¿Un artículo sobre Churchill en una revista católica? —podría preguntarse el lector al abrir estas páginas. De hecho, ¿qué nos lleva a escribir sobre el «viejo león»? Una virtud poco practicada en nuestros días y que nos conduce a verdaderos tesoros: la admiración. Y como el bien es eminentemente difusivo, con estas líneas practicamos la admiración acerca de la admiración.
Se lo explicamos. A lo largo de décadas de contacto con la producción oral y textual de Plinio Corrêa de Oliveira, nos quedamos admirados al constatar la admiración —permítanos la redundancia de las viciosas repeticiones— de este gran varón por algunos personajes históricos, entre ellos Winston Churchill. Fue su sabia percepción sobre los hombres y los hechos lo que despertó nuestra curiosidad por este famoso estadista.
Así lo describe en su edad madura: «La fisonomía súper expresiva de Churchill se destacaba de un modo que casi se diría esplendoroso. Para brillar no basta obviamente ser muy expresivo. Cumple, además, expresar algo que vale la pena. Lo hacía a raudales el viejo león inglés. En su cabeza calva parecía relucir un pensar diplomático vigoroso y sutil. Sus ojos —¡cuánto podría decir de ellos!— expresan sucesivamente fascinantes profundidades de observación, reflexión, humor, y gentileza aristocrática. Sus anchas mejillas musculosas no perdieron nada de vigor con la edad. Parecían dos contrafuertes faciales, enmarcando vigorosamente su fisonomía tan altamente intelectualizada. Y le daban a su rostro un no sé qué de decidido, estable, casi se diría de perpetuo: símbolo expresivo de la fuerza multisecular de la monarquía inglesa. Sus labios, finos y de contorno incierto, parecían seguir el movimiento de sus ojos y, por tanto, siempre dispuestos a abrirse a una ironía, un eslogan, un discurso monumental… o un cigarro puro».1
Winston Leonard Spencer-Churchill nació el 30 de noviembre de 1874, en Woodstock, en el palacio de Blenheim, construido por el primer duque de Malborough, lord John Churchill. Su madre, Jennie Jerome, era hija del economista Leonard Jerome, poseedor de una fortuna multimillonaria. Más tarde, tras la muerte de Randolph Churchill, su padre, Winston encontró en ella una «ardiente aliada», que le favoreció en sus planes «con toda su influencia y su energía sin límites»,2 hasta el final.
Combativo desde su infancia
Según él mismo cuenta en su libro My Early Life, cuando era niño le gustaba mucho las grandes paradas militares de Dublín, donde vivía porque su padre era secretario de su abuelo, el virrey de Irlanda. Parece que ahí fue la cuna de su pasión por el militarismo, la cual lo llevó a tener una colección de mil soldados de plomo, con los cuales simulaba desfiles. Quizá aquí ya despuntaba el futuro militar que brillantemente lucharía en campañas en la India, en Egipto, en Sudán, en Sudáfrica.
Elizabeth Everest fue la institutriz que ejerció un importante papel en la formación de Winston, ya que sus progenitores, por la intensa vida social que llevaban, poco tiempo les dedicaban a sus hijos. Su padre, especialmente, lo trataba con cierta frialdad y desprecio. Así que su afecto primero y más íntimo iba dirigido a la Sra. Everest, que fue su dedicada educadora y confidente hasta los 20 años. Cuando falleció, Winston y su hermano Jack, que también había sido educado por ella, se empeñaron en darle una sepultura digna y durante toda la vida la mantuvieron con cuidado.
Desde temprana edad Churchill fue un vencedor de dificultades. Como estudiante, sólo no revelaba incompatibilidad con Lengua inglesa y la esgrima. Sus muchos tropiezos escolares iniciales le sirvieron de lección de cómo es posible aprender con el fracaso, pues en pocos años pasó a ser uno de los mejores alumnos de su promoción. Tal vez el recuerdo de esas amargas experiencias y de otras muchas que enfrentó a lo largo de su existencia fuera lo que le llevaron a decir: «Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad».
Ingresó en la Harrow School, famoso y antiguo colegio británico, y más tarde inició su formación militar en la Real Academia Militar de Sandhurst. Al concluir el curso, fue llamado para servir como segundo teniente en el 4.º Regimiento de Caballería del Ejército Británico, The Queen’s Royal Hussards.
Militar, escritor y corresponsal de guerra
Durante el período de permiso de la academia —cinco largos meses cada año— Churchill consideró útil participar en un «ensayo general». Realizaría, pues, un antiguo y vehemente deseo: «Desde mi infancia soñaba con soldados y guerra, y muchas veces había imaginado en sueños, durmiendo o despierto, las sensaciones de la primera vez en que se entra a fuego».3
A través de un amigo de su padre, embajador británico en Madrid, consiguió algunas cartas de recomendación y marchó a Cuba, donde se desarrollaba la Guerra de Independencia. Lo acompañó un amigo, con el pretexto de enviar reportajes sobre el conflicto al Daily Graphic, de Londres. Entre el silbido de las balas celebró su vigésimo primer aniversario.
Más tarde participó en otras campañas militares, una de ellas en Afganistán, perteneciente por entonces a la India británica, actuando al mismo tiempo como militar y corresponsal de guerra para diversos periódicos. A partir de esa vivencia, escribió su primer libro: The Story of the Malakand Field Force. La narración de apasionantes episodios bélicos dejan trasparecer un alma llena de ideas y de deseo de heroísmo. Tras su participación en la campaña del Sudán escribió otro libro, en el que plasmaba sus actuaciones y observaciones de ese período: The River War.
En esas obras, revela determinación y sagacidad en la acción, cualidades que demostraría hasta el final de su vida. Sin embargo, en ningún momento se presenta como un «superhéroe», sino como alguien que necesita vencer el miedo, la inseguridad y tantos otros obstáculos que la naturaleza opone a la realización de los grandes ideales.
Finalizada esta campaña, una vez más desea volver a las filas de combate y logra su objetivo a través de influyentes contactos de su madre. Va a Sudáfrica, para formar parte, como corresponsal de guerra del The Morning Post, en la guerra de los bóeres. Tan pronto como llegó, fue alcanzado por un disparo y capturado por los enemigos, permaneciendo un mes en la prisión de la que escapó milagrosamente. Esto le valió otro libro: London to Ladysmith via Pretoria.
Del campo de batalla al Parlamento
Al regresar a Inglaterra, se había transformado en un héroe de guerra y escritor famoso, con tan sólo 25 años. Esta riqueza de conocimientos y esa popularidad le aseguraron el éxito en la elección de miembro del Parlamento, inicio de su larga carrera política.
Demostró ser un político franco y lleno de energía. Trabajaba intensamente y, al mismo tiempo, escribía artículos y libros. A partir de ahí su carrera política se desarrolló rápidamente, ocupando diferentes puestos de importancia, hasta el punto de llegar a ser el inglés que más cargos públicos ejerció. Durante sesenta años fue miembro del Parlamento y, como primer ministro, se convirtió en el símbolo de la determinación británica durante la Segunda Guerra Mundial.
Continúa el Dr. Plinio su análisis de esa brillante personalidad: «Miembro auténtico de la gentry inglesa, adornado —ese es el término— con el encanto varonil de un aristócrata de alta clase, en Churchill coincidían las rutilaciones de la cultura universitaria, del talento periodístico, de la oratoria parlamentaria y de la gloria militar, con, además, algo de derecho, positivo, desconcertantemente activo, típicos de los businessmen estadounidenses de la Belle-Époque».4
Su papel en la conducción de Europa en la Segunda Guerra Mundial fue fundamental, sirviéndose de los dotes personales tan bien observados por el Dr. Plinio. Por cierto, ese episodio bélico y la participación política de Churchill fueron seguidos y analizados paso a paso por él, en las páginas del periódico Legionário. Posteriormente, en un artículo publicado en la Folha de São Paulo, el Dr. Plinio una vez más teje elogios a ese gran hombre: «Las más diversas formas de inteligencia, de perspicacia política y de coraje en él se fueron haciendo evidentes y refulgentes. Y cada vez más, a medida que lo exigían las contingencias de la lucha. Cuando la guerra terminó, Churchill fue el más famoso de los vencedores».5
Comenta aún el Dr. Plinio: «Sir Winston Churchill alcanzó en su país la cúspide de las grandezas humanas y la alcanzó merecidamente, según el consenso general, por su talento excepcional, por la amplitud impar de su personalidad, por el valor de los servicios de toda índole que viene prestando a su patria a lo largo de una brillante carrera política. Dotado, además, de todo el refinamiento de una educación primorosa y tradicional —Churchill es nieto del duque de Marlborough—, de una cultura vigorosa y extensa, el gran estadista también se destaca como hombre de salón de los más primorosos de nuestros días, y como escritor y orador brillante».6
Se hicieron memorables sus discursos en el Parlamento, cuyo objetivo, ampliamente logrado, era levantar la moral del pueblo en medio del terrible período de la guerra. Recordemos, por ejemplo, el del 13 de mayo de 1940, cuando habló por primera vez como líder de la nación en guerra: «Le diré a la Cámara lo mismo que le he dicho a los que se han sumado a este Gobierno: “No puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Tenemos ante nosotros una prueba de la clase más dolorosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento. Me preguntan, ¿cuál es nuestra política? Respondo que es librar la guerra por tierra, mar y aire. La guerra con toda nuestra voluntad y toda la fuerza que Dios nos pueda dar; y librar la guerra contra una monstruosa tiranía sin igual en el oscuro y lamentable catálogo del crimen humano. Ésta es nuestra política. Me preguntan, ¿cuál es nuestro objetivo? Puedo contestar con una palabra: es la victoria. La victoria a toda costa, la victoria a pesar de todos los terrores, la victoria, por largo y duro que pueda ser el camino, porque sin victoria no hay supervivencia».7
Igualmente resultaron llamativas algunas de sus frases frecuentemente recordadas, como esta sobre los acuerdos y compromisos firmados entre Chamberlain y Hitler antes de 1939: «Entre la deshonra y la guerra, elegiste la deshonra y tendrás la guerra». O también: «La desventaja del capitalismo es la desigual distribución de las riquezas; la ventaja del socialismo es la igual distribución de las miserias». A él le debemos la expresión Telón de acero, que se hizo célebre para referirse a la división de la Europa Occidental del este europeo, durante la Guerra Fría.
Estas y otras innumerables alocuciones pueden entenderse a la luz de lo que el Dr. Plinio explica: «Era tan grande de espíritu que podría ser comparado a una mesa puesta para todo el mundo a cualquier hora. Servía banquetes espirituales, banquetes intelectuales, siendo su mesa, en principio, abierta a todos. Podría asimismo rechazar a algunos. Y cuando dijera “no”, era un “no” que casi excluiría a la persona del universo».8
Compañía que lo realzaba
Churchill se casó con Clementine Hozier, en septiembre de 1908; de este matrimonio de cincuenta y siete años nacieron cinco hijos. Así describe el Dr. Plinio a esa dama: «Grande de rostro y de porte, con un aspecto noblemente aquilino en la mirada y en el perfil, lady Churchill reunía, no obstante, todas las gracias genuinamente femeninas. Su educación aristocrática le había comunicado un encanto evidente. Su imponencia coexistía elegantemente con una afabilidad atrayente. A pesar de vistosa, era sumamente discreta. Y sabía cómo ser inteligente sin disputar en nada a su brillante esposo las miradas del público. En el equilibrio de tantas cualidades casi opuestas, todo era dégagé y nada era recherché».9
Con mucho estilo, el Dr. Plinio usa una peculiar analogía para resaltar el papel de ella en la vida de su esposo: «En los cuadros que representan a ciertos grandes hombres del pasado, los pintores se complacían en realzar al personaje colocando cerca de él, en segundo plano, alguna columna con un hermoso jarrón de flores. O alguna noble cortina. Así era lady Clementine Churchill: el fondo del cuadro magnífico que realzaba a un esposo tan notable, cuando parecía que no había nada que lo pudiera realzar».10
La famosa «Great Tom» anuncia su fallecimiento
Finalmente, como todos los hijos de Adán, por muy famosos y exitosos que hayan sido, falleció Winston Churchill a la edad de 90 años. Esta noticia fue ampliamente cubierta por los periódicos de la época. Entre lo innumerables homenajes de respeto y añoranzas, la Folha de São Paulo destacaba: «La gran campana de la catedral de San Pablo, la Great Tom, que únicamente suena para anunciar la muerte de un miembro de la familia real, del alcalde o del obispo de Londres, o, incluso, del decano de la catedral, empezó a doblar pausadamente a las diez de la mañana, para comunicar a los ingleses el fallecimiento del “Viejo león”».11
Al ser entrevistadas, algunas personas que se congregaron delante de la residencia del gran estadista declararon a la prensa: «Presumo que esto es el fin de una era»; «Este es el fin de la Gran Bretaña que conocimos en los libros de Historia. Qué lástima, era un gran hombre». Por otra parte, una señora haciendo la señal de la cruz exclama: «Quiera Dios apiadarse de su alma; hombres como Churchill sólo aparecen de siglo en siglo».12
Varón lleno de atributos, contemplado desde el mirador divino
Aquí, pues, tenemos a un hombre admirable visto por alguien que, en una consideración superficial de los hechos, a priori no debería tomar semejante actitud. Al fin y al cabo, además de que Churchill no era católico, su vida presenta —¡y cuánto!— varios aspectos censurables. El Dr. Plinio, sin embargo, no era un observador cualquiera…
Adornado por la Providencia con el don de la sabiduría en grado eminente, que le permitía analizar desde el mirador divino las más diversas realidades, y el carisma del discernimiento de los espíritus, que le capacitaba penetrar sobrenaturalmente en lo que le rodeaba, especialmente en el interior de las almas, el Dr. Plinio veía en el estadista inglés mucho más que su acción exterior: contemplaba su misión específica en el período histórico que le tocó vivir. Y, en los valles de la mediocridad de los tiempos contemporáneos, tan carentes de verdaderas personalidades, no se puede negar cuánto sobresalió Churchill como un hombre lleno de atributos dignos de encomio.
Considerando el alma profundamente religiosa y compasiva del Dr. Plinio, podemos dar por seguro que elevó muchas plegarias a Dios por el hombre que conducía el rumbo de los acontecimientos mundiales en aquel momento histórico y que, en alguna medida, lo hizo satisfactoriamente.
En atención a tal o cual fidelidad del «viejo león» al papel que la Providencia entonces le había destinado, ¿cuáles deben haber sido las gracias que recibió en la proximidad de su encuentro definitivo con Dios? No lo podemos saber, pero no se nos prohíbe desear que, cuando lleguemos al Cielo, por la misericordia divina, allí encontremos al Winston Churchill ideal, santo, y, como todo bienaventurado, lleno de gratitud por aquellos que lo ayudaron a alcanzar la felicidad eterna. ◊
Notas
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «A baronesa e a passionária». In: Folha de São Paulo. São Paulo. Año LVI. N.º 17.792 (19 dic, 1977); p. 3.
2 Cf. CHURCHILL, Winston. Minha mocidade. 2.ª ed. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2011, pp. 69-70.
3 Ídem, p. 85.
4 CORRÊA DE OLIVEIRA, «A baronesa e a passionária», op. cit, p. 3.
5 Ídem, ibídem.
6 CORRÊA DE OLIVEIRA, «Dignidade e distinção para grandes e pequeños». In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año III. N.º 33 (sept, 1953); p. 7.
7 CHURCHILL, Winston. Discurso, 13/5/1940. In: www.arqnet.pt.
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 9/8/1974.
9 CORRÊA DE OLIVEIRA, «A baronesa e a passionária», op. cit., p. 3.
10 Ídem, ibídem.
11 PESAR EM TODO O MUNDO: Morre Winston Churchill. In: Folha de São Paulo. São Paulo. Año XLIV. N.º 13.007 (25 ene, 1965); p. 2.
12 Ídem, ibídem.