosa señal de la cruz, recibió por misión en la vida eterna hacerles a los hombres más compresible la bondad del Sagrado Corazón de Jesús.

Los variados auxilios que esta noble y generosa dama había prestado, mientras aún estaba en la tierra, a personas que pasaban por dificultades extremas se han multiplicado desde que adentró en la eternidad. Las caricias hechas al prójimo necesitado se han vuelto más sobrenaturales e intensas.

Esto es lo que podemos comprobar a través de los numerosos relatos recibidos de sus devotos que, habiendo sido beneficiados por ella, desean difundir el poder de su maternal y eficaz intercesión.

Jorge Zaghi

Vehículo retenido, cliente a la espera

Habiendo consagrado su empresa de transportes a la protección de Dña. Lucilia al denominarla con las iniciales «LCO», Jorge Zaghi se habituó a recurrir a su intercesora en todas sus necesidades. Cierto día, uno de sus vehículos, que llevaba mercancía de urgencia para uno de sus principales clientes, fue inmovilizado en un control policial. Encima, le sobrevino un imprevisto más que le trajo gran preocupación:

«Como el descuidado conductor circulaba descuidado sin una de las necesarias placas de identificación, el vehículo quedó retenido en el patio de la comisaría. Nos dirigimos hasta el lugar para intentar obtener que lo liberaran, pero el día no podía ser más complicado. Era un viernes por la tarde y la víspera de un puente…

«El tiempo corría, el cliente reclamaba su mercancía y no veíamos salida posible. No hacer la entrega y dejar el vehículo en el patio durante todos esos días festivos era algo que no podía ocurrir de ninguna manera. Sería una tragedia. Sin embargo, caminábamos hacia ese desenlace».

Como era prácticamente imposible conseguir una nueva placa en aquel momento, el Sr. Zaghi decidió poner el caso en manos de su protectora:

«En medio de este cuadro de tensión, inquietud y ya de desánimo, me acordé de recurrir a Dña. Lucilia, para pedirle que interviniera de alguna forma y me diera una salida, una solución».

Para su sorpresa, no tardó mucho para que esa bondadosa señora resolviera el problema: «Deambulando un poco por el patio me fijo que al pie de un árbol había una placa naranja con la numeración exacta del producto que estaba en el camión. ¡Era la placa que necesitaba!».

Así pues, mucho antes de lo que imaginaba, la contrariedad se había solucionado y enseguida pudieron efectuar la entrega: «Colocamos la placa en el vehículo, llamamos al policía, pasamos la revista y nos dejaron salir. Esto ocurrió ya al final de la tarde, pero aún fue posible concluir la entrega a tiempo y encerrar el drama».

El salario del mes tirado literalmente a la basura…

Rosângela Felde, de Curitiba (Brasil), tras oír decir que Dña. Lucilia «atendía con inefable maternidad a aquellos que a ella le rezaban pidiendo su intercesión ante Dios», también decidió recurrir a ella y hoy nos escribe para contarnos la gracia obtenida.

Como administradora de los gastos del hogar recibía a principios de cada mes el salario que le traía su cónyuge, quien trabajaba en tres empleos para conseguir suplir las necesidades de la familia. Cierto día tuvo que ausentarse un momento de casa y dejó el dinero sobre la tabla de planchar envuelto en un papel un poco deslucido; entonces su marido pasó por ahí y pensó que se trataba de algo para la basura y tiró el paquete…

Cuando se dio cuenta de que había desaparecido, Rosângela se puso a buscarlo por toda la casa. Por la noche, cuando su esposo volvió del trabajo le preguntó si había visto el dinero, pero, al principio, no supo qué decirle.

Después de un tiempo de conversación, el matrimonio cayó en la cuenta de lo que había sucedido: todo el dinero del mes se había ido literalmente a la basura… Y, para empeorar la situación, ya había sido recogida ese día. Esto no solamente perjudicaba financieramente a la familia, sino que creaba un desagradable estado de tensión entre los esposos.

En esa coyuntura Rosângela se acordó de haber oído comentarios sobre la elevada virtud de Dña. Lucilia, cuya extremosa bondad la llevaba a compadecerse de las personas afligidas y necesitadas. Le rezó y le prometió que, en el caso de ser atendida, realizaría alguna obra piadosa como forma de agradecimiento.

Un pequeño objeto encontrado en medio del caos

A la mañana siguiente, Rosângela fue a la oficina de la empresa que se ocupaba de la recogida de basura para que le informaran acerca del camión que había pasado por su calle. Le dijeron que el material había sido llevado al vertedero de reciclaje, de modo que sería imposible encontrar lo que andaba buscando… Aún así, se dirigió hacia allí, segura de que Dña. Lucilia resolvería el caso.

Ya en el lugar, conversando con el responsable, éste lamentó no poder ayudarla, pues era imposible hallar un pequeño paquete en medio de la basura de toda la región metropolitana. Además, por razones de seguridad y salubridad no estaba permitida la entrada de personas en aquel inmenso montón de desechos. Tan sólo la llevó para que viera el sitio donde llegaban y se procesaban los residuos, a fin de convencerla de que desistiera de su búsqueda.

Pero, de repente, para asombro de todos, mientras aún hablaba con el encargado, Rosângela vio el paquete que contenía todo el dinero de su familia pasando delante de sus ojos en una enorme cinta transportadora en dirección a la zona de procesamiento. Sin mayores formalidades, fue hasta allí y cogió lo que quería.

Todos los empleados se quedaron atónitos, pues nunca habían visto nada igual. Era impensable encontrar un objeto de dimensiones tan pequeñas en medio del caos de aquellas instalaciones.

El hecho marcó mucho a toda la familia, que pudo confirmar cómo Dña. Lucilia estaba dispuesta a atenderlos, resolviendo un caso aparentemente insoluble.

Maysa Lage de Araújo Monteiro con su madre, sujetando una estampa de Dña. Lucilia

La realización de una venta imposible

También Maysa Lage de Araújo Monteiro, de Belo Horizonte (Brasil), nos envía el relato de una gracia recibida durante el difícil período que vivió tras la muerte de su padre.

En aquella época, «un gran cambio y una preocupación surgieron en mi vida. Mi madre se quedaba sola sin la presencia de su marido, gran compañero y amigo, y yo me quedaba a cargo del comercio textil que mi padre tenía hacía aproximadamente cuarenta años».

Como no tenía condiciones de cuidar adecuadamente de él decidió ponerlo en venta. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos y tentativas, no conseguía encontrar un comprador para el comercio, que desde hacía unos años ya no daba lucro para la familia, sino preocupaciones.

Dado que Maysa vivía lejos de su madre y no conseguía dedicarse enteramente al asunto, resolvió confiar y rezar, rogando un auxilio sobrenatural:

«Mi madre, sintiendo el peso de la ausencia de mi padre y muy cansada desde el punto de vista físico y mental, se desanimaba y entristecía cada vez más. Yo no sabía qué hacer. Distante de ella y viendo que la situación cada día empeoraba, comencé a rezar y pedirle a la Virgen y a Dña. Lucilia que hicieran lo mejor para nosotros».

Un llamamiento hecho a Dña. Lucilia

El tiempo pasaba y la tienda permanecía sin ningún comprador interesado… Maysa decidió intensificar sus oraciones, haciendo un llamamiento a Dña. Lucilia:

«Me tomé unos días libres y, en la expectativa de conseguir zanjar cuanto antes la situación, hice algunas promociones y puse más carteles de venta en la puerta de la tienda. Pero resultó en nada. A tres días de que se acabaran mis vacaciones entré en estado de ansiedad y frustración por no haber solucionado el problema que tanto entristecía a mi madre.

«Fue entonces cuando coloqué debajo de la imagen de Nuestra Señora Aparecida, que tenía en la tienda, una foto de Dña. Lucilia Corrêa de Oliveira, a quien hice con grande y fervorosa fe mi llamamiento de hija que tanto quería ver a su madre feliz. Con mucha fe le pedí: “Dña. Lucilia, usted que está al lado de la Virgen, nuestra Madre, concédame la gracia de vender y librar a mi madre de esta tienda que hoy, sin presencia de mi padre, solamente le trae tristeza y angustia. Le pido, Dña. Lucilia, con mucha fe y devoción, ayúdeme e interceda por la obtención de esta gran gracia. Amén”».

«Fui bendecida y atendida por una petición hecha con fe a Dña. Lucilia»

Los días pasaron y, con ellos, las vacaciones de Maysa. Todo parecía indicar que su petición no había sido atendida, pero, en su interior, algo le decía que las preocupaciones enseguida llegarían a su fin:

«Al mismo tiempo que la angustia me afligía, sentía dentro de mí una paz y tranquilidad como si algo me dijera que en breve todo se resolvería».

Y, de hecho, la confirmación de esta inspiración que la llenaba de confianza no tardó en verificarse de forma concreta:

«He aquí que recibimos en nuestra casa la visita de un joven, junto con su suegro, interesado en comprar nuestro comercio. Dijo que pasó por casualidad delante de la tienda, vio el cartel de “Se vende” y enseguida se interesó. Con la gracia de Dios, Nuestra Señora y Dña. Lucilia llevamos a los dos a conocer el local y, en ese mismo instante, fue cerrado el contrato.

«El joven no estaba tan interesado en la rentabilidad de la empresa ni en hacer un estudio de mercado para informarse sobre el retorno de inversión de ésta. Lo que demuestra, una vez más, la fuerza del milagro. ¿Cómo una persona compra una empresa, casi en quiebra, sin al menos investigar sobre el riesgo financiero? La venta fue tan bendecida que ni siquiera el nombre del comercio fue cambiado».

Manifestando alegría y gratitud por verse objeto de tamaña bondad de su intercesora celestial, Maysa concluye:

«En fin, con este breve testimonio puedo decir que fui bendecida y atendida por una petición hecha con fe a Dña. Lucilia. Tengo certeza de que este ha sido un milagro logrado y que aquel que cree y tiene en su corazón gran devoción a ella alcanzará gracias y más gracias en todo momento. Gracias, Dña. Lucilia, una vez más, por este gran regalo que usted le ha dado a mi madre, a mi hermano y a mí».

*     *     *

Conforme crece el número de relatos de gracias obtenidas, se hace cada vez más evidente la misión celestial de esta bondadosa dama. A lo largo de los cincuenta y dos años transcurridos desde su marcha hacia la eternidad, Dña. Lucilia ha sublimado aquello que realizó en su vida terrena, derramando numerosas gracias a todos los que recurren a su bondadosa e infalible intercesión. 

 

Doña Lucilia con 92 años

Trato ameno e impregnado de bondad

Quien tuvo la felicidad de frecuentar su residencia, conviviendo con Dña. Lucilia durante los últimos meses de su existencia terrena, pudo evaluar bien el alto grado de consideración, gentileza y estima inherentes a su noble trato, incluso en sus más simples expresiones. De índole respetuosa y afectiva, era maestra en el difícil arte de dirigirse a los otros con afable dignidad, de manera que se sintieran siempre a gusto.

Un sobrenatural sentido de la compasión hacía que le causara gran sufrimiento ver a alguien entristecido o atribulado, aunque se tratara de un desconocido. Y era admirable el esmero con que intentaba aplicar enseguida el lenitivo de la palabra justa, de la fórmula adecuada, del buen consejo ante una situación difícil, del consuelo para el dolor, de la limosna frente a la necesidad.

Para Dña. Lucilia la felicidad del prójimo era la suya… Su alma se movía por el deseo de contentar a cada uno, y de ahí su gran pesar cuando no podía hacerlo. Era el afecto de un corazón total y esencialmente católico. La alegría de su alma consistía en querer bien a los otros por amor a Dios y en ser por ellos querida. Sin embargo, cuando su bienquerencia no era correspondida, jamás cedía al menor sentimiento de rencor, pues no tenía en vista ningún beneficio personal o ventaja propia en esa relación mutua.

Extraído de: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio.
Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 623-624.

 

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