Ya voy a misa… ¿realmente necesito rezar?

Catecismo de la Iglesia Católica

§ 2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo […] se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive «en lo secreto» (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima.

 

«¡La oración es para el hombre el primero de todos los bienes!»,1 exclamaba Dom Guéranger, abad del monasterio de Solesmes (Francia), en su obra El año litúrgico, en la que comenta paso a paso todo el ciclo de la liturgia, es decir, la oración oficial con la que los fieles —sacerdotes o laicos— manifiestan la auténtica naturaleza de la Iglesia, humana y divina, visible e invisible, activa y contemplativa, en el mundo y en camino hacia el Cielo…2 En efecto, la realización de los sacramentos «anuncia, actualiza y comunica el misterio de la salvación».3

Sin embargo, la liturgia no agota la obligación de rezar que incumbe a todo bautizado… Dios pide a los fieles una vida de caridad, piedad y apostolado4 a fin de cumplir el precepto evangélico: «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1). Dicho deber es repetido con insistencia por San Pablo: «Orad en toda ocasión» (Ef 6, 18); «Sed constantes en la oración; que ella os mantenga en vela» (Col 4, 2); «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar» (1 Tim 2, 8). Y decir «en toda ocasión» y «en todo lugar» extiende el espacio y el tiempo de la oración a todos los momentos en los que no estemos participando en un acto religioso.

La oración privada, o piedad particular, desempeña un papel fundamental en la existencia humana. El mismo Jesús la enseña como una forma de dirigirse al Padre celestial: «Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (Mt 6, 6). Y promete con solemne juramento que será siempre atendida, si se hace a través de Él, Redentor y Mediador: «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 16, 23).

Según San Juan Crisóstomo,5 la oración es para el espíritu lo que el alma es para el cuerpo: el principio de vida. Si una persona no reza, su espíritu, falto de flujo vital, se pudre y empieza a exhalar un olor nauseabundo.

La llamada oración particular puede adoptar diversas expresiones, de las cuales el catecismo indica tres: la oración vocal, la meditación y la contemplación.6 De entre todas, el rezo del rosario —en voz alta o en silencioso recogimiento— es el recomendado por la Iglesia, tanto para sacerdotes y religiosos7 como, con mayor empeño, para los laicos de cualquier edad y condición.

Pero el santo rosario no es sólo una repetición de oraciones. En cada decena se recomienda meditar sobre uno de los misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, y nada impide que, una vez enunciado el tema, unos instantes de contemplación precedan y enriquezcan el rezo de las avemarías.

Así pues, recemos siempre, sin desanimarnos nunca, aun cuando parezca que nuestras oraciones no son atendidas. Dios no falla y acabará concediéndonos algo mucho mejor de lo que imaginábamos que necesitábamos. ◊

 

Notas


1 Guéranger, osb, Prosper. L’Année Liturgique. L’Avent. 19.ª ed. Paris: H. Oudin, 1911, t. i, p. ix.

2 Cf. Concilio Vaticano II. Sacrosanctum concilium, n.º 2.

3 CCE 2655.

4 Cf. Concilio Vaticano II, op. cit., n.º 9.

5 Cf. San Juan Crisóstomo. De orando Deum. L. i.

6 Cf. CCE 2699.

7 Cf. CIC, can. 246; 663.

 

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