¡Oh bienaventurado San Francisco de Sales!, verdaderamente santísimo siervo de Dios, amado y segurísimo guía de mi alma, don precioso de mi Dios; mi verdadero padre, digo, ¡mi dulcísimo maestro y ahora mi fiel abogado! Mirad nuestras necesidades y no permitáis que el corazón que Dios ha unido al vuestro pueda ser nunca desunido. Por tanto, acordaos que me habéis prometido que esta unión sería eterna; haced, pues, mi venerable padre, por vuestra santa intercesión, que yo sea tan fiel a la observancia de las cosas que me habéis enseñado que llegue a esa soberana unidad, de la cual gozáis tan gloriosamente, a fin de que con vos, y en compañía de la gloriosa Virgen y de los santos, pueda alabar, bendecir y amar eternamente al soberano Amado de nuestras almas.
Lo que os pido, no solamente para mí, sino para todos los hijos de la Santa Iglesia y, en particular, para las de la querida congregación que habéis engendrado en Nuestro Señor, y de la que hacíais memoria en vuestras santas oraciones durante vuestra peregrinación. Patentes os son, ¡oh padre mío santísimo!, los deseos de mi alma; así que no os los expresaré. Ya sabéis en qué veneración os tengo; veis mis lágrimas y mis sentimientos, y la perfecta confianza que quiero tener en vuestra santa protección, mi padre, mi maestro y mi santo; acordaos de que mi Dios me ha dado a vos y vos a mí; tened un cuidado continuo de mí, os lo ruego, a fin de que cumpla perfectamente la voluntad de mi Dios, sin reserva, sin reserva. Así sea. ◊
Oración compuesta por Santa Juana de Chantal
poco tiempo después de la muerte de San Francisco de Sales.
En la foto destacada: San Francisco de Sales le entrega las Reglas de la Orden de la Visitación a Santa Juana de Chantal – Monasterio de la Visitación, París