El gran órgano de la catedral de Notre Dame embelleció ceremonias en sus días de gloria, atravesó altanero la Revolución y permaneció incólume en medio de las llamas que alcanzaron al templo. ¿Su historia no será un signo del amor de Dios por la hija primogénita de la Iglesia?
La voz humana tiene extraordinaria capacidad de expresar las disposiciones interiores de quien la posee. Así, el grito atronador de un general transmite la fuerza y la valentía que deben caracterizar a un buen comandante e inculca ánimo en los soldados que lo siguen; mientras que en la manera de hablar de una madre transparece los torrentes de afecto que emanan de su corazón, tanto si es para corregir a su hijo como para acariciarlo.
Ahora, ¿qué decir de alguien que tuviera más de cien registros para expresar los diferentes imponderables que pueblan su espíritu, con matices propios a representar cada estado de alma?
Pues bien, el Espíritu Santo, deseoso de aproximar a los hombres a las realidades celestiales, inspiró al ingenio humano la creación de un instrumento musical capaz de hacer resonar la rica y matizada voz de la Santa Iglesia. Conteniendo en sí distintos timbres que permiten un sinfín de armonías y combinaciones de sonidos, el órgano tiene la virtud de expresar, aquí en la tierra, las melodías del Paraíso.
¿Cómo nació ese instrumento? ¿Cuándo fue incorporado a las celebraciones litúrgicas?
Cómo se empezó a utilizar el órgano en la liturgia
En los primeros tiempos de la Iglesia el uso de instrumentos musicales en la liturgia era visto con reserva, debido a su utilización en los eventos profanos o idolátricos, y lo mismo pasaba con el órgano.
No obstante, en el siglo VII el Papa Vitaliano autorizó el uso de este instrumento en las ceremonias religiosas y en el año 757 el envío de un primitivo órgano al rey Pepino el Breve, de parte del emperador Constantino V, marcó un giro en los acontecimientos. El regalo del monarca bizantino permaneció en la capilla dedicada a San Cornelio, que el rey de los francos, padre de Carlomagno, poseía en Compiègne y cuyo hito los cronistas carolingios lo dejaron bien registrado.
En el siglo siguiente la presencia de órganos ya era común en los templos católicos y en los monasterios.1 Y con el paso del tiempo este instrumento se convirtió en el acompañamiento natural de los cantos litúrgicos. Todas las catedrales y las iglesias de cierto porte empezaron a tener al menos uno.
Hoy día, por la falta de tiempo o de recursos para instalar tan complejo instrumento, se recurre a un teclado electrónico que recree, lo más fielmente posible, el timbre y el ambiente del órgano tradicional.
La «suma de las edades» aplicada a un instrumento
En el desarrollo humano ocurre un fenómeno curioso, denominado por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira como la «suma de las edades».2 Cada fase de la vida del hombre tiene características propias y, cuando alguien se desarrolla en armonía con la inocencia, no pierde los aspectos buenos de la edad anterior, sino que los suma a la próxima etapa. Así, con el paso de los años el individuo construye un andamiaje de conocimientos y virtudes que marcan definitivamente su personalidad y la hacen capaz de transmitir a sus semejantes el fruto de esa madurez espiritual.
Esa expresión del Dr. Plino puede ser aplicada, mutatis mutandis, a uno de los órganos más grandes y famosos de la cristiandad, considerado «el más importante de Francia y, sin duda, el más célebre del mundo»3: el de la catedral de Notre Dame de París.
En el transcurso de los siglos ha ido siendo perfeccionado y ampliado sin perder lo que anteriormente había recibido de bueno, hasta alcanzar una elevada cima en el cumplimiento de su misión: embellecer las ceremonias litúrgicas y ayudar a transmitir las realidades sobrenaturales en el interior de la catedral.
Siglos de crecientes mejoras
La vida del gran órgano comenzó en el siglo XV. Habiendo recibido del duque de Berry una generosa donación, los canónigos se lo encargaron al fabricante Frédéric Schambantz, en sustitución del anterior, construido en el siglo XIII, que era demasiado pequeño para cubrir las necesidades de la majestuosa catedral.
El 25 de octubre de 1403 finalizó su instalación en lo alto de una tribuna de piedra, encima de la gran puerta oeste. Comprendía aproximadamente seiscientos tubos, así como un teclado con cuarenta y seis notas y un pedalero.
Las atribuciones del nuevo organista, Henri de Saxe, eran precisas: debía garantizar la conservación del instrumento y tocar en veintitrés fiestas durante el año, además de participar en algunos eventos excepcionales, como la coronación del rey Enrique VI, realizada en Notre Dame en 1431.
En 1415 empezaron las primeras reparaciones, que consistieron en la limpieza, revisión y ajuste del instrumento. Frecuentemente, tal mantenimiento era combinado con pequeñas modificaciones por parte de los organeros convocados para dicho fin. Así procedieron Jean Robelin y Nicolás Dabenet en 1463 y 1564, respectivamente.
A principios del siglo XVII, el surgimiento del órgano flamenco, que poseía dos teclados y registros separados, convirtió a su congénere medieval en un instrumento arcaico. Por eso, Valéran de Héman añadió al de Notre Dame un nuevo positivo que duplicaba sus capacidades. Así renovado, fue entregado en 1610, en presencia del nuevo organista titular, Charles Thibault.
En posteriores reformas, hechas sobre todo por el propio Héman y por Alexandre Thierry, fabricante de órganos del rey, el gran órgano de Notre Dame fue ampliado a tres y cuatro teclados, de los cuales el primero, que se remontaba aún al período medieval, fue enriquecido con nuevos registros.
Los vientos de la Ilustración soplan sobre París
En el siglo XVIII, estando París bajo el aliento de una nueva filosofía, la arquitectura de la catedral sufrió significativos cambios cuyo objetivo era adecuarlos a los vientos de la época.
«Francia había entrado en el siglo de las luces; el coro de la catedral se rehízo en estilo barroco, los arcos de la nave son ocultados por grandes cuadros —los “Mays”—, ofrecidos cada año por la corporación de orfebres, y el capítulo se apresuraba a romper todos los vitrales de la parte superior de la nave para reemplazarlos por vidrieras con rombos blancos: las últimas reminiscencias del estilo medieval debían desaparecer».4
En este contexto, el nuevo organista titular, Antoine Calvière, consiguió que se reconstruyera completamente el instrumento, cuyo trabajo se confió al célebre François Thierry. En lo alto se puso, escondiendo una parte del rosetón, un gran aparador a la moda del tiempo, en estilo Luis XV, y la tribuna fue cerrada por una balaustrada de hierro forjado con adornos en oro. En 1733 el órgano de François Thierry tenía cinco teclados de cincuenta notas y cuarenta y siete registros, siendo considerado durante mucho tiempo el órgano clásico francés más completo.
Al cabo de cincuenta años, el organero François-Henri Clicquot fue llamado a trabajar en el instrumento, que se encontraba bastante deteriorado. Clicquot decidió hacer una expansión general: alargó el aparador, amplió el número de registros y añadió un positif de dos.5
El resultado de esta profunda remodelación fue entregado el 5 de mayo de 1788.
Amenazado, pero no destruido, por la Revolución
Durante la Revolución francesa el gran órgano corría el riesgo de ser destruido o vendido, pero la Providencia divina, agradada con sus celestiales armonías, decidió salvar este tan importante elemento del patrimonio histórico simbólico de la Hija Primogénita de la Iglesia.
La catedral de Notre Dame fue profanada y transformada en «templo de la razón», pero el grandioso instrumento permaneció de pie. Tan sólo algunos ornamentos que recordaban a la monarquía y las flores de lis presentes en la base de las columnas del aparador fueron arrancadas a golpes de hacha.
En el año de 1794, el ciudadano Godinot convocó a algunos organistas para que tocaran el instrumento a fin de evitar su deterioro y uno de ellos, el ciudadano Desprez, afirmó: «La mezcla de registros produce diferentes efectos, cada uno más hermoso que el otro, y forma una orquesta que bien puede servir para acompañar nuestros cantos cívicos, prendiendo los sentimientos de los verdaderos republicanos y también la cólera que le reservamos a los tiranos».6 Por increíble que parezca, ese discurso salvó momentáneamente al instrumento de los ataques revolucionarios…
En marzo de 1795 una nueva amenaza flotaba sobre él. La Convención Nacional exigía la venta de los órganos existentes en las iglesias que pertenecía a la República y en agosto del mismo año el gran órgano de Notre Dame era analizado con ese fin por la comisión temporaria de artes. Sin embargo, ésta lo incluyó en la categoría de los que deberían ser conservados por su enorme importancia.
En la sencillez de esos episodios, se ve claramente la mano de la Providencia protegiendo uno de sus amados tesoros terrenos.
La reforma de Viollet-le-Duc y Cavaillé-Coll
Habiendo resistido a la tempestad de la Revolución francesa, el gran órgano continúa su historia, singlando ahora el período del Romanticismo.
En 1847, cuando Eugène Viollet-le-Duc7 comenzaba las obras de restauración de la catedral, Eugène Sergent era nombrado organista titular. En esa ocasión, no obstante, el polvo en los tubos, el desgaste del mecanismo, la alimentación defectuosa, la lluvia y el viento que entraban por las ventanas habían inutilizado el valioso instrumento.
A petición de Viollet-le-Duc, Aristide Cavaillé-Coll hizo en 1860 un análisis general del estado en que se encontraba. Y como los gastos en los trabajos de arquitectura absorbían casi todo el montante disponible, Viollet-le-Duc le pidió que lo restaurara usando al máximo el material existente. Se trataba de contar con un instrumento digno de una catedral, pero sin lujos innecesarios.
Rechazado por Viollet-le-Duc su proyecto original, en el que el gabinete del positif de dos se mantenía, Cavaillé-Coll optó por diseñar un «órgano revolucionario»8 que rehacía completamente, según su propia concepción, la disposición interna del instrumento.
El gran órgano de Notre Dame pasó a contar con ochenta y seis registros, repartidos en cinco teclados de cincuenta y seis notas y un pedalero de treinta notas. La conclusión de la obra se dio en diciembre de 1867, permitiendo que el órgano fuera tocado la noche de Navidad, pero su inauguración sólo ocurrió el 6 de marzo de 1868.
En la ocasión Mons. Georges Darboy, arzobispo de París, bendijo el nuevo instrumento, mientras un miembro del coro lo aspergía con agua bendita desde lo alto de la tribuna. Varios organistas famosos estaban presentes.
Configuración del órgano contemporáneo
Una restauración concluida en 1992 incorporó elementos electrónicos al gran órgano. Fue bendecido por el cardenal Jean-Marie Lustigier, arzobispo de París, e inaugurado en diciembre. Se organizó una serie de conciertos, que congregarían a 50 000 personas en el período de una semana.
Las añadiduras que modernizaron la «voz» de Notre Dame no le hicieron perder su nobleza y originalidad. Las bendiciones que marcaron siglos de ceremonias cargadas por la tradición lo impregnaron de tal manera que sus tubos, ahora mecanizados e informatizados, continuaban haciendo resonar su sonido casi angélico en el interior de la histórica catedral.
Por fin, para celebrar el Jubileo de Notre Dame de París, en su 850 aniversario, en 2012 pasó por una renovación de su sistema de transmisión y una limpieza general de sus 7952 tubos, número más de diez veces superior a aquel con el cual había sido fabricado.
Signo de predilección por la hija primogénita de la Iglesia
El gran órgano de Notre Dame es pieza esencial en la vida litúrgica de la célebre catedral. Testigo de siglos de Historia, elemento destacado del patrimonio religioso-cultural del pueblo francés, fue salvado por la Providencia de las catástrofes que la propia catedral tuvo que sufrir. Y ni siquiera las llamas del incendio que recientemente la azotó alcanzaron su estructura.
¿Tal preservación no será un signo de predilección de Dios por Francia, hija primogénita de la Iglesia, a la cual, por así decirlo, él sirve de grandiosa y matizada voz?
El tiempo lo dirá. Pero una cosa es segura: aunque en ciertos momentos la Iglesia parezca que es alcanzada por las peores catástrofes, nunca podrá ser muerta, vencida y ni siquiera silenciada. En la hora en que menos se espera, su voz resurge gloriosa gritando la Verdad por los cuatro rincones de la tierra. ²
Notas
1 Cf. RIGHETTI, Mario. Manuale di Storia Liturgica. 3.ª ed. Milano: Àncora, 2005, v. I, p. 695.
2 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Cittá del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2017, v. V, pp. 18-19.
3 LEFEBVRE, Philippe. Les orgues. In: VINGT-TROIS, André (Dir.). La grâce d’une cathédrale. Notre-Dame de Paris. Strasbourg-Paris: La Nuée Bleue; Place des Victoires, 2012, p. 449. Las informaciones históricas sobre el gran órgano contenidas en el presente artículo fueron sacadas de esta obra.
4 LEFEBVRE, op. cit., p. 451.
5 Literalmente: «positivo de espalda». Un órgano de reducidas dimensiones, réplica de los principales registros del órgano mayor, que en el período del barroco constituía un instrumento independiente de éste, situado a la espalda del organista.
6 Ídem, p. 452.
7 Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879), arquitecto, restaurador e historiador francés del siglo XIX, dedicado especialmente a la arquitectura medieval. Reformó numerosos edificios de Francia, pero sobre todo fue célebre por su trabajo en la catedral de Notre Dame de París, donde, junto con Jean-Baptiste-Antoine Lassus, procuró recuperar con la máxima fidelidad el estilo original del templo.
8 LEFEBVRE, op. cit., p. 453.