«TTú no entiendes ahora lo que hago, pero, más tarde, lo comprenderás» (Jn 13, 7). Esta frase dirigida por el divino Maestro a San Pedro, durante el lavatorio de los pies, bien podría venir a la mente de cualquiera que pretendiese disertar sobre la vida mística de Mons. João. Las impresiones son tan vivas, las realidades tan profundas y los hechos aún tan recientes que sólo una sabia espera, unida a un cuidadoso estudio, podrá, en el futuro, arrojar una luz más esmerada sobre el asunto.
No obstante, sería una gran omisión silenciar este aspecto del alma de nuestro fundador, por dos razones: primero, por haber sido un convencido predicador de la universalidad de esa vía; en segundo lugar, porque todos los que disfrutaron de su convivencia pudieron constatar cómo, en medio de su habitual sencillez y discreción, se entreveía en él una intensa e íntima relación con Dios, con la Virgen y con el Cielo. En efecto, si bien es verdad que la mística se presenta accesible a todos, es igualmente cierto que posee grados diversos.1
Con respecto a esto, alguien con un perspicaz tino psicológico y una vasta experiencia en el trato con las almas expresó este feliz comentario sobre él: «Detrás de su sonrisa, esconde una profunda vida mística». Intentemos aquí, con mucho respeto y sin pretender agotar el tema, levantar la punta del velo que cubría el santuario interior del alma de Mons. João.
«No soy yo el que vive»
Muchos han planteado las más variadas hipótesis acerca de la misteriosa atracción sobrenatural ejercida por Mons. João —similar a la comunicada por San Juan Bosco— sobre quienes se acercaban a él.
Los estudiosos de la vida mística, sin embargo, no tendrían dificultad en dilucidar la cuestión: en los hombres de Dios —especialmente en los grandes santos y fundadores— la presencia divina es tan sensible que se vuelve irresistible. San Pablo tuvo suficiente magnanimidad y modestia para traducir en palabras esta realidad: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).
Alguien con experiencia en el trato con las almas expresó este feliz comentario sobre Mons. João: «Detrás de su sonrisa, esconde una profunda vida mística»
Los Padres de la Iglesia toman la escalera de Jacob —que, «apoyada en la tierra, con la cima tocaba el Cielo» (Gén 28, 12)— como símbolo del propio Cristo2 y afirman que la vida mística es una ascensión en la unión con Él, en dirección a la «divinización».3
Así, basándonos en la más estricta y pura teología, podemos asegurar que hemos convivido con un hombre divinizado, en quien lo sobrenatural latía constantemente. Ante él, era imposible separar lo humano de lo divino, pues, como bien señala el P. Juan González Arintero, la vía mística es «la íntima vida que experimentan las almas justas, como animadas y poseídas del espíritu de Jesucristo, recibiendo cada vez mejor y sintiendo a veces claramente sus divinos influjos —sabrosos y dolorosos— y con ellos creciendo y progresando en unión y conformidad con el que es su cabeza, hasta quedar en Él transformadas».4
En Mons. João, no obstante, esto sucedió con una nota especial: todo su proceso místico se hizo por medio de la Santísima Virgen, sumándosele las condiciones de hijo, esclavo e incluso esposo espiritual de María. Maravillosos e innumerables frutos surgieron a lo largo de esta «divinización marial», algunos de los cuales consideraremos, a modo de ejemplo, en las siguientes líneas.
El efecto de una bendición dada antes de ser sacerdote
En 1978 Mons. João se encontraba en Quito (Ecuador) rezando en la iglesia de los jesuitas, cuando se le acercó una madre afligida. Mostrándole la niña que llevaba en brazos, le decía: «¡Mi hija se muere! ¡Mi hija se muere!».
Monseñor João le prometió que rezaría por la niña y mostró gran pesar por su estado, pero la triste mujer no se quedó satisfecha y le pedía con insistencia que le diera la bendición. Nuestro fundador trató de disuadirla explicándole que no era sacerdote, pero ella hacía caso omiso a esta excusa. No pudiendo negarse, finalmente, bendijo a la niña en nombre de la Virgen María y se despidieron.
Enorme sorpresa: unos días después, la devota madre volvió a la iglesia para dar testimonio de que su hija había sido curada por aquella bendición. En efecto, Dios hace que las almas más elegidas, «aparte de las gracias que ordinariamente acompañan a la vida mística, reciban también los carismas y dones extraordinarios (profecías, milagros, don de lenguas, etc.), que ante todo se ordenan al bien de otros y al general de la Iglesia».5
Visiones del futuro
Otro aspecto de la vida mística de Mons. João también lo describe la teología cuando trata de los sentidos espirituales, que «nos permiten percibir de algún modo lo divino, rasgando un poquito el velo del misterio y dándonos así un conocimiento intermedio entre el de la fe y el facial o beatífico».6 En nuestro padre dicha verdad se ha demostrado en numerosas ocasiones, como en el siguiente hecho.
La bienaventuranza de ser calumniado (cf. Mt 5, 11) cayó varias veces sobre el movimiento fundado por el Dr. Plinio. Y el año 1983 fue una de esas «benditas» circunstancias. Todo comenzó el 6 de junio, cuando llegaron a sus manos dos voluminosas cartas que contenían las más absurdas acusaciones doctrinarias, que situaban a su fiel discípulo como el principal autor de los supuestos desvíos en sus reuniones de apostolado.
En cuanto supo del contenido de las misivas, Mons. João se llenó de una enorme preocupación, ya que percibió en ello una ola de difamaciones muy peligrosas contra la obra. Se dirigió a su habitación y se sentó en la cama; entonces «vio» un edificio de aspecto medieval, hecho de piedras muy hermosas y con una puerta imponente, que se abrió para que él entrara. Después de acceder al recinto, se encontró con otra puerta de la que salió un hombre de cabello canoso, revestido con túnica y escapulario blancos. Éste se le acercó y lo abrazó calurosamente. Y de repente la visión terminó.
¡Cuántos hechos podrían ser narrados en los que se superaron claramente las barreras entre la fe, lo humano y lo sobrenatural!
En los días siguientes, se decidió que Mons. João viajara a España para exponerle el caso a un buen teólogo o canonista y pedirle orientación. Al llegar al Viejo Continente, los miembros del Grupo que residían allí le sugirieron que se dirigiera a Salamanca, donde sabían que se hallaban los especialistas deseados.
Después de unas cuatro horas de viaje, llegaron a su destino. Era la primera vez que nuestro fundador estaba allí… físicamente. Todo era exactamente como le había sido mostrado: el edificio de piedra, la puerta y el fraile dominico que aparecía con su hermoso hábito. Se trataba del P. Arturo Alonso Lobo, OP, un gran canonista.
El sabio hijo de Santo Domingo estudió profundamente las acusaciones contenidas en las cartas y las contestó por escrito, afirmando que no había nada en el Dr. Plinio ni en su discípulo que fuera contrario a la doctrina y a las costumbres de la Santa Iglesia Católica. La visión de Mons. João se había realizado, aportando la solución al inextricable problema. Un detalle, no obstante, se había reservado para materializarse sólo en la despedida: el P. Alonso saludó cordialmente a las cuatro personas que acompañaban a Mons. João, pero cuando llegó frente a él, le dio un fuerte abrazo.
A lo largo de los años se sucedieron numerosos episodios similares a éste. Muchos han sido los hijos e hijas aconsejados a distancia, las personas que místicamente se aparecían ante él en las más variadas situaciones, pidiendo ayuda, en peligro o necesitadas de orientación —a veces, incluso con una «leyenda» en una foto, indicando el nombre del interesado— o, al contrario, aquellos que estando lejos vieron a Mons. João. Era igualmente frecuente que describiera toda la vida de alguien, su situación familiar, ascendencia y otros detalles, simplemente analizando una fotografía o escuchando su voz por teléfono.
¡Cuántos otros hechos podrían ser narrados en los que se superaron claramente las barreras entre la fe, lo humano y lo sobrenatural!
Irresistibles y acertados soplos del Espíritu Santo
La osadía era otra constante en la vida de Mons. João. ¡Cuántas decisiones serias, tomadas con seguridad y de inmediato, presenciaron sus allegados! Algunos podrían considerarlo temeridad, precipitación o incluso presunción; otros, lances de un temperamento fogoso, dado a lo inesperado. ¡Pobre del que juzga así a los hombres de Dios!
Quienes entienden de vida mística tienen una explicación muy diferente para este fenómeno: el alma que está unida a Dios por entero «suele sentir unos violentos y dulcísimos impulsos, que la llevan sin saber adónde, pero seguramente a unas alturas para las cuales no bastan la luz, la fuerza ni la dirección ordinarias».7
Es lo que ocurrió en 1978. Al enterarse de algunas revelaciones privadas hechas por Nuestra Señora del Buen Suceso a la madre Mariana de Jesús Torres, una religiosa concepcionista de Ecuador, el Dr. Plinio mostró bastante interés en tener más datos sobre el asunto. Monseñor João, incansable, se dispuso a viajar a esa nación para intentar averiguar algo, aun careciendo de indicaciones concretas que facilitaran su misión.
Llegó a Quito durante la noche, donde fue recibido por sus hermanos de vocación de ese país, y quiso ir directamente al monasterio de las concepcionistas. Como era de esperar, la iglesia ya estaba cerrada debido a la hora. Sus acompañantes lo lamentaron mucho y le prometieron que volverían al día siguiente. Conocían poco a nuestro fundador… Decidió hacer como Josué ante las murallas de Jericó, y empezó a dar vueltas alrededor del monasterio rezando varios rosarios. Al terminar el último, se dirigió a una de las puertas del edificio y, para sorpresa de todos, la encontró abierta.
Era la primera vez que Mons. João visitaba aquel monasterio en España… físicamente. Todo era como lo «había visto» cuando estaba en São Paulo
Al día siguiente tuvo que ir a la ciudad de Riobamba para conseguir más información sobre las misteriosas profecías del convento de las concepcionistas de allí. La priora local le dijo que no podía hacer nada por él sin la autorización escrita de la madre superiora, que se encontraba convaleciente en Quito, de donde él había venido… Sin perder un instante, Mons. João tomó el camino de vuelta a la capital con un solo acompañante, llegando allí hacia las ocho de la tarde. Para asombro de éste, dijo que iba a buscar a la madre esa misma noche.
—Pero ¿adónde vamos? ¡No tenemos ninguna dirección y Quito es una ciudad grande! —replicó la persona que lo auxiliaba.
—Lleve el coche allí arriba, y bajaremos preguntando por las monjas —respondió Mons. João, indicando una calle que estaba en una elevación.
Un tanto incrédulo, su compañero accedió, pero mostrando cierto disgusto ante algo tan molesto y aparentemente ineficaz. Comenzaron la búsqueda, yendo casa por casa, recibiendo una serie de negativas, las cuales parecían darle la razón a su «sensato» amigo… Sin embargo, esto duró poco. Al entrar en otra calle, Mons. João fue a un pequeño bar y preguntó por las concepcionistas. Nueva sorpresa: estaban un piso más arriba, en el mismo edificio.
Llamaron a la puerta y les abrieron dos religiosas. Vieron a Mons. João, que vestía traje y corbata, y se arrodillaron. Nuestro fundador se disculpó por la hora y les preguntó si era posible hablar con la superiora. Le confirmaron que estaba en la casa, la llamaron y, al acercarse, ¡la madre también se arrodilló!
Al sentir que el Espíritu Santo soplaba sobre aquella alma escogida, todas tuvieron esa sorprendente reacción. Y la buena madre escribió una carta indicando que le facilitaran a Mons. João todo lo necesario con relación al tema de las revelaciones privadas de Nuestra Señora del Buen Suceso. ¿Cómo se puede explicar con criterios meramente humanos un hecho así?
«Todo está resuelto»
Otro fenómeno de la mística que acompañó a Mons. João durante toda su vida fueron las locuciones interiores.
En 1997 la obra fundada por el Dr. Plinio atravesaba una situación compleja. Con el deber paterno de sustentar, incluso materialmente, a innumerables hijos espirituales vinculados a él, Mons. João buscaba la manera de obtener los recursos necesarios. La encontró en Turín, junto al cuerpo de San Juan Bosco.
Por motivos de apostolado tuvo que viajar al Europa y, a su paso por el norte de Italia, se dirigió a la basílica de María Auxiliadora para rezar junto a las reliquias del santo fundador de los salesianos, a quien siempre le había profesado una entrañable devoción.
Tras una prolongada y recogida oración, salió de la basílica; pidió ponerse en contacto con el responsable de los asuntos económicos de la obra para decirle que no se preocupara, pues todas las dificultades se solucionarían pronto. Tal era su convicción que el administrador pensó que se trataba de una gran donación recibida por Mons. João durante el viaje. Pero luego se lo explicó: mientras rezaba, San Juan Bosco le había prometido claramente que se ocuparía de las finanzas y, en poco tiempo, todo estaría resuelto. Y así se cumplió.
Una consolación al comienzo de la mayor prueba
Como ya sabe el lector, en 2010 nuestro fundador sufrió un accidente cerebrovascular. Días más tarde, mientras convalecía en el Hospital Oswaldo Cruz, de São Paulo, ocurrió un episodio que abriría una nueva etapa en su vida mística.
Por la mañana temprano, llegan sus acompañantes y lo notan distinto, pues sus ojos brillan de una manera especial. Le preguntan si pasó algo durante la noche, si recibió alguna gracia inusual, y siempre obtienen una enfática confirmación. Entonces empieza a hacer un gesto con la mano izquierda, simbolizando un giro de ciento ochenta grados.
Mientras rezaba ante las reliquias de San Juan Bosco, éste le prometió claramente que, en poco tiempo, el problema que le preocupaba estaría resuelto
Con esfuerzo, porque después del accidente no siempre salían de sus labios los términos precisos, consigue decir: «Alguien vino aquí. Eran tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo». También añade que se trata de un favor sobrenatural análogo a la visión de Dios.8 Y, finalmente, Mons. João se emociona al hablar… Durante varios días, una alegría superior —incomprensible para los ojos naturalistas— le invade en ese ambiente hospitalario.
Debido a la dificultad de comunicación y a su discreción en relación con este tipo de fenómenos, nunca llegó a dar más detalles sobre ese episodio, pero éste le causó una profunda impresión. Aunque pudiera parecer un fenómeno aislado, en realidad se trataba de un hito importante en la larga ascensión que iniciaba su etapa más difícil.
En el auge de la vida, una oferta del demonio…
Siendo la vía mística una participación en la propia vida de Nuestro Señor Jesucristo, a los que suben por esta «escalera» no les podría faltar un peldaño también recorrido por el divino Maestro: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1).
En mayo de 2021, durante la madrugada, Mons. João «vio» claramente que alguien se acercaba a su cama. Tenía apariencia humana, vestía de negro y transmitía una imponderable sensación de maldad y frialdad. Nuestro fundador discernió inmediatamente que se trataba de una presencia preternatural y dispuso su espíritu para la batalla.
Al parecer, el tentador no había ido a atormentarlo, a hacerle ningún daño físico ni a vengarse. Quería, más bien, presentarle una propuesta: muchos años más de vida, la recuperación completa de las secuelas del accidente que había sufrido y todas sus aspiraciones personales cumplidas, si se unía a él.
La respuesta de nuestro padre no podía haber sido otra: un gran acto de odio, rechazo y desprecio, manifestado con enorme vehemencia en un grito, que se escuchó desde una considerable distancia, contra ese ser rebelde e inmundo, que intentaba una última jugada para conquistar a aquel que siempre lo había denunciado y combatido.
Al ver que su enloquecido plan había fracasado, el misterioso ser se retiró por la puerta del cuarto, mientras Mons. João lo seguía con mirada desafiante y amenazadora.
«Dichosos los que te conocieron…»
Quizá el episodio más importante en la existencia de nuestro fundador fuera el abrazo recibido de la Santísima Virgen el 12 de julio de 2008, en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, del que hablaremos detalladamente en otro artículo de esta misma edición. Ese día tuvo lugar lo que Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz describen como el auge de la vida mística: el desposorio espiritual.9 A partir de entonces, la Virgen María y él ya no serán dos, sino uno (cf. Jn 17, 10.21-22), en esa altísima realidad sobrenatural simbolizada por el matrimonio humano.
Los que tuvieron la inmensa gracia de convivir con Mons. João conocieron a un varón todo sobrenatural, de fe ardiente, en quien siempre se sentía intensamente la presencia de Dios
«El resto de sus hazañas, combates, acciones, títulos de gloria, no han sido escritos aquí porque fueron demasiado numerosos», podríamos añadir, parafraseando la épica crónica de los Macabeos (cf. 1 Mac 9, 22). Profecías, visiones, sueños sobrenaturales, discernimiento de los espíritus, relatos de consejos a distancia e incluso posibles bilocaciones… ¿Cómo abarcar de forma exhaustiva un tema que, sin duda, requiere una obra específica y un análisis más cuidadoso de los hechos?
Sin embargo, de todo lo dicho, es necesario que al lector le quede claro un punto. Los que tuvieron la inmensa gracia de convivir con Mons. João conocieron a un varón todo sobrenatural, de fe ardiente, hors-série, en quien siempre se sentía intensamente la presencia de Dios. En definitiva, apoyados en los grandes santos y teólogos de la vida mística, afirmamos sin recelo: lo que veíamos ya no era un hombre corriente, sino la Santísima Trinidad viviendo en él y amando a aquel con quien María quiso ser un solo corazón.
¡Oh, Mons. João, «dichosos los que te conocieron y fueron honrados con tu amistad»! (Eclo 48, 11). ◊
Notas
1 Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald. Les trois âges de la vie intérieur: prélude de celle du Ciel. Paris: Du Cerf, 1938, t. I, pp. 307-336.
2 Cf. AFRAATES. «Sobre la oración». In: ODEN, Thomas C; SHERIDAN, Mark (Ed.). La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Antiguo Testamento. Madrid: Ciudad Nueva, 2005, t. II, p. 273.
3 Cf. GONZÁLEZ ARINTERO, OP, Juan. La evolución mística. Madrid: BAC, 1959, p. 23.
4 Idem, p. 17.
5 Idem, p. 603.
6 GONZÁLEZ ARINTERO, OP, Juan. Cuestiones místicas. 2.ª ed. Salamanca: Calatrava, 1920, p. 58.
7 GONZÁLEZ ARINTERO, La evolución mística, op. cit., p. 204.
8 El P. Juan González Arintero explica que ese «ver a Dios» en una «familiaridad estupenda» es el último grado de la vida mística (cf. GONZÁLEZ ARINTERO, La evolución mística, op. cit., p. 603).
9 Cf. Idem, pp. 529-549.